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Rosa Chávez: «Poemas para desatar la mordaza de la vergüenza, la culpa y el pecado»

Rosa Chávez es una mujer que no necesita de permisos, sus versos y arte son su propia liberación. Sabe que en ella habitan sus ancestras y ancestros, los vivos y difuntos que, como tejedores de espiritualidad, la ayudan a retomar su legado, la palabra que les ha sido arrebatada a los pueblos originarios. Ella asegura que “al escribir acepto mi función, acepto mi nawal, acepto mi cargo”. Su poesía es la dimensión del hoy y del ayer, pero también del mañana, del de muchos y muchas… es una voz colectiva.

Ella sabe cómo desatar mordazas, subvertir normas, convertir la palabra en “sangre caliente”, es, como dicen sus versos, el “espíritu al que le nacen deseos, espinas,/ raíces, troncos, llamados de este y otros tiempos/ morena, sudorosa, sinvergüenza, apalabrada carne morena/ carne que baila, que baila con los ojos abiertos y cerrados…” Rosa es la herida y cicatriz de voces robadas, pero no silenciadas. Su arte es sanación, la reivindicación del ser mujer originaria, mestiza y animala: “boca que recupera su canto, su grito, su saliva.”

Tu poesía es descarnada, es un tiro directo a la sien. No busca complacer sino denunciar. Es el grito de reconocimiento de la mujer, la indígena, la violentada, aunque de esos mismos lugares provienen tu libertad y tu fortaleza. ¿Cuándo la voz de Rosa asumió esa fuerza más allá de los versos?

La poesía me ha rescatado y me ha permitido encontrar rutas para mi propia liberación, para mis tomas de conciencia, para el retorno a mi propia espiritualidad. Me ha brindado herramientas para vencer el miedo impuesto a mi cuerpo e ir sanando las violencias sistemáticas que he vivido como mujer indígena. Esa es la fuerza que ha impulsado mi palabra, por medio de la poesía y el poder de las manifestaciones artísticas he recuperado mis voces negadas, mis voces robadas, mi voz colectiva. Mi poder de nombrar como reivindicación de que existo, de que existimos. Para en colectividad hacer fuerza, propuestas, acciones, en las luchas en donde me siento comprometida, junto a mi pueblo y otras comunidades en el presente que me ha tocado.

Tienes un espíritu transformador, no solo en el sentido artístico sino también vivencial. Coméntanos qué tan difícil ha sido el camino para la Rosa espiritual, concientizada, denunciante, una actitud que queda develada en tu poesía y se pone de manifiesto en tu activismo.

Ha sido un camino de múltiples resistencias, reivindico mi capacidad de recrear belleza y pensamiento emancipador como un legado y un compromiso, en una sociedad, en un estado racista que desde el día de mi nacimiento tenía marcado mi futuro para la servidumbre. Pero en ese tránsito nunca he caminado sola, han sido mi madre, mis ancestras, mis hermanas, mis amigas, mis comunidades, quienes han acuerpado mi historia. Es importante en mi proceso posicionar narrativas no hegemónicas desde la pluralidad que me habita y que somos como pueblo, porque la manera de contar, la manera de decir, las maneras de comunicar importan mucho, son la cimiente de los pueblos. La base del arte son las narrativas, la creación está llena de narrativas, es el sustento del trabajo artístico; narrativas para nuestra liberación, para la sanación, narrativas para la rebeldía, más allá del razonamiento y también con el razonamiento, narrativas descolonizadoras. La intensión en la acción, hacia donde quiero dirigir mi energía creativa, para derrumbar esas creencias de dominación y opresión que se han naturalizado y que creemos ciertas. Lo afirmo como un compromiso, desde las limitaciones de mi propia experiencia, estar en esta observancia, en esta consciencia que me ofrece multiversos de posibilidades para experimentar, crear, para enunciar y para denunciar.

Nadie puede saber

la cantidad de sal que guarda nuestro cuerpo,

generaciones de generaciones hacía atrás y hacia adelante,

con tantas lagrimas estalactitas y estalagmitas

en las profundidades de nuestra memoria.

Hay una fuerte lucha por silenciar el activismo político, por aplastar y segregar a las minorías. En el caso de Guatemala esto se ve específicamente hacia la población originaria, sobre todo hacia las mujeres indígenas, ¿cuál es hoy su situación, si se tiene en cuenta todo lo que ha traído la pandemia para los sectores más desfavorecidos?

El continuum de violencia y represión hacia los pueblos, las luchas, las defensoras y defensores de la tierra y el territorio en tiempos de pandemia se ha profundizado. La pandemia se suma a la situación que ya vivían las mujeres mayas y sus comunidades, reprimidas, criminalizadas y hostigadas al defender sus territorios y cuerpos de las empresas extractivas que están invadiendo y saqueando. En algunos territorios las comunidades están reviviendo traumas del conflicto armado interno por la militarización y los estados de sitio impuestos, lo que despierta los temores del pasado. Es un contexto crítico donde jóvenes activistas y comunicadoras indígenas también están siendo perseguidas. Y sí hay una fuerte lucha por silenciar las voces que le son incómodas al Estado racista y opresor en el que vivimos, pero también hay una fuerte lucha organizada e intergeneracional desde las mujeres y los pueblos por la memoria, por la justicia, por una vida en plenitud y en dignidad.

Reivindicada como mujer originaria, maya –según sus propias palabras–, ¿de dónde sacó Rosa la fuerza del nahual?

En mi proceso escribo desde mi relación cotidiana, cosmogónica, histórica, que me vincula directamente con mis ancestras y ancestros, quienes desde la cosmovisión maya y nuestra ritualidad cotidiana son nuestras abuelas y abuelos, que están vivos o ya son difuntos. Todas las generaciones precedentes no representan el pasado sino un presente vivo. Converso con ellas y ellos en mi diario vivir, les pido consejo, protección, les cuento mis pesares, alegrías, les muestro mis poemas, mis proyectos artísticos. Este diálogo y los distintos territorios que habito se reflejan en lo que escribo. Retomar el legado de expresión y recuperar el poder de la palabra, de la escritura, que nos fue arrebatado y negado es la fuerza y la energía de mi nawal, de mi estrella de nacimiento. Al escribir acepto mi función, acepto mi nawal, acepto mi cargo. Escribo gracias a mis ancestras tejedoras que escribían y siguen creando sobre sus telares, que diseñan poemas visuales, ideogramas cósmicos, que siguen escribiendo la historia en un lenguaje poderoso que trasciende la historia impuesta.

¿Qué “frentes” mueven a la Rosa-jaguar, a la Rosa-coyota, pero también a la Rosa-espiritual?

Reconozco a las mujeres y las energías plurales que me habitan, a través de la escritura les honro. Escribo como una forma de resistencia, como sobrevivencia, pach’um taq tzij dibujando sutilmente las venas que me atraviesan, escribo poemas modelando la rabia con mi pensamiento. Mis poemas son mis “frentes”, la pintura corporal con la que adorno mi cuerpo tiempo, son los jades que horadan mi piel. Escribir todo lo que se pueda, ante el temor de la equivocación, ante la derrota de los miedos instaurados, ante todas las contradicciones que son parte de mis huesos, poemas para desatar la mordaza de la vergüenza, la culpa y el pecado, poemas para subvertir la norma, cantos rituales para decirme a mí misma que estoy viva.

La mujer rio, la mujer huracán, la mujer nube despierta, la mujer milpa, la mujer agua, la mujer montaña, la mujer grito, la mujer piedra, mujer encanto, la mujer venada, la mujer serpiente, la mujer palabra, la mujer canto, la mujer placer, la mujer vacío, mujer justicia, mujer tortilla, mujer alimento, mujer células, mujer ardiente, mujer espíritu, mujer loca, mujer planta, mujer misterio, mujer jaguara, mujer camino, mujer pregunta, mujer saliva, mujer temascal, mujer filo, mujer aroma, mujer tortillera, mujer curandera, mujer medicina, mujer de antes, mujeres dos espíritus, mujer presente, mujeres ahora, mujeres aquí, mujeres somos, mujeres renacemos, mujeres reímos, mujeres cantamos, mujeres gozamos, mujeres luchamos.

Tu escritura, ¿rugido de paz o de lucha?

Pienso que cada libro, cada poema tiene un espíritu, una energía que se manifiesta más allá de mí y que llega a quien los lee de una manera también independiente, y eso es parte de la esencia de la poesía que me maravilla. Considero a la poesía una entidad viviente, así la percibo y así he aprendido en el camino a convivir y dialogar con su luz y su oscuridad.

Me resuenan los versos de la poeta chicana Gloria Anzaldúa, quien en su poderoso poema manifiesto Hablar en lenguas: Una carta a escritoras tercermundistas dice: “Olvídate del cuarto propio[1] escribe en la cocina, escribe en el autobús o mientras haces fila en el Departamento del Beneficio Social o en el trabajo durante la comida, entre dormir y estar despierta”. Allí encuentro el sentido mismo de la vida de quienes, aún en contextos o realidades hostiles, escribimos desde la fuerza de nuestra rebelión. Escribir como lucha, como rugido feroz pero también desde la ternura radical, desde el goce, como afrenta, pues para eso no necesitamos pedir permiso.

 

 

Nota:

[1] Anzaldúa se refiere a “A room of one’s own” (Un cuarto propio) de Virgina Wolf.