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Necesitamos despertar el espíritu

Antes la cicuta y la hoguera callaron a los insumisos. Ahora menos sangrienta y más peligrosa imágenes y sonidos tratan de adormecer el espíritu.1 Así nos advierte Graziella Pogolotti el peligro que representa en la contemporaneidad el flujo de imágenes audiovisuales que desborda nuestro entorno. Sí, peligro en tanto la recepción pasiva con que aceptamos los mensajes trasmitidos.

A través de diferentes medios audiovisuales y tecnologías la realidad transita ante nuestros ojos de forma manipulada y globalizada. Se exhorta a la vida fácil, se promulga el narcisismo y generaliza la estupidez. Entre maquillaje, vestuario y consignas de moda se pierden las fronteras entre lo real y lo ilusorio. El riesgo aumenta pues estos servicios vulneran las fronteras ideológicas y culturales incidiendo en los públicos a nivel social e individual.

Control de los medios significa dominio cultural, a sabiendas que desde ellos se establecen e imponen patrones culturales. Es que los audiovisuales forman parte de la historia sociocultural, primeramente porque sus obras son testigos de procesos sociales e identidades colectivas y luego porque ejercen como actores sociales que difunden estereotipos, valores y modelos públicos.

Los seres humanos configuramos las tecnologías y la usamos según nuestras necesidades.  ¿Y si ocurre a la inversa? ¿Qué sucede cuando las tecnologías configuran nuestra cultura? Nadie escapa de esta realidad penetrante. Somos consumidores de audiovisuales de todo tipo; convirtiéndonos en blanco perfecto de un arma de alcance masivo, que sutilmente transforma nuestra subjetividad y modifica los modos de hacer y pensar. Cada producto audiovisual responde a intereses políticos, culturales y económicos de sus creadores y participa en la instauración de esquemas y estereotipos ajenos a nuestra realidad social. Así se construye una maquinaria ideológica perfecta que “trata de convencernos de que la globalización y el neoliberalismo abren un nuevo paraíso terrenal”.2 La terrible homogenización a la que somos sometidos, haciéndonos pensar por igual, vendiéndonos una imagen estandarizada del mundo, donde los otros simplemente no cuentan, evidencia un nuevo tipo de colonización: la cultural .De esta forma se amenazan las identidades y tradiciones de nuestros pueblos, de los cuales muchas veces se exponen criterios denigrantes.

Lo triste es que aceptamos estos criterios sin darnos cuenta de que estamos siendo influenciados negativamente. La alabanza a la banalidad y el ocio, unido a realizaciones atrayentes y dinámicas, técnicamente bien logradas y por demás accesibles, provocan deslumbramiento en masas ávidas de entretenimiento, lo que dificulta que ante ellas se asuman posiciones lúcidas. Y precisamente por esto es que no cabe satanizar el tema a sus protagonistas. Antes es necesario demostrarles “lo bueno y lo malo” a partir de prácticas culturales que promuevan otras vías de esparcimiento o presentarles éstas desde la asunción de posturas participantes y analíticas.

Los medios audiovisuales serán aliados o enemigos en la medida que seamos capaces de enfrentarnos a ellos de manera razonable, convirtiéndonos en espectadores aptos para discernir información, desentrañar mensajes y aceptarlos  desde posiciones críticas acordes a nuestra realidad. Lo que implica asumir su conocimiento desde aptitudes éticas y estéticas, partiendo de su funcionalidad, intención y el contexto social, tanto del emisor como del receptor. Recordemos lo que indica Ramonet en su libro “La tiranía de la comunicación”: Ver no es comprender. No se comprende con los ojos o con los sentidos, con los sentidos uno se equivoca .Es  la razón, el cerebro, es el razonamiento, es la inteligencia, lo que nos permite pensar.

No se trata entonces de desconocer u obviar los medios de comunicación audiovisuales o las tecnologías de la información -eso sería imposible-, se trata de usarlos y consumirlos de forma racional. De aprender su lenguaje y los mecanismos con los que se expresa a partir de estrategias comunicativas.Así decodificando sus señales, interpretando cada detalle, dejaremos de de ser títeres manipulados por monopolios comunicativos para convertirnos en entes sociales activos. Sólo entonces conseguiremos despertar nuestro espíritu.

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