No importa


«No importa», un país en una obra (dosier)

No Importa: Un teatro en tránsito

Por: Isabel Cristina López Hamze

Las puestas en escena van cambiando, como todo en la vida. Cuando uno ve un espectáculo varias veces en lugares distintos, y rodeado de públicos diferentes, no está asistiendo a la misma obra aunque los actores sigan las mismas pautas. Eso me ha sucedido con No Importa, puesta en escena de El Mejunje, sobre textos del libro de crónicas ¿Quién le pone el cascabel al látigo? de Rodolfo Romero Reyes. Es una obra nacida en pandemia, en medio del enclaustramiento y el miedo. Un proceso que comenzó a gestarse a hurtadillas en Santa Clara, cuando no se podía salir a la calle y los actores se reunían para ensayar desafiando al virus y a las autoridades sanitarias. Así nació esta puesta, de la desobediencia y la necesidad profunda del reencuentro, de las ganas de comprender esta Isla a través del teatro.  

Dirigida por el novel Adrián Hernández, la puesta en escena tiene su origen en la lectura comprometida de un libro de crónicas, un género bastante preterido por las editoriales, pero que, históricamente, ha sido del amplio gusto popular. Con el pretexto de una reunión de amigos se va perfilando un espacio para el diálogo, la diversión, los cruces sentimentales e ideológicos de una generación que hoy se encuentra ante la disyuntiva de irse o quedarse. Tres de los amigos, que pasaron juntos su adolescencia y primera juventud, se fueron a otros países y uno se quedó en Cuba. Se encuentran en una fiesta privada y recuerdan momentos de sus vidas que se corresponden con algunas de las crónicas del libro. Cada cuadro se concibe con una estructura interna propia, que posee un inicio, un desarrollo y un cierre y la situación dramática de base, que sería la fiesta de los amigos, va hilvanando toda la acción de la obra.      

No importa surge como una suerte de premonición, pues en el momento en el que se estrena, a finales de 2021, aún no se había desatado en su mayor intensidad la oleada migratoria que estamos viviendo. Es una obra que se adelanta a los acontecimientos. A pesar de su tono de inmediatez y la velocidad de esta época, la puesta sigue estando a la par de la realidad cubana más actual. Esa conexión directa con el momento está determinada, en gran medida, por el carácter evocativo del espectáculo y sus transiciones al aquí y ahora. Los personajes recuerdan episodios de sus vidas y como estrategia escénica se representa esa memoria trayéndola al presente.

El juego del teatro dentro del teatro que se advierte en la estructuración de los diferentes cuadros es el recurso que soporta la teatralidad de la obra. También se advierte un ligero matiz de metateatralidad sugerido a partir de las reflexiones sobre el propio hecho teatral. Esta dimensión se hace muy evidente en el prólogo que recuerda un estilo de obras específicas en las que se le explica al espectador lo que va a ver. Lo interesante es que este rasgo didáctico no se vuelve tedioso, sino que adelanta eficazmente el tono y el color del espectáculo.

Foto: Daniel Álvarez Fernández. / Cortesía de El Mejunje. / Puesta en escena de la obra No importa.

No importa es para mí como un Work-in-Progress. Desde que vi la puesta por primera vez me llevé esa impresión. Me reafirman esa idea la estructura sencilla y la conformación del relato escénico a partir de unos pocos elementos; el recurso de la pizarra sobre la que se van colgando los objetos como residuos de esa historia compartida y el carácter vivo, espontáneo, sujeto a variaciones que tiene el espectáculo. Por eso prefiero las primeras dos funciones a las que asistí: una en la Casa del Alba en agosto, y la otra en el Café Teatro Bertolt Brecht en septiembre de 2022. En aquellas ocasiones los actores vestían con ropa negra similar a las de entrenamiento y sobre ese vestuario neutro que da la impresión de visualidad inacabada, se iban incorporando elementos que caracterizaban a los personajes. Esa propuesta de vestuario tenía mucho que ver con la noción de trabajo en proceso, de búsqueda, de experiencia teatral en tránsito. Con el paso del tiempo los actores incorporaron vestuarios más apegados a lo realista y decoraron las maletas de madera con motivos pictóricos. Esta segunda propuesta, a mi juicio, es menos atractiva que la anterior, desde el punto de vista conceptual, aunque no le resta fortaleza, ni emotividad a la puesta, dos de sus mayores virtudes.   

Los actores logran algo tan difícil como estar en una misma cuerda, mantener un mismo registro a pesar de tener diferentes condiciones físicas y un nivel distinto de organicidad. Uno de los valores de la interpretación es el juego que se establece entre el actor, el personaje del presente y el personaje que se recuerda. Los cuatro actores consiguen un equilibrio perfecto y son partes de una especie de personaje grupal en el que muchos del público se ven representados como grupo generacional. Al mismo tiempo, cada personaje mantiene su identidad propia y juega un rol diferente en el espectáculo.

El tema de la emigración está abordado de manera seria, aunque se trate de una comedia. El problema que tanto afecta a la familia cubana y que tiene tantas aristas se trata sin romanticismos y sin medias tintas, aunque el acento final está puesto sobre el que se queda en Cuba y la felicidad que ha alcanzado aquí. En el largo proceso de la obra que ha implicado su montaje, funciones y cambios en su interior y en el país, han visto partir a amigos, colegas y familiares. Como un ejemplo de ironía dramática el actor que interpretaba al personaje que es el único que se quedó en Cuba, se fue «en la vida real». Ese dato no tan escondido redimensiona el personaje que ahora es interpretado por otro actor.

Quizás uno de los momentos más insólitos de la puesta es el intermedio en el que los actores hacen video-llamadas con amigos que viven fuera y de una forma muy motiva los incluyen en la función. Esa mezcla de la realidad y la ficción está presente en todo el espectáculo y es uno de los ganchos más fuertes para el público. Me resulta muy significativo que el material sobre el que parte la obra, no es un texto teatral, ni siquiera de literatura de ficción, sino un libro de crónicas. La génesis de la puesta está en una fuente que parte de lo real y de experiencias narradas en primera persona. Ese espíritu se conserva en escena y es muy atractivo para los espectadores quienes tienen una participación activa en toda la representación aunque no tengan que hablar, o subir al escenario en ningún momento.     

Cuando la obra está por comenzar, los actores saludan a la gente del público, conversan y abrazan a algún santaclareño ausente, mientras la música nos hace sentir en un lugar cómodo e informal. No están concentrándose tras la pata, no terminan de ajustarse el vestuario, no repasan el texto en su cabeza, sino que fluyen como si se tratara de una fiesta íntima que es en realidad el escenario ficcional del espectáculo.

El ambiente de fiesta que la obra genera y del que enseguida el espectador se hace parte, permite esa condición a la que los griegos llamaron parresía, que significa “decir todo”. Como los comediógrafos antiguos, los jóvenes de No importa asumen el concepto de parresía y lanzan las verdades más duras, otro gesto político y genuino que el público de estos tiempos agradece hasta las lágrimas.

Buscando las repercusiones del espectáculo a casi dos años de su estreno, noto un escaso interés de la crítica especializada en esta puesta. Asumo que, lo que a mí me resulta valioso, que es precisamente esa precariedad de la escena, lo inacabado de la puesta, la asimilación de una estética convencional estructurada en cuadros, a otros les parece un fallo de la dirección o quizás una pobre proyección escénica. Considero que no hay por qué temerle a lo sencillo cuando existe una hondura en lo que se quiere compartir. Aunque cada persona y especialista tiene su propio criterio, lo que nadie puede negar es que la puesta ha sido un suceso de público y eso es digno de analizar. El público ríe, llora, canta, regresa una y otra vez.

Foto: Daniel Álvarez Fernández. / Cortesía de El Mejunje. / Puesta en escena de la obra No importa.

No Importa es coherente y genuina, eficaz en sus proposiciones escénicas. Siento que seguirá mutando con el tiempo y se harán nuevos hallazgos. Es otra de las tantas obras cubanas que abordan el tema de la emigración. La maleta vuelve a ser el símbolo del viaje, del regreso, del escape, de la vida misma del que nació en una Isla. Esta vez, no es un maletín de rueditas “pá que no te pese”, sino cuatro maletas de madera, como las que llevábamos a la escuela al campo. Una maleta pesada, incómoda de cargar, fea, tosca, pero resistente e irrompible.

Yo volvería a ver No importa tres veces más y sé que cada vez será distinta, porque le hablará a un país distinto, a una yo distinta. No se puede augurar la esperanza de vida de una obra que está tan pegada a la realidad y en eso también radica su honestidad. Gracias a Lisandra Martín, Duviel Gutiérrez, Leisy Domínguez, Yuniesky Bermúdez y Adrián Hernández por aventurarse a dar su propio testimonio del país que somos. Gracias siempre al gran Silverio por acompañar a los jóvenes y saber dialogar con ellos desde su altura. Los aplausos de esta puesta son también para él, un líder que ha sabido cobijar muchas maneras de pensar, de ser, de entender esta Isla bella que nos duele, nos alegra, nos oprime, nos libera, pero sobre todas las cosas: nos necesita a todos.    

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El Mejunje Teatral: Reinventarse por todo lo que importa

Por Claudia Amanda Betancourt Torres

Entrevista a Adrián Hernández Hernández, director de la obra No importa

No importa es la obra más reciente de la compañía teatral Mejunje de Santa Clara, bajo la dirección general de Ramón Silverio. Una obra que ha tenido una repercusión significativa en los públicos de la Cuba de hoy y más aún en los jóvenes. Trata temas como la migración, el respeto hacia la diversidad, la amistad.

La puesta en escena fue ganadora de la Beca El Reino de este Mundo (2020), que otorga la Asociación Hermano Saíz. Han tenido la oportunidad de presentarse en diferentes festivales, sedes y eventos escénicos del oriente, centro y occidente del país. En La Habana ha estado en varias ocasiones con el apoyo de la AHS, de la Articulación Juvenil del Centro Oscar Arnulfo Romero (OAR), del proyecto de cooperación internacional “Juntarte: la cadena creativa que hace la escena inclusiva”, la revista Alma Máter de la Universidad de La Habana (UH) y de Casa de Las Américas.

Con cincuenta funciones realizadas hasta el momento, No importa cuenta la relación de cuatro amigos que se reúnen en un hotel después de un tiempo sin verse, tres de ellos no residen en Cuba, todos tienen puntos de vista diferentes sobre la realidad social que viven, sobre los sentimientos humanos, la política de nuestro país y de los recuerdos que forjaron esa amistad inseparable entre ellos. Una puesta en escena que surge a partir del libro ¿Quién le pone el cascabel al látigo?, de Rodolfo Romero Reyes, que cuenta con cuarenta y cinco crónicas sobre la realidad cubana de las últimas décadas.

¿Cómo surge la idea de llevar a la escena algunas de estas crónicas de Quién le pone el cascabel al látigo?

La idea del montaje de No importa surge en medio de la pandemia. Nosotros regresábamos de un festival en Matanzas, se empezaba a anunciar que se iba a cerrar todo el país y comenzó el confinamiento. Nosotros teníamos la necesidad de trabajar, de seguir haciendo cosas porque salimos muy embullados de aquel festival y ya habíamos colegiado la idea de trabajar juntos un grupo de actores. Creamos un grupo de WhatsApp, que llamamos “La Mejunjancia” y empezamos a cocinar la idea de que debíamos ponernos a trabajar en función de algún espectáculo. Silverio nos convoca y nos orienta que cada cual desde sus casas fuera escribiendo, fuera proponiendo algún montaje para cuando existiera la posibilidad empezar a trabajar, pensando que toda esa situación pasaría rápido y no fue así.

Cuando yo era vendedor en la plaza de artesanías Plaza Apolo de Santa Clara, había comprado en una feria del libro ¿Quién le pone el cascabel al látigo? porque muchos jóvenes que pasaban por el quiosco donde trabajaba hablaban sobre el libro y me llamó la atención. Lo compré en la mañana y en la tarde cuando recogí el quiosco, me había leído el libro casi completo y me gustaron mucho las crónicas porque me vi reflejado en muchas de ellas, fue lo que yo viví en mi etapa del preuniversitario, del servicio militar, de la universidad. Me pareció interesante lo que se contaba en este libro y llevé la propuesta a nuestro grupo. Con todos los reencuentros que se relatan en el libro, pensé que la idea para la puesta en escena podía ir por ahí, sobre un reencuentro.

Cuando tuvimos la oportunidad de vernos, de manera indisciplinada, escapándonos de nuestras casas y cuando Silverio nos permitiera alguna vez utilizar el espacio de El Mejunje, tomando todas las medidas de seguridad, seguimos trabajando para que resultara el espectáculo y también aliviar ese mal rato de confinamiento en las casas. Los muchachos se leyeron el libro y también les gustó mucho. Empezamos hacer un trabajo de mesa con la idea central de un reencuentro de cuatro amigos, de los cuales tres no vivían ya en Cuba. De hecho, la idea inicial era de cinco amigos, lo que hubo uno que nunca pudo llegar a ese reencuentro por razones diversas y no pudo estar. En el trabajo de mesa, éramos pegados al teléfono móvil como medio principal en esos días de pandemia para comunicarnos y me surgió una preocupación. Entre nuestros propios círculos de amigos se desataban discusiones, había desacuerdos sobre algunas de las cosas que estaban sucediendo en el país en cuanto a leyes y política. Era algo que me molestaba mucho y fuimos incorporándolo en la obra.

¿Por qué el nombre de la obra es No importa?

En un principio la obra no tenía el nombre final, se iba a llamar igual que el libro. Seleccionamos los cuentos, aunque por mí hubiesen estado todos los del libro, pero los muchachos y Lisandra, que fue mi asesora, me hicieron entender que había que ajustar todo al lenguaje teatral. Trabajamos el plano de los movimientos, el diseño escenográfico y todos los demás elementos de la puesta. Ahí fue donde me di cuenta que este trabajo podía tener otro objetivo, acercar a un público joven a la sala de teatro de nosotros en la ciudad de Santa Clara, provincia Villa Clara.

La sala de nosotros es pequeña, pero estaba perdiendo a ese público joven, ya el público que asistía a la sala y al festival que hacemos acá, era un público asiduo más adulto, sin embargo, el público joven no conocía la sala de teatro ni nuestra compañía dentro del Mejunje y eso fue otro de los objetivos que nos planteamos de rescatar ese público joven. Como actores también teníamos la necesidad de experimentar incluir en la puesta otros modos o expresiones, buscar un texto para reflexionar, hacer reír, bailar, cantar. Luego contacté a Rodolfo el autor del libro por Facebook y le comenté que nuestra compañía iba a llevar a escena su texto. Él nunca se lo creyó hasta que estuvo con nosotros el día del estreno y realmente aportó muchas ideas, también hizo las notas al programa sin que empezáramos a ensayar, sin ver algún fragmento de la puesta y así reflejó lo que nosotros realmente queríamos que el público se llevara de la propuesta. Ha sido una química perfecta entre los cinco que iniciamos el montaje, incluyendo a Rodolfo, los seis.

El nombre final surgió consultando a Freddys Núñez Estenoz como referente para nosotros y nos dijo que el nombre original del texto estaba muy largo, ya era el nombre del libro y nos incitó a que buscáramos otro más reducido. Un proceso de una mañana y media en la que a Lisandra se le ocurrió el nombrar la obra: No importa, y todos estuvimos de acuerdo. En el diseño del cartel también se refleja porque es parte del cubano pensar “no importa”, si esto está malo seguimos, si pasa esto o aquello, hacia adelante… Como una forma de tomar las cosas y de cómo hemos vivido nosotros. Con el tiempo nos hemos dado cuenta que este título parece algo irónico, pero realmente es bien serio.

Foto: Daniel Álvarez Fernández. / Cortesía de El Mejunje. / Puesta en escena de la obra No importa.

¿Cómo fue el desarrollo del proceso de montaje de la puesta en escena?

Fue un proceso muy divertido, lo disfrutamos muchísimo. Se comenzó a trabajar en pandemia y se estrenó en pandemia, fue realmente un proceso muy bonito. Los cinco que nos involucramos habíamos trabajado juntos, pero no con la química que logramos en este proceso de montaje. En esa idea central de reencuentro, se planteaba que no hubiera diferencias si no aceptar a cada cual como era y como pensara, defendiendo que lo que tenía que prevalecer era la amistad. Esa fue la premisa que quería llevar a escena y a partir de ahí empezamos a construir los personajes, que no están en las crónicas, sino que fuimos poco a poco colocando las crónicas en las vidas de estos personajes y así fuimos creando al amigo que se queda en Cuba y tomamos como referente al mismo Rodolfo que se quedó aquí trabajando, haciendo lo que le gusta, escribir. Así buscamos puntos de contacto con muchas de las personas que viven en el país con otros que ya no viven aquí. Aquel que se fue sin querer irse, el que se fue en busca de un futuro mejor arriesgando mucho y sigue vagando por el mundo dejando atrás a su tierra y a su familia, etc.

Esas historias que nos rodean y se ven reflejadas en algunas de las crónicas. Tuvimos claro hacerlo por bloques. Una primera parte del reencuentro, la segunda parte que cuenta todo lo que pasó en el preuniversitario, en el servicio militar y universidad y el desenlace final de la obra que es cuando cada cual cuenta cómo le va en el presente después de tanto tiempo y cómo piensa en la actualidad. Son muchas crónicas y las fuimos descartando, tomando solo aquellas relacionadas a la idea central para llevarla a escena en frases, adaptando la historia en un proceso de improvisación. Teníamos claro el personaje de la actriz Lisandra Martín iba a ser ese personaje reaccionario, sin miedo nada, que lo iba a criticar todo, algo radical. También la historia del muchacho que se fue del país por una de las crónicas que se llama “Amante por cuenta propia” que cuenta la historia de cómo se junta con una extranjera, una historia de prostitución por la que muchos jóvenes han pasado en la realidad para salir de Cuba. No teníamos clara la historia de Leysi y buscamos en las crónicas algunos elementos, como la enfermedad de cáncer que tanto golpea nuestra sociedad actual, un tema sensible en nuestro país para seguir luchando por la vida a pesar de sufrir esta enfermedad mortal, aunque no lo utilizáramos como gancho.

Cuando hicimos los primeros ensayos con público y le presentamos la obra a Silverio no le gustó para nada, fue un choque tremendo, pero nos replanteamos muchas de las notas de Silverio y analizar su punto de vista nos sirvió para desde su punto de vista a utilizar en la obra en frases como “esto se parece a”, “esto es igual a”, “y si esto es más de lo mismo”, frases de Silverio que utilizamos para la puesta.

La obra también fue la graduación de Lisandra como actriz en la Universidad de las Artes (ISA), creo que la única estudiante de actuación que pudo presentarse presencialmente en su año para graduarse. Hubo una pequeña apertura en esa etapa pandémica, comienza un éxodo masivo en el país. Ahí nos dimos cuenta que la obra había tocado otra zona de nuestra realidad, algo que veníamos rondando desde el trabajo de mesa, pero no la teníamos como fuerte de la obra y era el tema de la migración. Irse y volverse a encontrar, irse y ver qué pasa con esa ida o asumir quedarse. Muchas personas que asistieron a los ensayos y presentaciones en ese momento nos decían después que veían la obra: “mañana me voy y si yo pudiera rompía el pasaporte y no me iba”. Nos dimos cuenta que la obra estaba tocando una fibra que estaba sucediendo dentro de la sociedad pospandemia y en la juventud cubanas.

La migración en un inicio no era el tema central de la obra, sino cómo los amigos se disgustaban y peleaban por temas políticos y a veces por temas sin relevancia. Nunca tuvimos claro de que No importa reflejara la migración en la Cuba actual, ni que destacara el respeto hacia la diferencia de pensamiento. De cuestionarse si somos felices aquí o fuera del país, si lo tenemos todo o no, si hay cosas que realmente deben cambiar. Las formas de pensamiento deben abrirse, pensar en los que se quedan, también en los que se van y quieres seguir apoyando o ayudando a los de aquí. Muchas personas cuando ven No importa tienen otras formas de ver la vida al salir de la sala. Muchas fueron a ver con esta obra, teatro por primera vez en su vida. La obra ha ayudado a través de los temas que trata, con el trabajo de los actores y de la puesta en escena, a que un público que desconocedor de teatro sienta curiosidad e interés por acercarse al teatro. No sé si será una obra que quede como referente por sus características, pero hemos tenido experiencias múltiples como presentar la obra en la escuela nacional del PCC a un proyecto del Centro Martin Luther King, para que los allí presentes entendieran la realidad actual y cómo respetar los pensamientos diferentes, convivir con las diferencias y escuchar todo tipo de pensamiento. Fuimos también la obra invitada a un evento en la Casa de las Américas sobre la migración. Y todo esto ha sido muy bueno. Ha llevado a que las personas reflexionen sobre la diversidad de colores, de pensamiento y cómo esa diversidad hace el desarrollo. Yo creo que No importa ha ayudado a cambiar vidas, a unir familias, a entender estos temas de la separación, de los reencuentros. También ha sido un reto tocar y profundizar en estos temas, el cómo reacciona el público y cómo nos ha cambiado a nosotros también todo este proceso.

Foto: Daniel Álvarez Fernández. / Cortesía de El Mejunje. / Puesta en escena de la obra No importa.

¿Cómo se plantearon el diseño escenográfico y toda la visualidad de la puesta?

La escenografía de la obra siempre pensé que fuera minimalista. Cuatro maletas bien teatrales, que se pudieran mover, que se pudieran crear imágenes con ellas porque me gusta mucho el teatro de imagen, pues una imagen a veces dice más que mil palabras. Me gusta también el teatro de corografía, la limpieza de las escenas y eso se fue trabajando poco a poco con las canciones, coreografías, construyendo las historias de los personajes.

Nos basamos en una gama de colores básicos para la visualidad del espectáculo y nos fuimos dando cuenta de que cada color tenía sin querer su significado respecto al personaje que usaba ese color. Así hemos tenido muchas experiencias, los espectadores han pensado que los colores fueron a propósito por la historia de Harry Potter, o porque el color define a tal personaje por su rebeldía o porque el otro personaje es más pacífico y eso también lo fuimos incorporando al montaje. La banda sonora es de la generación de nosotros los actores, la única música original de nosotros es el último tema que es la canción de los amigos que salió el mismo día del estreno oficial de la obra. Se compuso una semana antes del estreno, el mismo día de este en la mañana se grabó y en la tarde se puso para la función. Muchos amigos nos ayudaron en todo el proceso de montaje dando sus ideas, opinando en los ensayos y presentaciones.

¿Qué fue lo más complejo del montaje?

Que fue durante pandemia. Algo que ayudó, pero también nos limitó de algunas cosas que tuvimos que acelerar cuando ocurrió la apertura. También lograr que los actores involucrados en el montaje se respetaran y entendieran que cada cual piensa diferente, que había que respetar eso. Que cada idea que se propusiera y discutiera, había que llevarla a un consenso entre todos. Lo otro es que como la obra toca temas complejos, actuales y sensibles, podría traerme algún problema a mí como director artístico, pero realmente lo que defiende la obra es la diversidad de pensamiento y la amistad principalmente. Con respecto a la escenografía, vestuario y diseños no fue tan complejo porque logramos ganarnos la beca de El Reino de este Mundo que otorga la AHS y nos aliviamos un poco con respecto a los gastos de producción y todo fue saliendo, fluyó bien.

Según tu experiencia durante las presentaciones, ¿cómo ha sido la recepción del público?

Si No importa ha llegado hasta donde hemos podido llegar y ha logrado gran aceptación, ha sido por el público. Para nosotros ha sido “el fenómeno No importa”. Siempre nos planteamos que fuera una obra que gustara y atrapara al público joven pero no pensábamos que fuera a esta magnitud. Hay personas que han visto la obra más de cuarenta veces de las cincuenta que se ha realizado la función, se mueven con nosotros a ver la obra. Ha habido público que se ha movido de una provincia a otra a ver la obra.

Un muchacho fue en tren de Ciego de Ávila a Santa Clara para grabar la obra y poder mandársela a la novia que se había ido días antes del país y no pudo ver la obra con él cuando la presentamos en su provincia. Hemos tenido muchas más experiencias. La recepción del público ha sido muy buena, hay gente que han ido a despedirse yendo a ver la obra. Hemos tenido en el público familias completas, familias incompletas, personas que han llamado por videollamada a sus hijos para que a través del celular vean la obra. Hemos tenido que marcar tres filas en el suelo para que las personas alcancen a entrar y ver la obra. La gente te abraza, llora, se sienten identificados por vivencias personales similares a las que se muestran en la puesta. Esos intercambios con el público te demuestran que estás haciendo un trabajo que realmente ese público necesitaba. También tenemos experiencia con críticas favorables que han marcado un antes y un después para la compañía. Hemos tenido quienes están en contra de No importa porque les ha molestado el discurso y han salido furiosos de la sala y a veces hasta reconociendo los valores de la obra por su vigencia. Esa diversidad de públicos ha hecho que la recepción sea buena en este año y pico de funciones, porque cuando se cuestiona o se piensa censurar algo, llama aún más la atención de todos.

¿Cómo se han sentido ustedes como protagonistas del proceso creativo de No importa?

Nosotros podemos estar cansados como en un viaje que fuimos a La Habana para presentarnos en el Bertolt Brecht donde llegamos a las 4:00 p.m. y a las 7:00 p.m. era la función. Pero cuando estamos en la sala, hacemos ese calentamiento extraño de nosotros de reírnos haciendo chistes, mirarnos, conversar de cualquier otra cosa, un ritual que tenemos de abrazarnos para empezar a actuar y allí se olvida todo el cansancio, todo lo que puede haber pasado antes de que empiece la música de “Isla Bella”.

Realmente nos hemos sentido muy bien, hemos tenido funciones maravillosas, donde hemos experimentado muchas cosas, siempre he tratado de sorprenderlos en cada función. En el momento de las video-llamada, a veces contactaba con un amigo allegado de nosotros mismos, alguien conocido que se había ido del país. El día de la graduación de Lisandra, por ejemplo, a Freddys Núñez fue quien hicimos la video-llamada. Cuando se me fue uno de los actores en medio del montaje y a los quince días tuvimos la función, la llamada fue con él. Ese proceso que sucede cuando el que ve la obra `duda si somos nosotros mismos o los personajes los que están en escena, no es nada improvisado, sino que es parte del montaje. Disfrutamos cada función, porque siempre sale algo nuevo, un texto nuevo, una imagen nueva, cada función se disfruta como la primera. Cada vez que tenemos función es un reto nuevo, primero porque hay que tomarse una botella de Havana Club completa durante la obra, pues es la marca que nos ha patrocinado y no podía ser otra porque es el ron cubano más reconocido internacionalmente. Cualquier cubano que se tome un sorbo de Havana Club aunque no viva aquí, enseguida le viene recuerdos de su vida en Cuba y así hemos participado también en la campaña de promoción de la bebida. Es una hora y veinte minutos donde no se para, solo para cambiarnos de ropa, algo que logramos por el entrenamiento y la preparación de tantos días de trabajo, pero que disfrutamos a plenitud.


No importa, otra vez

Ítaca te dio el bello viaje.

Sin ella no habrías emprendido el camino.

Pero no tiene más que darte.

Constantino Cavafis

 

Jorge Luis Borges —lo ha contado Eduardo Galeano— impartió una conferencia sobre la inmortalidad el mismo día y a la misma hora en que la selección argentina de fútbol jugó su primer partido en el Mundial del 78. En Santa Clara, más de cuarenta años después, al programador de la Jornada “Teatro de la Resistencia o La Utopía Cierta” le salió una broma parecida: A la vez que No importa, de la Compañía Teatral Mejunje, hacía de las suyas en el centro cultural homónimo, el grupo Estudio Teatral representaba al otro lado del parque una obra inspirada en un cuento de Borges.

El tema es que el patio de El Mejunje vibró con el latido de quienes se amontonaron para ver la puesta de No importa, un espectáculo estrenado a finales de 2021, con dirección artística de Adrián Hernández y general de Ramón Silverio.

Porque jamás he simpatizado con las columnas agrupadas en el libro que inspiró la obra (¿Quién le pone el cascabel al látigo?, de Rodolfo Romero Reyes, Nemo), decidí no asistir al estreno. Pero al terminar aquella función, sucedió que mis amigos comenzaron a compartir fotos, videos, mensajes de “No importa” en sus estados de WhatsApp. La obra recibió palabras de elogio en medios provinciales y nacionales, algo que puede— aunque no necesariamente— ser sinónimo de calidad. La Compañía Teatral Mejunje la representó en La Habana, Ciego de Ávila, Bayamo, Holguín… Y así llegamos a la noche del lunes, cuando la Jornada “Teatro de la Resistencia o La Utopía Cierta” irrumpió en Santa Clara con la fuerza de lo inesperado.

Poco antes de las 9:00 p. m., la cola para entrar a El Mejunje parecía la versión a escala teatral de una feria de fin de año. En el público, lo suficientemente variado como para juntar rostros de pepillas y pepillos con los de esa comunidad “sapinga” a la que orgullosamente pertenezco, había lo mismo trovadores, ensayistas, periodistas, actores, que personal completamente ajeno al mundillo artístico de la ciudad. De todo en la casa del señor Ramón. Y fue precisamente Silverio quien leyó, justo antes de presentar la obra, las palabras que saludaron el comienzo de la Jornada.

No importa —sospecho que inspirada en referentes de tan variada calidad como Regreso a Ítaca, del cineasta Laurent Cantet; No tengo saldo, del grupo Teatro del Viento y el libro (en este caso, referencia declarada) ¿Quién le pone el cascabel al látigo?, de Nemo— se vale del pastiche para entregarnos un producto acabado, equilibrado, hilarante. Una función que no subvalora la inteligencia del espectador ni busca forzar su emotividad con un sentimentalismo porno.

Para no meterme en el terreno pantanoso y por mí desconocido de la crítica teatral, mejor les diré que No importa forma parte de las representaciones artísticas que está generando un contexto signado por el hierro candente de la emigración. Cuando se lea este presente como pasado, habrá que analizar producciones tan disímiles como reggaetones, sones, boleros, rocanroles, novelas, cuentos, poemas, documentales. Y habrá que detenerse obligatoriamente en la aplastante popularidad de No importa, así como en su incisivo abordaje de la crisis migratoria.

Dice el escritor argentino Martín Caparrós: “Un migrante es alguien que se escapa: se desespera, se va a buscar sus esperanzas a otra parte. Nadie deja su lugar si su lugar lo satisface. No hay mejor evidencia del fracaso; no hay peor”. Soy de los que considera que la emigración responde a una determinación política, como también su contrario: la permanencia (voluntaria o involuntaria) en el espacio concreto del lugar de origen. No importa recoge estos debates, los procesa y devuelve a un espectador quizás por primera vez consciente de la realidad que está sufriendo.

Y lo hace con el tono cabaretero, carnavalesco, que tanto éxito de público (y de crítica, dicho sea) está alcanzando en grupos de teatro como El Portazo. Se apoya, además, en parlamentos correctamente seleccionados del libro de Romero Reyes. Las columnas que no lograron sacarme una sonrisa en mi condición de lector, se vuelven carcajada explosiva gracias a la actuación de Leisy Domínguez, Lizandra Martín, Yuniesky Bermúdez y Adrián Hernández.

Su estreno ocurrió justo antes de que empezara este nuevo éxodo masivo, que ha potenciado el impacto de la puesta en la medida en que se han ido sumando números fríos a la estadística del desastre. El espectáculo analiza el conflicto entre arraigo y desarraigo, así como la necesidad que sienten los jóvenes por abandonar la idea de un proyecto colectivo para buscar un escape individual. Su fuerza radica en el descarnado tratamiento de la actualidad cubana, sin caer en el panfletarismo, la barricada, el mensaje extremadamente directo, el post de Facebook escrito en mayúsculas y con errores de ortografía. Su debilidad, en el frecuente manejo de códigos cerrados, que limitan el alcance de un mensaje universal.

Excepto el juego de La Botellita, que me pareció extenso e innecesario, asimilé con fortuna cada escena. No importa se vale de pocos recursos, pero los aprovecha inteligentemente. Todo el tiempo el espectador (¿debería hablar por mí?) se mantiene en estado de tensión, pues no sabe por qué camino lo conducirá el siguiente diálogo. A fin de cuentas, hoy casi cualquiera puede mirarse en el espejo de una obra como esta. Y es un espejo afilado, no recomendable para quienes utilizan máscaras fuera del teatro.

“Los jóvenes admiradores de Cavafis —lo ha contado Margarite Yourcenar— se desilusionaron al descubrir que los gustos literarios del poeta eran más atrasados que los de ellos”, escribe Jorge Fornet en Salvar el fuego. Y aunque estamos, o podamos estar, en presencia de un caso similar con esta función y algunos de sus referentes (salvando, más que el fuego, las distancias), pienso que la desilusión podría nublarnos el disfrute de un trabajo valioso, donde la carcajada y el llanto se alternan para removernos la imagen que hasta entonces habíamos tenido de Cuba, del mundo. En fin, de todo aquello que verdaderamente importa.