Sergio Cevedo


#MaestrosdeJuventudes: Raúl Aguiar y Sergio Cevedo

Recordar los años del Onelio traen siempre consigo el impulso, las ganas, las fuerzas. Diecisiete otoños y unas pocas páginas nacidas a puño no bastaban para merecer semejante oportunidad. Si orgásmica fue la noticia de haber sido seleccionada para aquel ya lejano decimosexto curso, buena nueva que llegó en la melódica y tierna voz de nuestra Ivonne Galeano cuando corría el año 2013, extasiada regresé siempre a casa luego de esas semanas abarrotadas de letras, análisis de grandes obras que nunca había leído, muchas que de hecho aún no leo y lo sufro; es que no me da la vida, le comentaba, es una de las penas que a diario me consumen, la falta de tiempo para poder pasar horas leyendo, las horas que merece el placer de la lectura. Y me decía el profe Raúl Aguiar hace unos meses en mis andanzas: tranquila… Sugirió unos textos como si me fuesen a multiplicar los soles. De esa naturalidad profunda, como abrazo, es que invoco siempre al profe, que entre Rock and Roll y crepúsculos, lo mismo en H y 21, que en otras ruletas cuyas calles por más que me esfuerce no voy a recordar, nos invade de toda esa jovialidad tremenda, esa que nos da la confianza de que habrá tiempo a todo. Es la misma sensación que tuve cuando un sábado de esos leí el primer cuento que hacía en mi vida. Yo en una punta, y a mi derecha, en este orden: el profe Heras y Raúl. Del lado izquierdo, el tembloroso, Sergio Cevedo, a quien ya había comentado lo primigenio del texto, y ante el vibrar de mis manos solo atinó a decir, así, con toda la convicción del universo, contundente: saldrá bien, y bastó.

Hacer alusión a estas pequeñas cosas, alimento para el alma, y pretender que recuerden es imposible, hemos sido muchos los afortunados, pero igual, cada uno de nosotros atesora esos pasajes que no cualquier maestro es capaz de provocar. Hubo tardes a guitarra; recuerdo una especial en la que hasta a Eduardo Sosa lo capturamos y así pasaron horas de arpegio, donde todos hablaban y yo iba como de brinquito en brinquito de un tema a otro, solo atenta, sintiendo que adolecía de mucho y al mismo tiempo tan feliz de ello, de saber que tanto me faltaba aún por descubrir. Hubo días de magia, de sentir que se puede uno tragar toda la literatura que existe en un bocado con tan solo escucharlos. “Yo quiero leer to’ eso y digerirlo así”, pensaba, “con esa pasión y las ganas de que la alquimia encuentre rumbo entre los dedos de nuevas oleadas de escritores, como hacen nuestros eternos Raúl y Sergio”. Y ¡qué raro!, jamás había pensado en el magisterio, ahora que analizo, sería lo ideal para el ajuste lectura-tiempo, y luego el desquite, la revancha, el atrapar a los que vienen con ganas de tejer.

Pero no solo pienso en mis profesores de la Onelio como esos ante los cuales lo mismo me babié dormida en clases, que si me dejaban iba a parar frente con frente a sus caras por lo adentro que me metía en sus charlas, pero no, también los descubrí en sus estados puros, como danzantes de historias. Sus libros fueron de alguna forma la muestra de todo aquello que les escuchábamos en clases. Ya era difícil ir desnuda a sus lecturas, despojada del ajiaco teórico que se nos sembraba dentro, y entonces miraba uno con otros ojos.

Nunca hubo un “para luego” cuando se hacían preguntas, todo momento era preciso para aclarar la duda, para citar a Rulfo, a Onetti, a Onelio, a Fulkner, a muchos, y con esa gracia de fichero hacerlos coincidir en cada tema para mostrarnos las respuestas a través de todos ellos.

¿Profes del Onelio, dicen? ¿Y se han preguntado cómo llegan Raúl y Sergio a todos aquellos que no han podido pasar el Onelio? Ya es una fiebre, se corre la voz y de algún modo se hacen leyenda. Algunos hablan de lo geniales que son los profes, de los arrebatos a guitarra, de que cómo es posible almacenar tanta lectura, tanto análisis literario, de su gran sensibilidad al hablar sobre una obra. Yo, además de todo eso, hablo también de su grandeza humana, de sus pasiones, de lo sublime en su afán para enseñarnos cómo abrir esas puertas doradas hacia un camino que salva: la literatura.