Ludi Teatro


«Cuando se hace arte hay que exponerse en cuerpo y alma»

Grisell Monzón sabe que el teatro es arte viva, que su esencia le acompaña en todos los espacios que esta joven actriz recorre. La actuación le apasiona, es su modo de vida, una forma de supervivencia en este mundo tantas veces hostil en el que vivimos. Aferrada a su creencia, Grisell acepta contestar estas preguntas y reencontrarse consigo misma.

¿Entiendes la actuación, el hecho de enfrentarte al público desde una plataforma de diálogo y acción escénicos, como un disparo de adrenalina?

Sí, es un disparo total. Es increíble ver cómo minutos antes de entrar a escena los nervios inundan todo tu cuerpo, por lo menos en mi caso; nervios que no son más que adrenalina pura que te carga para salir a comerte el mundo.

Una de las imágenes que me acompaña en esos minutos, es que soy una locomotora de vapor que poco a poco se va calentando para arrancar y, una vez en marcha, va aumentando su velocidad mientras hace sonar su silbido. Justo así es como me siento. (Esta imagen me acuerda mucho a mi abuela, me remonta a cuando montaba con ella el tren que iba de Pinar Del Río a San Juan, algo que me hacía muy feliz).  

El público también es un generador de mucha adrenalina. Mientras más público hay, mejor. Es increíble saber que hay público esperándote, pero no sabes de qué tipo será: lo descubrirás como mismo ellos harán contigo.

¿Cómo y cuándo supiste que la escena sería un imán para tu vida?

Yo siempre he sentido que ese es mi lugar. Desde niña, mi mamá siempre me apuntaba en cuanta cosa artística existía: ballet, música, etc. (sobre todo para controlar mi energía). Era el arte o el deporte, y ella siempre eligió el arte.

Mi tío es actor. Creo que su referencia también ha sido importante.

En la primaria siempre estuve muy vinculada a todo lo que se hacía en cuanto a actividades artísticas. En la secundaria también: ahí fue donde conocí a mi instructor de arte Luis Manuel Valdez Llaugert, hoy mi amigo del alma, que fue quien me hablo por primera vez de la ENA y quien comenzó a ayudarme con las pruebas de captación. Ese fue el inicio de todo.

Cuando te enfrentas a un nuevo personaje, ¿de qué manera te aproximas a él? ¿Cuáles son las herramientas, tanto espirituales como físicas, que más útiles te resultan a la hora de intentar ese primer acercamiento?

Todos los procesos no son iguales, como mismo no van a ser iguales los métodos. A lo largo de nuestra profesión, una comienza a aprender de muchas fuentes que más adelante utilizarás o no. Yo creo que el actor debe estar en un constante proceso de búsqueda y no conformarse con lo que siempre le funciona.

Hay preguntas claves que siempre me hago en cualquier proceso: ¿por qué lo estoy haciendo?, ¿qué deseo trasmitir con eso?, ¿qué hay de mí en eso que estoy haciendo? Me gusta fluir en mis procesos creativos, la intuición tiene especial importancia para mí. Le doy mucha importancia a las circunstancias que rodean a mi personaje: familia, lugar de nacimiento, su trayectoria de vida hasta el momento en que se encuentra. Como mismo nos acercamos a nuestra vida, tenemos que tener clara cuál es nuestra historia pasada para entonces entender el porqué de nuestros actos y de la supuesta personalidad que ven los demás. No me gusta juzgar a ningún personaje; al contrario, trato de entender el porqué de cada acto que comete. Me gusta mucho trabajar con imágenes y a cada proceso le construyo una banda sonora.

El diálogo con el público o el diálogo con el director: ¿cuál te parece más importante?

Los dos por igual: somos parte de un todo, somos trabajo en equipo. Cuando trabajas con un director, de alguna manera tú eres ese instrumento con el que él cuenta para expresar su visión del mundo al público, visión que por supuesto va a estar atravesada por la tuya. El director es como el mago, tú eres el acto de magia y el público es el que recibirá la sorpresa y se sorprenderá si el acto les convence.

La actuación es una profesión que exige la versatilidad del intérprete, ¿qué proceso, entre los muchos que conforman una puesta en escena, te parece que es el que más influye en el rol del actor?

Todos. El trabajo de mesa es extremadamente importante porque es el primer acercamiento que vas a tener a la creación, es donde comienza la investigación que rodea a ese personaje que vas a desarrollar y a habitar. Es un proceso donde empiezan a aparecer elementos que luego probarás en escena, es allí donde surgen las preguntas: algunas las responderás en esa parte del proceso, otras irán respondiéndose con el tiempo. Cuando ese proceso está terminado, entonces empiezas a probar todo ese estudio en la escena.

Soy muy partidaria de las improvisaciones, porque es un lugar donde exploras todo, donde no hay límite y donde la equivocación no existe. Luego empiezas a elegir qué es lo realmente importante para conformar tu personaje y para ayudar a contar la historia.

En el caso del teatro, una vez que la obra está estrenada, empieza un nuevo crecimiento para el actor, pues te enfrentas al público y a medida que haces funciones tanto la obra como tú ganan en madurez, seguridad y entendimiento.

cortesía de la entrevistada

¿Con qué tipo de directores prefieres trabajar? ¿Qué textos te parecen los más interesantes o desafiantes?

Del arte me gusta todo y siempre estoy abierta a trabajar con varios directores. Eso te ayuda mucho a crecer como artista pues probar varios métodos y varias maneras de hacer y de dialogar es muy saludable porque te hacen evolucionar.

Mientras más alejado esté de ti el personaje, pues mejor, ya que supone un reto… y a los actores nos encantan los retos. Hablábamos de versatilidad, cualidad maravillosa del actor: lograr borrarte a ti y en cada nuevo personaje volver a construir algo nuevo que no tenga nada que ver con lo anterior, que incluso a ti misma te sorprenda, eso es algo muy estimulante.

Llevo un tiempo tratando de incursionar un poco más en un trabajo independiente como actriz en cuanto a necesidades muy personales que tengo, con temas como la herencia, nuestra niñez, la condición humana, la realidad en la que vivimos. Trasmitir eso que llevamos dentro que no sabemos cómo expresar con palabras, pero sí con imágenes o sensaciones.

Me interesan mucho las ARTES VIVAS.

En no pocas de las obras en las que has actuado —pienso en “Hembras” y en “Ubú sin cuernos”— se dialoga con diversos ángulos y fraccionamientos de la realidad cubana actual. Esta experiencia, tan necesaria para el encuentro con el público, es también una forma de atrapar, en el acto efímero pero a la vez perdurable de la escena, una instancia de sentido de la realidad. ¿Cómo asumes, desde el cuerpo, esta idea? ¿Qué puede aportar el actor, desde su oficio, al reflejo de esa realidad?

Los artistas tenemos una gran responsabilidad, pues de alguna manera nuestro trabajo es tomar un pedazo de realidad y ponerla en escena, tanto en un cuadro, en una danza, en el cine…  eso hace que el público vea sus necesidades, miedos, alegrías, carencias, realidades reflejadas a través de ti.

Cuando trabajé en el Ciervo Encantado, utilizamos muchos referentes que para mí hoy son la base de mi hacer: Reinaldo Arenas, Severo Sarduy, Virgilio Piñera y Eliseo Diego. De este último guardo una frase que repito siempre: “No es por azar que se nace en un lugar y no en otro sino para dar testimonio”. Creo que ese es el sentido humano del arte. Como artista doy testimonio de mi realidad, tanto social como personal, eso hace que mi arte esté vivo, porque es inmediato. Por otro lado, me gusta pensar que hay personas necesitadas de verse reflejadas y de alguna manera esto hace que no se sientan solos, que yo puedo estar sintiendo lo mismo que ellos, que sus miedos son iguales a los míos, así como sus necesidades, porque cuando se hace arte hay que exponerse en cuerpo y alma.

Con Ludi Teatro y bajo la dirección de Miguel Abreu se ha consolidado buena parte de tu carrera como actriz. ¿Cuán desafiante resulta para una joven actriz abrirse camino dentro del espacio teatral cubano?  

Las condiciones están creadas, es solo decidir hacerlo. Creo que el teatro en Cuba te permite tener tiempo para hacerlo, amén de todas las carencias que tenemos como país. El teatro tiene la bondad de que puedes hacer todo el que quieras. Eso sí, como creadores carecemos de libertad, de recursos y eso es lo que no nos permite hacer un mejor teatro… aunque incluso así se hace.

En efecto, junto a Miguel Abreu y a la gran familia que conforma Ludi Teatro se ha desarrollado gran parte de mi carrera. A mí me encanta trabajar con Miguel. Él es un director que no para de trabajar, que respeta mucho lo que hace, todo lo que brinda y enseña lo hace desde el amor. Es una persona con la cual el diálogo es fundamental. Como director está abierto a todo lo que quieras ofrecerle en el escenario, sin censura alguna.

¿Cuál es tu personaje más perdurable, el que recordarás siempre?

En estos momentos de mi vida no puedo hacer ese recuento. Quizá de aquí a 30 años te la pueda responder con mejor exactitud. De todos he aprendido y de todos tengo un pedazo, porque todos tienen un pedazo de mí. Pero ahora que me haces revivirlos, el primero que me viene a la cabeza es Ofelia de “Hamlet interview”, una versión que le hizo Miguel Abreu a Hamlet Machine, de Müller. Con Ofelia y con el proceso en general de la obra, Miguel y yo conectamos definitivamente como actriz y director. Ofelia me hizo crecer como actriz.

Algunas de tus principales herramientas técnicas como actriz las adquiriste no solo de tu formación académica, sino también en el ejercicio vivo de la actuación. ¿Cuánto de ese aprendizaje has luego transmutado en nuevas maneras de entender el teatro?

Yo estudié en la ENA y me gradué en el Ciervo. El Ciervo Encantado fue lo que me hizo ser la actriz que soy hoy. Me abrió ese tercer ojo que es el arte en todo el sentido de la palabra. Me enseñó que no era necesario contar una historia para transmitir una emoción o una sensación. Me liberó del miedo de descubrir si elegí bien la profesión que tengo hoy.

Cuando entré en el Ciervo casi estaba a punto de dejar la actuación. Me acababa de graduar (esa burbuja que era la escuela se rompió) y realmente ese mundo idílico que yo pensaba que era la actuación se desmoronó, ya que lo único que encontraba eran paredes que poco a poco destrozaban mi autoestima.

cortesía de la entrevistada

En ese afán de encontrar el sentido de todo (desde una visión de joven artista casi frustrada, la inmadurez de tener 18 años no ayudaba en nada y la afición que tenemos los actores por el sufrimiento tampoco, todo al mismo nivel de intensidad) apareció la oportunidad de pasar un taller con Nelda Castillo junto a Arnaldo Galván, Daniel Romero (ambos actores) y Abel Rojo (bailarín) quienes, como yo, necesitaban encontrar el camino nuevamente.

En el Ciervo, junto a Nelda Castillo y a Mariela Brito entendí por qué quería ser actriz, entendí que es la manera que yo elegí en esta vida para expresarme, porque el arte es mi terapia y porque me salva. Entendí también que donde yo esté siempre haré teatro, porque depende de mí y de nada más que mis deseos de hacer y de crear. Aprendí también a mirarnos como parte de un todo, cuerpo, mente y espíritu, entendí el valor del esfuerzo del trabajo, la necesidad de ser profundos en lo que se hace, de siempre encontrar más y más.

En 2020 obtuviste el Premio de Actuación Adolfo Llauradó en la categoría teatro para adultos. ¿Acaso los premios marcan un antes y un después en la vida y la carrera de una actriz?

Siempre es bueno que reconozcan tu trabajo. Los premios yo los veo como motores impulsores que te obligan a hacerlo cada vez mejor, pero realmente lo mejor es no esperarlos, sino que te sorprendan. Los premios existen porque somos seres que necesitan reconocimiento para saber que lo estamos haciendo bien. No digo que eso esté mal, pero no es algo que defina nada. Es un paso más en una escalera de la cual uno no para de subir o de bajar, todo depende del concepto con el que se miren las cosas y el ojo que las mira.

¿Quién es Grisell Monzón una vez que se apagan las luces de la escena?

Me encanta montar bicicleta, soy la verdadera pionera exploradora, me gusta mucho descubrir lugares nuevos, adoro estar con mi perra hija Emilia y me fascina el campo. Cada vez que puedo me escapo en bicicleta junto a mi novio en busca de la naturaleza.

Me gusta sentir que nacen ideas nuevas. Mis amigos son mi familia, me encanta Selena, las películas de magia me privan, sueño algún día con poder trabajar en una película musical. Me fascina aprender. Yo siempre fui muy mala en la escuela, me aburría, y como me tocaron los teleclases y los maestros emergentes aprendí muy poco, la verdad; entonces en la actualidad trato de llenar todos esos huecos de tiempos pasados, por lo cual leo mucho y todo lo que no sé lo pregunto o lo googleo. Mi vida es un eterno proceso creativo, del que soy totalmente adicta.


Al borde del litoral (II)

Los mensajes, los audios, la revisión de tantas memorias se acumulan en nuestros teléfonos. Durante estos días de celebración atípica, Ludi Teatro ha invadido mi cotidianidad. Aunque esta entrevista no ha sido de manera presencial, Miguel se ha sentado conmigo en cada jornada. Me sirvo un café y apago las noticias para navegar junto a él.

Aquí les compartimos reflexiones sobre su teatro y sobre la escena cubana, como lo haríamos en la casa tomada, cerca de la calle Línea, como lo haríamos en ese garaje de Ludi después de una función. El viaje continúa hacia el misterio, hacia las fronteras. Espero que lo disfrute tanto como nosotros… ¿Verdad Migue?

¿Qué descubriste en El Vacío de las Palabras?

Es un unipersonal muy entrañable, yo le tengo mucho cariño, es el segundo unipersonal que dirijo, el primero fue “Las Lágrimas no Hacen Ruido al Caer”, el texto de Alberto Pedro inconcluso, generamos una dramaturgia para cerrar esa historia en escena. Estos dos unipersonales tratan sobre grandes mujeres que me marcaron, la primera de la música cubana y la otra dentro del contexto del holocausto –es el caso de Irena Sendler en “El Vacío de las Palabras”–. Soy un gran admirador de las mujeres, me sorprende cómo la mujer puede superar tantas cosas, su altruismo y heroicidad ante la vida. Tienen  una capacidad tanto para enfrentar las cosas más simples, como para superar momentos tan oscuros como los que vivió Irena Sendler en el Gueto de Varsovia.

En mi experiencia con “El Vacío…”, primero tengo que decir que prima el trabajo serio y profundo de una actriz con su personaje; Giselle tuvo un comportamiento ejemplar en ese proceso. Ella comenzó primero que nosotros, yo estaba dirigiendo otro espectáculo y ella empezó primero que yo la investigación, de un personaje que ni siquiera es un personaje que nosotros escogemos, o sea es un proyecto que viene para la semana de teatro polaco en Cuba y se nos propuso directamente hacer un trabajo sobre ese personaje. Después entra Maikel Rodríguez de la Cruz a crear una escaleta, un texto de trabajo para nosotros. Me da mucha alegría porque han pasado muchas cosas buenas con “El Vacío…” es una puesta en escena muy sencilla, que como te he explicado en otras preguntas parte del mismo esquema de trabajo que utilizo en muchas obras: la selección de elementos muy sintéticos, elementos geométricos, muchas veces concretos, en este caso son cinco cubos de madera y una tela en forma de pantalla, con eso se genera una serie de construcciones escénicas por las que va transitando el personaje.

Es muy sorprendente lo que ha pasado con el espectáculo, la aceptación que ha tenido tanto por el público como por la crítica: dos premios a la puesta en escena, uno en el festival de monólogos de Cienfuegos, otro en México, también en el festival de monólogos de Mérida, un premio al mejor director y Maikel obtiene con el texto definitivo el premio de la UNEAC. El espectáculo se ha presentado en muchos lugares, entre ellos en el conjunto de Santander de las Artes de Guadalajara –es un teatro maravilloso, con un equipo tremendo–. Este unipersonal está teniendo un recorrido muy lindo y esperamos volver a él pronto, en cuánto se pueda. Me deja esa sensación, no sé si usar la palabra homenaje; pero sí de volver sobre eso que te decía de la mujer y de mi admiración y mi respeto por momentos protagonizados por ellas… Irena Sendler salvó a más de 1500 niños de la muerte en ese gueto.

¿Historia o historias?

Cuando atraviesas la obra de Wajdi aquilatas el sentido de la historia, cómo nos marca de una manera o de otra, cómo transforma nuestra vidas y nos laza contra un destino, como sino tuviéramos capacidad de decisión, como si fuéramos objetos. La historia se transforma en una experiencia cíclica para el ser humano, en la vida individual, en las generaciones, eso se ve en Bosques. El teatro puede contar o no una historia, pero incluso cuando lo niegue, la experiencia de quien lo realiza está latente, el acto vivo de la experiencia teatral en sí mismo, es una manera de construir historias, vivencia, algo para repensar el tiempo pasado y el que se vive. No me gustan las definiciones. He hecho teatro donde no se pretende contar una historia, donde se cuentan grandes acontecimientos de la humanidad y donde hay un micro relato íntimo de nuestra cotidianidad.  

¿Dramaturgia o Textualidades?

Me gusta la dramaturgia de autor cuando es eficaz y es capaz de generar textualidades y escenarios. Los textos son como abonos, catalizadores para entrar en otras dimensiones, en los terrenos de la dramaturgia del director, del actor, incluso en la del espectador. Estructuras, para mí, generadas del impulso creativo, de la necesidad ante una idea magnífica. No es una defensa a ultranza de los autores, también podemos generar textos muy completos desde la investigación en escena. No soy un director que concentra su trabajo en un solo tipo escritura, me gusta sentirme libre de explorar, experimentar varias maneras acorde a cada proceso y definir lo que me interesa en ese momento para el espectáculo.

En tu puesta en escena de Ubú sin Cuernos, lo simbólico y lo político se entrelazan en una lúdica teatral muy refrescante, en una canción, entre las ondulaciones de las coreografías se debaten temas muy serios ¿Crees que tu teatro puede trasgredir grandes temas sociales conectando con el público de otras maneras? ¿Cómo Miguel se enfrenta a la realidad cubana cuando trabaja con dramaturgos cubanos como Abel González Melo?

Yo conozco a Abel desde hace mucho tiempo, nos hemos admirado y respetado mutuamente, ver todo el trabajo que hizo Carlos Celdrán con su obra de corte naturalista o realista me pareció siempre algo esencial dentro de nuestro teatro. Sin embargo, Abel tiene esta otra dramaturgia más simbólica, poética y que no llegaba a la escena, ni siquiera por él mismo en los momentos en que vino a dirigir. Textos como Epopeya, Bayamesa o Ubú sin Cuernos merecen esta posibilidad de llegar a la escena cubana.

Ubú es un viaje muy hermoso de Abelito, por la manera en que relaciona el texto de Alfred Jarry con la historia de Cuba y con lo cubano. Inmediatamente que me leí el texto de Abel empecé a lucubrar mi puesta en escena, me dio la posibilidad de trasgredir grandes temas, es un texto muy político que tiene una capacidad de diálogo con cualquier realidad. Habla sobre el poder y como muta y corrompe. Me dio la posibilidad de lo surreal, de una puesta muy divertida, para nada trascendente, todo lo contrario, parte de la idea de un carnaval, es una obra de malecón. Su escenografía, precisamente parte de la obra de Gustavo Acosta que tiene que ver con esto y que es muy entrañable para mí. Tal vez una diferencia con otros procesos fue que le dimos un tratamiento lúdico a temas lacerantes. Eso también está presente en el texto, pero el trabajo con la música o el de diseño acentuaron esta manera lúdica.

Con respecto a la música te puedo decir que se alcanzó una madurez gracias al trabajo de Yilena Barrientos, quien ha trabajado en casi todos los espectáculos componiendo y haciendo arreglos en todos ellos. En Ubú el trabajo de selección de géneros, letra, composición musical, es muy eficaz, eso permitió alcanzar un bello resultado. Después los arreglos de Dennis Peralta dieron un punto final a este trabajo. Yo he insistido en que la música sea un pilar fundamental en la comunicación dentro de la narración, en los diálogos entre personajes, en la situación dramática y creo que aquí se logró algo muy depurado. En Ubú te envuelven esas sonoridades, se hace más inmersiba la experiencia producto de su banda sonora, hundiéndote en su carnavalización.

Otros elementos importantes para que la obra dialogara con lo nacional sin caer en un cubaneo chato, fue sin duda el trabajo de vestuario fastuoso de Celia Ledón, el diseño de maquillaje de Pavel Marrero, la selección de símbolos como la caña, en sustitución del niño, la rumba, la conga, el bolero… creo que Ubú independientemente de su marcada insularidad puede dialogar en cualquier contexto con los mecanismo del poder. La cosmogonía es muy grande y permite, creo yo, establecer vasos comunicantes con diferentes contextos políticos. Es un resultado, donde se puede leer la madurez del grupo, comparten escenario tanto los fundadores así como los recién llegados bajo la misma filosofía grupal, y la manera que lo hacen me pone muy feliz.

Como espectador de tu obra y también como director teatral, veo a Miguel Abreu como un creador inagotable, un hombre de teatro pero con una concepción artística que le permite fluir en muchas estéticas y movimientos de manera muy particular ¿Crees que ese modo de hacer tiene que ver con las experiencias de tu generación de teatristas? ¿Cómo te definirías dentro de la contemporaneidad de la escena cubana?

Hablar de algo que yo no tengo claro, que necesita mucho más tiempo para que se defina, de la presencia generacional, es el reto más complejo al que me has invitado. Quizás no me toca a mí definir eso, creo que es tarea de la crítica cuando realice un estudio de todos estos procesos, pero sí intento definirme como parte de una generación, o lo que pienso yo sobre mi generación; es que no somos un movimiento grupal y que estamos marcados por las diáspora, como muchas otras… creo que hemos sido un grupo de teatristas que de manera aislada hemos construido proyectos, creo que esa generación de graduados a finales de los noventa, no estamos definidos por una estética, cada cual ha encontrado un camino.

En mi caso, siento que el texto me invita a una manera de llevarlo adelante, sin cesuras ni prejuicios, no me gusta encasillarme, ni decir yo no hago este tipo de teatro; si algo tengo muy claro es que una poética tiene muchas maneras de definirse. En mi obra hay elementos que se mantienen, tanto estilísticos como técnicos y coexisten otros que son nuevos para mi teatro, simplemente no me rehúso a mantenerme en una línea estricta o con un método absoluto, yo abro un diálogo con el texto y el equipo. La idea de jugar y lo ritual está en mi vivencia diaria. Siempre buscando la manera de abrir caminos para enriquecernos cultural y espiritualmente. Me gusta trabajar el cuerpo del actor, llevarlo a sus límites, explorar la composición, la sensualidad, la belleza, ver a un actor crecer es algo maravilloso, el actor como centro en Ludi Teatro es algo de lo que no puedo desprenderme… te puedo hablar del diseño que es algo en lo que yo mismo incido, pero puedo también prescindir de ello si un proceso me lo pide, no creo en las camisas de fuerzas. Es muy importante para un director tener todos los mecanismo teatrales lo use o no, una amplia gama de posibilidades escénicas, estudiadas, analizadas y se es posible vividas.

Otras generaciones se enfocaron en determinados tópicos: teatro político, naturalista o realista, postdramático… yo siento que a mi generación la define su permanencia, el compromiso, el teatro de grupo, el trabajo con el actor, el actor total, la música.

La pregunta es compleja porque me siento perdido en términos temporales. Quizás sea la emigración, eso me marcó y fue una de las cosas que me hizo volver al teatro. Cuando vivía fuera de Cuba sentía, que de algún modo, me estaba perdiendo como artista, no quiere decir que en esos seis años no hiciera teatro, pero la realidad de la vida, la velocidad, hacía que mi relación con el teatro fuera inestable y compleja. Cuando vuelvo a Cuba en 2013 me siento como borrado. Todos los años en el Buendía, los espectáculos que había dirigido se habían silenciado con el acto de emigrar. Volver a ocupar un lugar, hacer mío un espacio es muy difícil. Todos estos años desde mi regreso han sido una lucha por estar en el centro de un tiempo teatral que debate constantemente la Cuba que vivimos.

Cerrando la pregunta, yo reconduzco los discursos del texto en el espectáculo para que sean experiencias teatrales que dialoguen con la Cuba que estamos viviendo. No me importa si montamos teatro alemán, polaco o canadiense, desde una dramaturgia internacional hay que lograr que el espectador se reconozca en un resultado vivo. La directriz y la luz fundamental que guía mi proceso es que mis puestas en escena tengan la capacidad de comunicación con el cubano que va al teatro y se reconozca allí, y se sienta discutido en el misterio de la sala.

¿Teatro o Performance?

Las dos. Por qué vamos a limitarnos ¿Es que acaso el acto vivo del teatro, o sea la experiencia diario del teatro, no es una experiencia performativa en sí misma? El teatro se ubica entre las artes vivas, ahí ocurre algo que tiene una posición política importante, en el teatro ocurre algo que tiene un punto de vista certero, ocurre lo irrepetible como el performance. No veo mucho divorcio entre teatro y performance. Veámoslo de esta manera, para muchos artistas visuales y para muchos críticos de las artes plásticas, una manera de entender el performance es verlo desde su teatralidad y desde su acto de representación. Si ves al teatro como trato de verlo yo diariamente en mi ejercicio, se transforma en una experiencia viva.

¿Con qué soñaba Miguel Abreu cuando llegó al ISA? ¿Cuál es el impulso que no debe faltarle a un joven teatrista, a los nuevos directores que sueñan con hacer teatro?

Cuando llego al ISA venía de estudiar ciencias en el preuniversitario, pero yo siempre he estado cerca de lo teatral. Mi primer personaje fue Alberto, “el del tricornio y el bastón”, del poema de José Martí, todavía me acuerdo de ese día en el círculo infantil. En Bauta, donde viví mi infancia estuve en el teatro de aficionados. Cuando estoy en la Lenin participo en su movimiento artístico, donde estaba Eduardo Martínez, el actor y director y también otros amigos que no se dedicaron al teatro. Llego al ISA y entro en el grupo de Tim Cremata; ahí comienza otro período.

Yo era un muchacho que estaba cerca del teatro, pero en ese momento entender la dimensión, enfocar mis energías en el teatro como expresión artística fundamental, creo que no, es algo que descubro con el tiempo, en la medida en que fui madurando. Pero el hecho de ser alumno de actores del Teatro Buendía me marcó para siempre. Lo que significa el sentido de investigación, de pertenencia, las raíces de lo que es un grupo, todo eso lo encontré con Flora, con Celdrán, con Antonia, para empezar a desarrollar toda la obra antes de Ludi y con Ludi.

Si un joven decide el teatro como camino fundamental no significa una renuncia a todo lo demás. Yo por ejemplo, al ser tan curioso he tenido otras pasiones, veo algo que me gusta e inmediatamente necesito estudiarlo, como por ejemplo las abejas, los bonsáis, los relojes, los perros, entre otras. Yo necesito llenar mi vida de diversas fuentes. Pero un joven que se dedique al teatro tiene que preguntarse si eso es un compromiso real, si quiere dedicarse a una vida de sacrificios, de escasez. No he visto a nadie que obtuviera grandes riquezas materiales haciendo teatro de arte. Es una manifestación, generalmente subvencionada y que no produce grandes dividendos económicos y que exige sacrifico y mucho tiempo. Encierra muchos contrastes: momentos de rabia, tristeza, alegría, decepciones, porque es como la vida, es muy complejo pero con una magia y una capacidad de seducción que nos atrapa.

Los jóvenes deben ser teatristas de su tiempo ¿y cómo se logra esto?… estando alerta con todo, con las vivencias familiares, con el entorno político y un director tiene que verse a sí mismo, ver cuáles son sus sueños y frustraciones. Deben mirar la vida de su gente y abrir las almas y el pensamiento a todo eso. De ahí van a partir las temáticas fundamentales para tratar en la escena, las más urgentes. Luego llenarse de herramientas teatrales, las utilicen o no para lograr su resultado, pero hay que agenciárselas y alimentar el conocimiento con recursos propios de la construcción escénica.

Les digo a esos jóvenes teatristas, a esos nuevos directores:

“Tener claro lo que se quiere hacer no implica el desconocimiento de lo otro, después llegará la depuración.

“Es importante que la claridad en el compromiso de hacer teatro esté por encima de cualquier otra pasión.

“La obra es una experiencia de vida más que otra cosa.” 

Los jóvenes no deben olvidar que el teatro tiene que ser disidente. De algún modo, esa herejía debe ser también constructiva, una investigación perenne sobre resortes vivos. Si un joven quiere investigar cosas nuevas, hacer cosas de vanguardia, el teatro se lo permite y te da los mecanismos para generar nuevos teatros. Es muy abarcador, pero todo joven debe comprender que el hecho de hacer teatro, ese compromiso con el público, con sus maestros, debe ser un gran desembarco en su propio litoral.


Al borde del litoral (Primera parte)

Trabajaba aún como asistente técnico de la docencia en la Facultad de Arte Teatral, era un abogado que había dejado de ejercer mi primera profesión por conquistar un sueño de toda la vida, una mañana comencé a dar pasos más certeros en este camino mágico. Recuerdo descubrir mi nombre entre los seleccionados a esa primera Maestría en Dirección Escénica, fue inmensa la mañana. Volví a repasar todos los nombres y me percaté que encabezaba el listado un director, que no conocía en lo personal, pero al que ya admiraba, lo cual fue un orgullo silencioso en esa mañana de papeles y trámites, donde yo celebraba mi pequeña hazaña. Ese primer nombre era el de Miguel Abreu. Luego la experiencia del teatro nos hizo compañeros y no faltó la ocasión en que Miguel me prestara algún elemento que no tenía para una puesta del Festival de las Artes. Miguel Abreu es un gran creador, pero también un profesor sin pizarra, ni tiza; sus clases no pretenden alcanzar esa categoría, están contenidas en la mirada de los jóvenes cuando hablan de su trabajo, en la constancia de cada mañana, en el trabajo como director que ha desarrollado en su grupo Ludi Teatro. Esta agrupación cumple un nuevo aniversario y muchos de los actores jóvenes más comprometidos con el teatro hoy en día integran su plantel, por lo tanto, acercarnos a su director y a su obra es un sencillo homenaje para todos ellos. Estaremos conversando con Miguel Abreu en dos entregas. Les adelanto, ama las sagas y esta entrevista debe ser consecuente con su gusto.

Como director teatral has apostado durante varios años por la dramaturgia Wajdi Movawoard, llegando adaptar ese universo poético complejo al público cubano. ¿Crees que llevar a escena casi por completo, la tetralogía: “La sangre de las promesas” fue un reto, un riesgo como director escénico? ¿Qué resortes, técnicas y estrategias condujeron a que esta apuesta se convirtiera en una saga teatral, a mi criterio, una de las más importantes en la escena habanera contemporánea?

Me encanta la pregunta para iniciar porque para nosotros Wajdi es el centro, el inicio de muchas cosas y la filosofía de lo que es hoy Ludi Teatro. Usas palabras como riesgo, resortes que me gustan. Siempre que el teatro se llene de atrevimientos y de obstáculos, que nos pongamos metas complejas en el camino, el teatro va estar vivo, yo siento que tiene que ser… un campo de batalla, una guerra grupal en pos de un objetivo. La obra de Wajdi, sin dudas, es de las más importantes del teatro contemporáneo, por su complejidad y su hondura, lo demuestra su carrera extensa como dramaturgo, director y generador de plataformas teatrales tanto en Francia como en Canadá, después de emigrar del Líbano. Era un autor poco conocido en Cuba, el cual nunca se había llevado a escena, elegirlo, fue el primer riesgo, el primer reto. Representarlo en Cuba, en un contexto donde el teatro bien visto, era otro –la moda era el teatro posdramático– y Wajdi propone un texto muy complejo.

En el primer montaje, que fue Litoral, los actores no entendían el sentido poético, el simbolismo, lo metafísico implícito en ese texto y, sobre todo, cómo decirlo técnicamente y como imaginarlo en la escena. Ese fue el primer choque fuerte, hacerles entender que el texto era el centro de todo el trabajo. Tratamos de hacer nuestro ese discurso, llevándolo a escena de una manera coherente, en diálogo directo con nuestra realidad. La tetralogía son cuatro obras, Litoral, Incendios, Bosques y Cielos, nosotros hemos hecho hasta ahora las tres primeras obras. Litoral es uno de los espectáculos más hermosos, más queridos por mí, sin embargo, por todas estas cosas que te decía, yo siento que no fue bien entendido, pero allanó el camino para lo que pasó después con Incendios y con Bosques. Estas dos obras han sido las más analizadas y repensadas por la crítica y el público que sigue nuestro trabajo.

¿Me preguntas sobre resortes y estrategias? Creo que una de las primeras claves para afrontar este reto, fue adentrarme en el mismo texto de Wajdi, en su manera de escribir, su forma para contar esas tres obras, como diría él “hasta aquí esta manera de contar”, en Cielos hay otra forma. En ellas hay una unidad que bebe mucho de los clásicos, de Sófocles, por ejemplo, pero a su vez es muy contemporánea, por lo cinematográfico, por la dinámica de la acción y por sus valores plásticos, que es algo que a mí me interesa mucho.

Yo necesito que el texto me enamore, me seduzca, me envuelva en una necesidad creativa, en una obsesión, ahí es cuando yo decido llevar un texto a escena. Yo prefiero guiarme por los sentidos que me generan, desde lo emocional, el cómo despierta mi imaginación ese texto hasta llegar a una necesidad febril de construirlo. Este hechizo me impulsa a dibujar escenarios, personajes, garabateando el guión, hasta dejarlo lleno de manchas y bocetos, pero sobre todo de ideas, realistas o simbólicas.

Lo primero es el texto de Wajdi y su modernidad, su fragmentación en la manera de narrar, su uso del tiempo y el espacio para entrelazar diferentes épocas y personajes, incluso el mismo personaje en diferentes edades y tiempos. La otra clave son los temas presentes en su dramaturgia que conectan directamente con los cubanos: la familia, la herencia y la memoria; por supuesto, que dan paso a otros temas como la guerra o la emigración, fundamentalmente la emigración y la familia, ejes vitales, álgidos en la dramaturgia cubana y nuestro teatro. Siendo así, descubrí que esas obras tenían mucho que decirnos.

Asumir un cuerpo de textos para una compañía joven fue un riesgo, yo me dije “esto es grande, complejo, pero esto es lo que nos va hacer crecer y madurar para generar una plataforma grupal”. Uno de los grandes aciertos, para mí, fue que sentaron las bases de una filosofía para todos. A pesar de que nosotros no somos como las grandes agrupaciones de los 90, de los 80, esta experiencia nos permitió pensar como un teatro de grupo con características, técnicas y maneras de abordar el teatro diferente, pero que se conectan como mi propia experiencia en el Buendía, por ejemplo. Hacer estas tres obras ha sido la plataforma para crear un grupo, compartir una visión de la historia, la familia y lo que heredamos como memoria y destino teatral.

¿Tus primeras decisiones a la hora de afrontar un proyecto, son determinadas de alguna manera, por tu rol como diseñador?  ¿Estas visiones, imágenes o instalaciones varían con el trabajo de los actores y desarrollo de la acción escénica? Coméntame un poco sobre esta articulación conceptual entre las artes plásticas y el teatro que desarrollas en tus obras.

Mi rol como diseñador es algo que me he ido construyendo yo mismo, me interesa mucho la imagen, la construcción de significantes escénicos y discursos desde la escenografía. En casi todas mis obras he diseñado la escenografía y las luces, salvo algunas excepciones donde han venido otros diseñadores hacer un trabajo excelente, como en Litoral que estuvo Maikel González o como en Bosques que trabajó Omar Batista; pero mayormente soy yo quien define todo lo que es el diseño escenográfico de los espectáculos. Desde el inicio que hago clip a profundidad con un texto, dibujo mucho, garabateo, tomo notas, estos son los primeros pasos de lo que me imagino va ser.

Ahora, casi siempre me pasa que las primeras ideas que nacen no son las que son, definitivamente el proceso es la gran herramienta del teatro. Esto es lo que más disfruto, el proceso de creación, descubrir el sentido profundo de las escenas, lo que hay detrás de la escena, de los personajes, el recorrido de ese mundo. Ahí escucho al equipo: qué propone el actor, cómo se lo imagina. Tengo un equipo magnífico, liderado por Rafael Vega el productor, he tenido a Celia León como diseñadora de vestuario, a Pavel Marrero, diseñador de maquillaje, Rommi Sánchez en el sonido, en general, gente que de verdad son de teatro y que tienen un aporte fundamental al teatro cubano de hoy. Yo los escucho a todos. Soy un gran ladrón que procesa y analiza muchas ideas y las pongo en el espectáculo. No tengo ego ninguno para tomar algo, reelaborarlo, repensarlo e implementar parte de todo eso si yo siento que lo lleva la obra, que debe estar ahí. Es ineludible para un director ser una persona alerta, abierta que entiende que la creación de un espectáculo no es una creación personal. La magia está en hacerlo desde el grupo, desde la colectividad y la riqueza que genera compartir la creación.

Una de mis directrices es enrumbar desde mis ideas de diseños esos espectáculos. Me gusta mucho la prueba y el error, probar cosas, tener la oportunidad de equivocarme sin que me censuren. Me peleo muchas veces en el teatro cuando me intentan censurar y mucho más cuando lo hace el equipo entre ellos mismos, dígase entre actores o entre ellos con un diseñador. En el teatro hay que experimentar, hay que cometer errores. Nunca olvido la frase de nuestra maestra Antonia Fernández: “La divina posibilidad del error”. Esa divina posibilidad nos lleva a descubrir. En el diseño me pasa, me equivoco mucho, pero es que estoy probando cómo solucionar desde el punto de vista del escenario las posibles variantes para un espectáculo.

Durante el paso de los años ha crecido mi curiosidad, soy muy curioso y eso me pasó con las artes visuales. Descubrí lo que hacían algunos amigos desde este campo y me pareció súper interesante mezclarlo con el teatro. Así nació la experiencia de Treinta de Papel, aquella casa de papel, esa especie de lámpara china que queríamos que se destruyera en cada función, era una instalación de arte efímero. Con sus luces por todas partes hablaba de la fragilidad de los personajes que la habitaban y su reflexión sobre la edad. Después con Hamlet Interview, particularizar la locura de estos dos personajes en un escenario que es un laberinto, una obra de arte óptico para generar esa pérdida de foco, de centro, de búsqueda. Después hacemos Vacas y entran en escenas las esculturas, los cuadros, los colores planos y se crea un mundo que cuando veo las fotos todavía me emociono, porque fue muy linda la interacción del texto de Orizondo con toda la obra plástica de José Emilio.

Otra experiencia en este sentido fue Litoral. Aquí se trabajó la parte por el todo, los tubos para representar la cuidad, el escenario de los personajes en Canadá y después las gomas para los escenarios en el Líbano, cuando el protagónico regresa a su país natal en busca de una sepultura digna para su padre. Esas gomas quemadas, como barricadas, es una imagen recurrente en las ciudades invadidas, desbastadas, es la imagen de la guerra. Creamos una secuencia de instalaciones, componiendo con las gomas estructuras desde donde se podía leer un escenario determinado o una forma que contuviera la escena, el entorno que se buscaba. Las instalaciones eran completadas con las luces y los cuerpos.

Las texturas, el color, la composición visual, el vestuario complementado con la escenografía hacen que se particularice cada obra. Tiene que ver con un entrenamiento visual, en mi caso parte de ver muchas obras de artes en diferentes formatos y lugares. Fuiste parte de la maestría y cuando trabajamos el tema de performance con la maestra Vivian Martínez y con Antonia Fernández, fuiste testigo de que aunque no soy un practicante del performance, sí lo sigo, lo utilizo, hasta como improvisaciones, estímulo para la creación de otras cosas.

Siempre mis diseños o el camino hacia donde enrumbo el trabajo de los diseñadores, cuando trabajo con ellos, es hacia una concepción sintética, minimalista, hacia estructuras geométricas que generen un espacio contenedor de las escenas y personajes. Trato de lograr un espacio escénico que se transforme en un elemento narrativo, que se particularice, cada vez más, con la unión de los demás elementos de la puesta en escena. No suelo construir escenografías realistas en Ludi Teatro, lo puedes ver en Ubú… o en Incendios, son estructuras, bloques, plataformas geométricas, una pared de luz, un cubo que se descompone y se mueve por el espacio como fue el diseño maravilloso de Omar Batista para Bosques. En La mujer de antes todo giraba en torno a la comunicación, las redes y como inciden en la vida de las personas, hicimos una escenografía a partir de la descomposición de los logotipos de Etecsa y de Wifi. De manera general, el diseño y las artes plásticas son claves para mí.

Muchos conocemos de la formación actoral miguel Abreu… ¿Qué experiencias desde este campo marcan tus decisiones como director? ¿Qué anécdota quisieras compartir con los jóvenes actores que admiran tu trabajo y que ven a tu grupo como un destino profesional?

Básicamente mi experiencia como actor está relacionada con el Teatro Buendía y el magisterio de Flora, Raquel, Carlos Celdrán, que fue mi maestro en el ISA y me graduó, de Antonia, también tuve otros, pero estos son los que a mí me marcan de una manera diferente. Lo más hermoso es que hemos seguido estando cerca por muchas razones, yo los pienso mucho. También mi experiencia con diferentes grupos como El Público y el maestro Carlos Díaz. Las dos obras que hice con él fueron muy especiales y la vivencia en compañías como esas, más el magisterio de todos ellos es tremendo para mi trabajo. Eso está en mi obra. Yo llevo con orgullo todas estas experiencias que he vivido como actor. Creo que los recursos que siguen en mí tienen que ver con esta herencia.

Hoy en día los actores no son el actor que yo fui, ni tienen el tiempo para dedicarle al teatro que tuve yo. Cuando era un joven actor de alguna de estas compañías, había mucho más tiempo, era otra Cuba, en proceso de cambio, pero diferente a la actual. Hoy yo tengo sobre mis actores determinada exigencia, determinado rigor, pero ya no hay espacio para encerrarse y generar un teatro, digamos, más comprometido –pudiera usar ese término, pero muchos de mis actores los son hoy como lo era yo–, era un teatro generado en condiciones diferentes. Uno como director logra o no logra esa energía de grupo en un espectáculo, la sensación de sentir que tienes un actor comprometido que no está en una pasarela, que está defendiendo un personaje, una obra y donde el ego no juega un papel tan dañino.

Todo esto tiene que ver con las maneras de construir un personaje, maneras de enfocar la investigación de esos caracteres, herramientas para encontrar el camino hacia la construcción viva de la escena que se conectan como mis vivencias y que me han dejado un camino técnico y sensitivo para el trabajo con los actores. Entender lo procesual es importante.

Te confieso algo… yo era un actor con mucho miedo y cuando llego al Buendía eso empezó a cambiar. Yo sentí que en mi relación con Flora nació un espacio de confianza. Yo siempre le digo: maestra, usted generó en mí la confianza. Ella logró sembrar esa semilla y que yo tomara el camino que me ha traído hasta aquí. Eso de algún modo, me marcó y es algo que yo hago mucho con mis actores, con el equipo. Me gusta darles el tiempo y el espacio de procesar y entender los caminos dentro de sí, hacia su cuerpo, hacia su alma.

Hoy en día, los tiempos son diferentes, por lo tanto la manera de enfocar y enfrentar los procesos es otra. Sostener un teatro de grupo y la experiencia de estas compañías teatrales se hace difícil, la vida y las complejidades, son, definitivamente, las de otra Cuba. Un país en ebullición con problemáticas para pensar desde la escena.

¿Consideras oportuno que un director escénico tenga una formación específica en su campo? ¿Qué representó para Miguel Abreu graduarse de la primera Maestría en Dirección Escénica en Cuba?

Sobre la Maestría te digo que es una experiencia que debería volver cada cierto tiempo y que tiene que evolucionar. Fue muy buena, fue muy enriquecedora, entramos en nueva temáticas, en nuevas asignaturas, en mi caso ya yo conocía a los maestros, pude ver cómo ha madurado su sabiduría, su investigación. Pienso que debería enfocarse mucha más en temáticas y asignaturas técnicas que pueden ayudar a un director a construir una escena, a contar una historia de una manera más eficaz y sobre todo, a analizar experiencias de otros directores nacionales e internacionales y cómo han levantado una poética. La Maestría es una experiencia excelente y que se puede seguir desarrollando. Si uno viene con la experiencia de haber sido actor o diseñador o dramaturgo, ya uno viene con background de conocimientos y experiencia teatral que lo ayuda mucho a uno, por otro lado el oficio teatral te da la capacidad de enfrentar y solucionar muchas cosas.

Lo más importante de esta Maestría es que profundice cada vez más en técnicas, desmontajes, experiencias de maestros como Bob Wilson, no sé Barba, que es un maestro vivo; aunque tú como director el día de mañana no desarrolles la manera de tal o cual director, sino que todo esto te sirva como experiencia, como tránsito para construir tu propia poética. De alguna manera lo hicimos, con nuestros maestros, pero debe tener más desarrollo en próximas ediciones.

Si Ludi Teatro fuera una obra plástica ¿cómo la titularías? ¿Qué diría el programa de la exposición?

No sé… utilizaría el título de una obra, se podría llamar Litoral. Esas son las influencias de Wajdi en nosotros. Ludi es como el mar, un borde, una frontera donde empieza y termina todo, es siempre recomenzar. Tiene esa sensación de oleaje que arrastra y se lleva todo al llegar a la orilla. Más allá de las emociones, del odio, de las pérdidas y fracasos, incluso más allá del silencio y la muerte, está ese espacio del litoral, el espacio del teatro donde se puede empezar otra vez. Ahí se puede construir una nueva familia. Esta filosofía de caminar por el borde de nuestro malecón, es la magia que nos envuelve y arrastra durante siete años a actores, diseñadores y a todos los miembros de esta familia.

Es contradictorio, pero el teatro no es nada al lado de la experiencia, yo les digo a los actores que no piensen en el personaje, que no es importante el resultado, lo importante es el proceso, lo maravilloso de este borde de los encuentros es el placer de estar juntos. Como diría Wajdi: “no hay nada más bello que estar juntos.” Y yo te digo, que vivir la Cuba de hoy desde el convivio con mi gente, debatirla y pensarla desde el teatro es uno de los grandes regalos de la vida, más que el resultado mismo, esta idea sobrepasa la concepción general del teatro.