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¿De qué arte somos dueños o siervos?

Tomado de Granma

También la cultura es un instrumento de dominación. El ser humano pasional, aun cuando intenta la objetividad, reacciona influenciado por sentimientos y estados de ánimo, de ahí que el lenguaje de la música, la danza, el teatro, la pintura, la literatura, sea el más efectivo transmisor de ideas y valores.

El arte puede emancipar o consumir a los pueblos, es un medio para la comunicación y un modo de traducir lo cotidiano en emociones.

Admitidas estas características, especialmente en la música, por su alcance masivo y poder de convocatoria, la industria del entretenimiento es otra columna vertebral del sistema político imperante en el mundo, con un engranaje que articula (consecuente con sus intereses) el mercado, el artista y los públicos.

A la industria musical en la mayor parte del mundo, la rigen leyes en función de crear modas, estilos de vida e imaginarios de éxito; entrar en ella a veces representa adaptarse, incluso sin entenderla completamente. 
 
EL MERCADO

La tendencia a socializar lo fácil y edulcorado va más allá de una seguridad de venta y ganancia por parte de las disqueras. Lo que no mueve el pensamiento, suele idiotizar y alienar. El mensaje de vivir despreocupados que transmiten algunos hits del momento, cuando trasciende al sujeto receptor y se convierte en una representación colectiva, sustenta una élite de poder que aspira a permanecer en él, mientras el pueblo –con sus excepciones claro–, se convierte en público, apático de responsabilidades sociales y de las transformaciones que necesita su entorno; envuelto en sus problemas cotidianos y con el sueño de escalar socialmente una posición que le permita gozar de los mismos privilegios económicos que sus ídolos del momento.

Los discursos comprensivos que abogan por darle a la masividad lo que la masividad quiere, no reflejan solo un paternalismo arcaico e ingenuo, sino una subestimación de la inteligencia de esa «masa», un conjunto de sujetos, que en todo caso necesitan la posibilidad de discernir entre lo genuino y lo artificial.

La propia plataforma mediática, principal instrumento del mercado, condiciona el gusto de las mayorías, convierte a determinados artistas en figuras celestiales, y pervierte el sentido de lo estético, sobre todo en los adolescentes y jóvenes, esa edad donde completan la personalidad a partir de patrones y modelos específicos.

Si bien no es la censura a la trivialidad una solución plausible, tampoco lo es esa falsa concepción democrática occidental de promover todo lo que exista de forma acrítica e inconsciente; en una revolución cultural la labor de los medios es también avivar en las mayorías el deseo de aprender, de pensar con cabeza propia, única forma de ennoblecer la condición humana. 
 
EL PÚBLICO

Existe diversidad en los públicos de acuerdo con indicadores sociales, está ese grupo mayoritario que funciona como esponja directa de los medios, seguidor ciego de cuanta novedad aparezca, que entiende la canción y al artista tal cual lo representa el mercado; y está el grupo de curiosos que explora en su propio gusto hasta encontrar su preferencia dentro de la mal llamada «música alternativa», esa que no siempre cuenta con medios de promoción serios y desprejuiciados para enfrentarse a la avalancha de chabacanería. También hay que abrir el debate sobre los factores económicos y culturales, las condiciones y formas de vida que determinan cada postura.

El mercado funciona pensando en todos, constantemente lanza los llamados singles y catapulta nuevos rostros a la fama que, aún sin trayectoria ni obra sólida, llenan la necesidad de producir todo el tiempo para ese público que se aburre rápido de los éxitos construidos. Nadie recuerda el hit del pasado, y los nuevos son no pocas veces un calco rítmico y armónico del anterior, con frases llenas de lugares comunes y estereotipos.

Los intelectuales, investigadores y periodistas especializados deben dotar de herramientas a los públicos para asumir críticamente lo que imponen las transnacionales de la música; trascender el concepto de lo vulgar más allá de géneros. No se trata de imponer una estética puntual, los receptores tienen que identificar el engaño de una voz afinada por las máquinas que hacen «cantar» a cualquiera, reconocer la falta de creación y originalidad de una obra.

En un sentido amplio la sociedad se enriquece con estos nuevos individuos pensantes y críticos; cuando la postura activa ante el arte se naturaliza, transforma el modo del sujeto para asumir la vida.  

La industria musical se autovalida, incorporando en su mecanismo a los artistas que sin regirse por sus leyes enajenadoras logran un alcance  
sustancial en el público. Ese espiritu liberal de tolerarlo todo termina por absorber aquello que podría ser peligroso a sus fines. Hay que escapar también de los extremismos, porque tampoco todos los famosos son mediocres ni los invisibles perfectos.

EL ARTISTA

Lo fácil es seductor, cómodo y muchas veces gratificante en el mundo de la música para quien involucra el éxito con la abundancia de dinero y popularidad. Reproducir los esquemas del mercado a conciencia demuestra irrespeto al buen gusto. No solo es inocente aquel que desecha innovar con la creación, esencia misma de ella, también es incapaz de asumir un nuevo rol como artista en un mundo donde lo lírico necesita voces.

El autor no puede menospreciar el desarrollo intelectual de la raza humana, al menos, no ex profeso. El arte también es un reflejo de la sociedad que lo produce y habita, pero la preferencia por lo trivial por parte de un grupo no puede convertirse en el escudo de un creador para viciar su obra. El oportunismo no puede ser virtud.

Ninguna realidad es inmutable ni estática, el artista tiene la responsabilidad social de sensibilizar e involucrar al público con la vida y sus cuestiones, no de alienarlo; le toca pasar de modas, estilos preconcebidos, estéticas vulgares, simplistas, utilitarias. Un músico exitoso es el que trasciende su ambición de escalar y se convierte en un transmisor de cultura, de conocimiento y goce, un gestor del cambio sincero.

La ética es entender que el placer está ligado también al pensamiento. No significa que el artista le dé la espalda a la industria musical si ella le viene de frente, la cuestión no es entrar, sino cómo y para qué hacerlo. La dicotomía de adaptarse al mercado o perecer no es absoluta. Las encrucijadas se construyen desde modelos de éxito diversos, para algunos las concesiones son una puerta a la fama y ella no es precisamente el antónimo de miseria.

RIVALIDAD  

Hay que ramificar la polémica en función de advertir las causas que motivan los actos de los músicos, sin que estas los justifiquen; analizar la realidad cultural impuesta por sofisticados instrumentos de dominación que la hacen ver natural; subvertir los mecanismos de penetración del consumismo, la apatía y el individualismo.

La rivalidad tiene que sobrepasar el campo específico de determinada posición, para analizar la creencia de que solo es posible reproducir lo existente.

Conscientes de la importancia de una cultura nueva para el sustento y desarrollo de una sociedad libre, no puede haber medias tintas contra la banalidad y el cinismo. Ser testigos con los brazos cruzados o, peor, entender las malas costumbres como inevitables, también nos hace cómplices.

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