sexo


Crónica de un ritual masturbatorio

  Reseña narrativa al libro de cuentos para adultos Sexo chatarra, de María Liliana Celorrio

Me acerqué con ganas y descubrí su texto. Pasaron años y siempre que limpiaba el librero releía, releía entre otras cosas, a veces inevitables. Té con limón, así tuvieron la gracia de llamar Dulce María Sotolongo y Amir Valle a aquella compilación que tanto dio de hablar en el gremio y que descubrí a muy temprana edad, en mi precoz adolescencia, cuando nadie estaba pendiente de lo que devoraba en materia de cine o literatura, y menos mal que así fue. Ella, que describió a sus amantes, los reales, los imaginarios, los que idealizaba tal cual sus gustos, me los fue presentando uno a uno en aquel relato contenido en dicha antología, antesala de la revisitación por la que, como íntima amiga, me haría partícipe ahora en Sexo chatarra. Dedico estos cuentos a sus protagonistas: mis amantes. A los que vendrán, los espero en el próximo libro. Quedó claro desde la dedicatoria, la cual me remontó enseguida a todas esas ocasiones en las que leí Mujer cómica mirando fotos de hombres.

Ediciones La Luz hizo alardes ante la publicación de este libro en 2019, y no es para menos; como todos los ejemplares de este sello, el resultado es admirable en cuanto a formato, estética y por supuesto, de más está decir, calidad literaria. Y fue justo de ese modo cuando me lo topé en las redes, deseando desde entonces poder tenerlo en mis manos para degustar su lectura plácidamente, como los anteriores volúmenes de la autora de Mujeres en la cervecera y Las Hijas de Sade, entre no pocos otros títulos. Dos años de tortuosa pandemia demoraron los encuentros de Ferias, la posibilidad de ir a por él y mientras tanto de vez en cuando me saltaban en Facebook las imágenes de Sexo chatarra en manos de colegas holguineros. Pero como decía mi abuela, quien de paso digo, bien pudo haber sido protagonista de alguno de estos textos, “nada llega con más placer que cuando no se espera”. Estuve entonces invitada a la Feria Internacional del Libro de La Habana y allí, en el Salón de Mayo del Pabellón Cuba, sentada justo a su lado, compartí con María Liliana Celorrio, autora de este compendio de cuentos, tan despojado de formalismos innecesarios y hermetismos insípidos. Maikel Rodríguez Calviño hizo de la presentación una fiesta y mientras yo, tuve una especie de deja vú en la que me invadieron sensaciones conocidas provocadas por la fuerza de la literatura celorriana.

Llegué al libro, y como a todo espacio de confort que habito, dediqué tiempo a cada esquina. Conversé un poco con la Liliana en la foto de contraportada, como evocándola aquella mañana de presentación, o en el salón de espera de la terminal de La Habana años atrás, cuando se despedía de Julian, compañero de aquel año en el Onelio donde nunca tuve claro que era hijo de quien se convertiría en una de mis autoras de cabecera. Allí tuve el placer de conocerla en persona, y por extasiarme casi pierdo el viaje a Pinar, rumbo a una expedición. Mariela Varona, otra de las mujeres en mi lista, me dijo: La voz narrativa de María Liliana Celorrio es una tromba de mar. Nadie puede quedar inerme ante la marea de palabras que trae a nuestra orilla. Sus historias sacuden cada rincón de lo prohibido, de lo que no debe mencionarse. El erotismo y sus pulsaciones, la repercusión de la conducta privada en lo social, la violencia doméstica y varias estratagemas para llenar las carencias afectivas, se mezclan en este libro con otras obsesiones de la autora. Sus personajes retozan o sufren con una pasión que parece inabarcable. Aquí hay cuentos que pueden hacer reír y llorar al mismo tiempo. Y el lienzo dorado con pespuntes negros de su fibra poética los convierte en piezas para redecorar. Por su desenfado, Gertrude Stein los hubiese llamado relatos inaccrochables como los del joven Hemingway. Porque son tan auténticos y honestos como la mismísima naturaleza, como trombas marinas y también como flujo y reflujo de olas mansas en nuestra conciencia. Así son estos cuentos de la Celorrio, donde hay sexo chatarra y crímenes perfectos contados con el oficio y la potencia que sus lectores necesitan. Entonces, sucumbí ante el poder embriagador de esta narrativa, donde cuento a cuento me acompañaron situaciones un tanto místicas que solo hicieron más orgásmica su lectura.

Luego del primer día de Feria en la capital, reencontré a una coterránea con la que compartiera algunos años antes en un evento literario. Juntas nos fuimos a la Casa de la Poesía donde un programa bastante interesante esperaba por nosotras. Ese día hablamos de Sexo chatarra y compró dos ejemplares: uno para ella y otro para su novia. Varias veces comenzamos a leer La besadora, ¡que ganas de leer teníamos!, pero la adrenalina de tantos libros, lecturas, presentaciones, vida nocturna, nos desvirtuaban de llegar a él con la concentración necesaria. Pero un día, luego del almuerzo, tirada sobre el sofá de su cuarto, mientras el frescor de la tarde entraba por el portal abierto hacia el Capitolio, logré ver en el libro cómo se besaba con extraños, y sentí ganas de ir a sentarme en un parque y comenzar a escudriñar. Fue inevitable pensar en Liliana, acechante en las sobras de un banco. Luego supe que mi amiga había podido ya, más calmada, comenzar a leerlo y presa, ahora no podía parar. Vamos a… había escuchado en boca de su propia autora, vamos a… se enredaba el Coralillo del Sexo chatarra de la Celorrio, mientras la escuchábamos en la presentación y no pocos desde sus asientos cambiaron de color. Vamos a… palabras mágicas que entraban por su oído y se dormían en el pabellón de su oreja para después despertarle los pulsos. Los poros recibían una lluvia y la piel se estiraba y por una extraña reacción química se volvía resplandeciente… Vamos a singar… Pero este no es un libro sobre sexo, no es literatura netamente erótica que existe para removernos la libido, no, hay un equilibrio magistral entre los textos, que inicia con La cadena de oro. Confieso que tuve que releer el cuento más de dos veces para sentir que su esencia me envolvía, en ese afán de sentirme abrazada por lo que ansío. El surrealismo en el relato es notable y nunca pude imaginar que semejante mezcla fuese a albergarse entre las páginas de este tomo. También lo lírico de su autora toma partido y resaltándolo con bolígrafo encerré entre corchetes gigantes el siguiente párrafo: Aprendió a escribir poemas por la revelación de un poeta que profesaba la idea de que la poesía debía nacer naturalmente como las hojas de los árboles, si no, sería cadáver o farsa. Escribía lo que bajaba de su corazón hasta su mano, deprisa, palabras como tiernos brotes que después se desparramaban en cuadernos, cajas de cigarrillos o servilletas.

—A mí me gustan los negros. Siempre me han gustado.

Todas la miramos. No pasaba de ser la mujer correcta, sesenta y tantos años, casi anodina.

—Los negros no huelen bien. Cuando se “calientan” huelen a petróleo quemado.

Ahora fue ella la que nos miró, no fue una mirada común, tenía un leve destello de sabiduría y yo no quería pasar de algo así. (…)

Así se asoma narrando la protagonista del cuento que da título al libro y la naturalidad del discurso es rotunda, presta para que de pronto te asalten las ganas de gritar a todo pulmón: “a mí también me gustan”, confieso, aunque tampoco sea muy ducha del góspel ni el blues, ni haya leído a Toni Morrison. Va entonces uno, descubriendo ya en éste, el tercer relato del libro, la armonía narrativa de la que les hablaba y me es tan familiar que sonrío, pues, eso mismo intento en mis libros cuando armo un cuaderno, intercalar las intensidades de los textos con el fin de que no haya saturación posible al lector. Un grupo de mujeres conversan hasta que dos amigas quedan solas y establecen un diálogo coloquial sobre los negros y sus bondades. —Pero tú tan blanquita, ¿Cómo fuiste a empatarte con un niche? (…) En resumidas cuenta lo que tenías no eran penas de amor, sino fuego uterino, hambre de sexo chatarra. (…)

El confort, lo digerible y ameno de la lectura te hacen eco de ese acto de antropofagia amorosa y la escuchas decir desde cerquita mientras llena de pasión se saborea los labios y sonríe: musitaba una oración cuando estaba eyaculando dentro de mí, yo sentía sus espasmos, su semen limpiándome toda la hojarasca, llenándome de cauces y riachuelos y entonces comprendí el poema de Emilio Ballagas, la sandunga de Lorca, la voz pastosa de Carbonrell, me entró un patriotismo extraño porque descubrí mi identidad en un instante y en ese instante besé la memoria de Fernando Ortiz. Dicen que el amor es la causa perdida entre el sexo y la risa, pero descubres lo antagónico de la frase hacia el final de este cuento, pese a su desgracia no podrás evitar reír.

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Deus ex machina se me antoja real y maravilloso y por momentos viajo al Reino de este mundo y Carpentier se me asoma entre líneas, no sé, quizá sea solo producto de mis aberraciones makandelianas. En Ensarta de pescados tuve que detenerme y respirar profundo. Es innegable la relación de Liliana con el mar, lo lleva en los genes y en los últimos tiempos yo también he sido adoptada por él; ¿será acaso una estrategia? ¿Nos colecciona? Marcela se había reconciliado con el mar y soñaba mudarse para la costa con su perro Gandalf. La casa de madera estaría cerca del agua y ella podría corretear con el perro al amanecer y verlo saltar y morder la espuma, a los extraños, esa felicidad no tendría comparación, oír el chirrido de las gaviotas y el sonido del océano grande y macilento, verde u oscuro, con caracolas y pedazos de conchas partidas (…)

Detalla esa escena, ¿acaso no eres capaz de sentir el olor a mar, la brisa golpearte el rostro al punto de saberte ahí, saludando a quien pase, como si llevaras toda la vida postrada en la arena? Conforme avanzas en la historia las ganas no se quedarán solo a la sombra acechante mientras te revuelcas a su par sobre el camastro, en el fervor del ritual masturbatorio que un extraño invade, su placer tenía que ver con el silencio, el ruido del mar por la madrugada como si se hubiera vaciado de toda podredumbre y en el agua solo quedaran relámpagos de bondad.

El desamor también tiene cabida en estas páginas ante La soprano del vestido rojo. Nunca quedamos inerves ante tal sentimiento. The mamadas and the papis llega casi hacia la mitad del libro una vez más con la intención de mezclarnos sensaciones y al final, sin darnos cuenta reímos macabramente, sintiendo que somos culpables al recordar “mil maneras de morir”. Un texto fresco, necesario e ingenioso en el libro, como todos. Lamento griego hace un stop para que tengamos tiempo a reposar antes del Mirahuecos, amante con fatídico desenlace como aquel comprador de cuadros de mamadas… Confundida llegué a pensar en él, a cogerle cariño. A esperar que dejara más flores sobre su cama la mañana siguiente, como anunciando el regreso a la ventana cuando se hiciese de noche. Al principio el morbo embriaga con fuerza, pero luego el pulso narrativo de Celorrio convida y bastarán tres páginas para querer uno igual para ti. Tranquilas aguas te anudará el pecho. Deberás cerrar el libro de un tirón y mecer el balance con la intención de acomodarte dentro el vaivén las emociones. Y volverás a mecerlo, quizá con más fuerza Bajo las frondas

A mi manera, en el menú, es como la especialidad de la casa, oasis donde convergen las intencionalidades del libro. Un recorrido donde los gustos musicales de la autora encierran la provocación que traen las canciones y músicos a las que hace referencia. Siendo el texto más largo de Sexo chatarra el cual transitarás sin reparos, bien cabe extasiarse en Caetano, Gal y María Bethania. Fue inevitable no sentirme cómplice ante tales conclusiones y divertida ver cómo se ponían rojos mis mofletes ante la cara de madre, que abanicaba su angustia una tarde de apagón. A veces me gustaba tener monilias, porque eran exquisitas para masturbarse, no así para templar porque inmediatamente pensaba en enfermedades venéreas y era mejor ponerse los óvulos (…) Recordé que mi amiga había puesto este mismo fragmento días antes en sus estados de WhatsApp alegando las geniales ocurrencias de Liliana. Sin duda alguna ya se había devorado el libro.

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Sexo chatarra: las provocaciones de María

El hijo del sol tuvo la gracia de llenarme de ternura, de ganas. Me encantan los hombres con el pelo largo, y aquí, no solo tiene una trenza infinita, sino que lleva el color de la tierra árida de Centro América, sus antepasados tatuados en el alma y la convicción de amar una sola vez. Tiene que haber tenido todo el propósito su autora para quizá derretirnos, más allá de comprender a la protagonista con sus ansias de contaminar la inocencia de un hombre. Cuando lo vi, un poncho multicolor escondía su espalda maciza y su sexo morado, por eso del cuento de los aborígenes. Era del cantón de los Saraguro y hablaba quechua. Tocaba una flauta que llamaba dulce y dijo se llamaba Inti Yupanqui y que su nombre significaba hijo del sol, yo imaginaba su pelo suelto sobre mis senos, aspirando subrepticiamente su olor de hombre primigenio.  

La homogeneidad del libro es indisoluble y así se transita entre Traspolación (menos intensidad), Mentiras piadosas (más intensidad) otra vez entre mujeres agobiadas por la inopia de los amores; Máscaras y Los perfectos crímenes del corazón, enlazados precisamente por las pasiones malditas, terminan de entretejer junto a Diario la diversidad temática que aborda este volumen, eco poderoso de todas nuestras voces juntas: Aún puedo respirar. Soy Borka, la reina del África. El monzón del Sur. La piedra del camino. INVENCIBLE…

Así se sienten mis manos luego del peregrinaje…