Paranoia


Paranoia en la Sala Real

La buena fotografía llama la atención sobre sí misma, es un panteón de visualidades en el que cohabitan discursos. Atrapa y sacude. Paranoia cumple esa máxima. Ernos Naveda y Barbarito Walker se han unido en la galería Sala Real para exorcizar, desde el lente, el pandemonium de la ignorancia: la sentencia de que “lo nuevo” es inmaduro… porque el arte joven no tiene bridas y no permite ser espoleado.

He aquí una fotografía que genera diversas capas de experiencias desde la composición y lo insinuado. Se puede leer a través de los distintos planos expresivos; revela historias y personajes.

 

Naveda es un provocador: cataliza la violencia, la lascivia, construye el miedo y lo venera. Ha dicho que su serie, El beso rojo, “es un dolor en el pecho, una necesidad de explotar, crear; un desnudo en imágenes. Es amar todo lo que puede ser rechazado o cuestionado.”

Toma la realidad, la intensifica exponiendo el lado oscuro de la razón, con un apetito deshonesto y perturbador. Convida a la agresión contemplativa, porque el espectador es un cómplice voyerista.

Su fotografía es teatral. Ernos Naveda es un dramaturgo visual que manipula y recrea escenarios; sus sujetos fotografiados se vuelven actores a merced de un erotismo sin censura, como pretexto para discursar sobre violencia de género, cosificación y mercantilización del cuerpo.

 

Walker es un documentalista. Las imágenes, suscitadas por la novela Memorias del subdesarrollo, traducen su contexto cultural, el aquí y el ahora. Sergio es su alter ego; pensado en él y su telescopio, Walker salió con su cámara a cazar realidades tropezadas. Es un testimoniante. Trae diversos personajes de la pluralidad de isla que somos, con o sin poses; porque la pose es también una actitud ante la existencia. Estamos habituados al subdesarrollo; el fotógrafo solo lo explicita.

La psicología de los sujetos es uno de los elementos más explotados. Sergio es un diseccionador de la sociedad, Walker puede serlo también. Antes de presionar el obturador conversa con las personas, establece una compenetración espiritual que lo ayuda a apropiarse de la energía del momento. Hay en su obra un aliento filosófico y una forma poética de descubrir el contexto social.

Paranoia expone, desborda, increpa. Conecta con el público porque apela al inconsciente, al hecho íntimo y punible o al hoy colectivo. Es una fotografía que recién emerge pero se abre paso en la palestra con la fuerza pujante del derrumbamiento.