Retrato de un niño llamado Pablo


Un niño de carne y hueso (+ video)

Los afanes y obsesiones de un niño cualquiera, personificado en un títere hermoso de ojos saltones y expresivos y pelo azul, es el argumento alrededor del cual comienza a tejerse una historia diáfana y provocadora que invita a las familias a mirarse por dentro y a cuestionarse cuán cerca o no están de sus hijos.

El mensaje más evidente es que Pablito pudiera ser el hijo o el hermano que nadie ve o entiende, y así lo puso de manifiesto Teatro Las Estaciones, sobre las tablas de la Sala Abdala, en Ciego de Ãvila, con su hermosísima versión de un cuento de la narradora catalana Carmen Fernández Villabol, que devino Retrato de un niño llamado Pablo.

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En lo que pudiéramos llamar una suerte de psicoanálisis teatral, el argumento de la pieza resulta novedoso y atractivo, y propone un viaje introspectivo a los sentimientos de este niño pequeño que comienza a preocupar cuando rechaza la ropa de marca por el papel aluminio, usa una bolsa plástica para orinar en lugar del común inodoro, o le roba a su hermano el casco de la moto.

Lo inaudito de cada situación lleva a la familia a consultar la opinión de dos psicólogos, quienes documentan cada momento a través de flashazos y concluyen que el tratamiento lo merecen ellos y no el pequeño, que aún no han podido explicar la lógica de cada acción. Pablito quiere ser cosmonauta y nadie calculó que esta temprana vocación vendría a trastocarle los sentidos.

Al centro del conflicto destaca la interpretación de María Laura Germán, en el personaje de la madre, quien mantiene en todo momento su vis cómica e introduce en sus parlamentos frases en inglés, modo de corroborar hábitos que hoy se importan en maletas y se perpetúan.

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No menos singular es el papel de la maestra, por su capacidad de comprensión, análisis e imaginación, que la hacen combinar el español, la historia y la matemática con la música, la poesía y la danza. Temerosa de que “la expulsen del sistema de educación†por tales desvaríos, representa la sabiduría y la razón, el peso que inclina la balanza y marca la diferencia en medio del caos.

La funcionalidad escénica de la pieza se confirma no solo por la calidad interpretativa de los actores, sino por su versatilidad e innovación al emplear acertadamente numerosas técnicas del teatro de títeres como el uso de la máscara, los actores en vivo, el abandono del retablo estático y el uso, en cambio, de un marco de un cuadro —pantalla de un tablet si se quiere— para mover detrás toda la amalgama de sentimientos y voces.

(VER TAMBIÉN RETRATO DE UN NIÑO MUY ORIGINAL)

¿Quién es Pablo?

En exclusiva para Periódico Invasor, Rubén Darío Salazar Taquechel habla sobre la puesta en escena de "Retrato de un niño llamado Pablo", obra con que Compañia Teatro de Las Estaciones celebra un cuarto de siglo haciendo reír y llorar al más pinto de la paloma.

Publicada por Periódico Invasor en Jueves, 6 de junio de 2019

Constantes entradas y salidas al escenario, la fuerte proyección de los artistas, el filo hilo entre la comicidad y el drama, la buena música de Raúl Valdés, y el hecho de que confluyan la danza y el canto, suman otros méritos que engrandecen la puesta.

La autenticidad visual de la pieza se hace patente con el excelente diseño del vestuario, casi estrafalario y satírico, de Zenén Calero Medina, que nos ayuda a construir los caracteres individuales de los personajes, y por el magistral uso de las luces, al punto que transmiten sensaciones y van marcando puntos de giro evidentes en la trama.

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Quizás uno de los momentos de mayor belleza y lirismo fue cuando las luces negras lo inundaron todo y solo resaltaban las imágenes fluorescentes que parecen aludir a los sueños de Pablito, hasta ese momento insospechados.

Lo cierto es que no se equivocaron quienes le otorgaron a la obra importantes premios como el Villanueva, de la Crítica; el Rubén Vigón, de Diseño; el Adolfo Llauradó, de Jóvenes Actores; y el Caricato, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en la modalidad de teatro para niños, porque cada presentación puede redescubrirse siempre fresca, con el aura indiscutible de la pasión y las verosimilitudes abrumadoras.

Con un repertorio que celebra ya 25 años, los héroes a los que Teatro Las Estaciones ha dado vida, casi siempre han usado tallas pequeñas: Pelusín del Monte, Doralina, Pilar, Federico, Alicia, o el Pastorcillo y el Príncipe, pero no por ello han dejado de ser grandes en experiencias y disfrute.