Laura Alonso


Romances de una Fille mal gardee… en Pinar del Río

Sin descorrerse el telón, la melodía de la centenaria partitura musical creada por Peter Ludwig Hertel genera una sensación de plenitud y tranquilidad. Pero nadie se llame a engaños. La fille mal gardée de Jean Dauverbal, en versión coreográfica de Laura Alonso, es algo más que una historia bucólica, apacible. Posee los elementos, la picardía, la dinamita necesaria para provocar al espectador más incólume. Así sucedió cuando se estrenó a fines del siglo XVlll y así acontece en el presente.

Charles Maurice en su Histoire Anecdotique du Théâtre señala que Jean Dauverbal (1742), el magnífico bailarín y maestro formado en la Académie Royale de Musique (Opera de París), se inspira en un grabado colorido que observara en una tienda de lacas –en el que se muestra a un joven campesino huyendo de un granero, mientras una señora que le lanza un sombrero y una joven llora– para componer La fille mal gardée.  

Estrenada 1 de julio de 1789 en el Teatro de Burdeos, la obra en sí misma constituyó una revolución. Dauverbal la erige rompiendo con la estética creativa de su tiempo. En La fille… muy acertadamente se arriesga a materializar el pensamiento danzario que expresa en las famosas Lettres sur la danse et sur les ballets, su maestro Jean Jorge Noverre desarrolla una acción lógica, con un planteamiento, un desarrollo y un cierre; representa la realidad del contexto para el que crea, conforma un vestuario según la época; presenta seres humanos y no dioses en escena.  

Pero desde nuestro punto de vista, lo más significativo en este ballet es que no aborda el universo de la nobleza, sino el de la pujante burguesía que en nombre de la libertad, igualdad y fraternidad protagonizara la legendaria Revolución Francesa: examina parte de sus principales búsquedas, comportamientos y fundamentalmente, sus contradicciones.

Laura Alonso, que es un pilar de nuestra cultura, como gran maestra que es, conoce el valor de la tradición, de los fundamentos técnicos, estilísticos, temáticos sobre los que se erige el repertorio balletístico nacional y el internacional. Quizás por eso cuando el espectador se topa con su versión de La fille… llega a sentir que esta maestra tuvo bien claro el porqué, el cómo y dónde volvía a invocar la pieza de Dauverbal (más allá de lo importante que pueda ser regresar sobre un clásico).

Respaldada por disímiles voces –Aumer, Lev Ivánov y Marius Petipá, Bronislava Nikjinska, Alicia Alonso, Frederick Ashton– que han ofrecido miradas disímiles sobre La fille mal gardée, Laura Alonso vuelve sobre este ballet y toma muy atinadamente la decisión de expedirlo. Si el original estaba compuesto en dos actos y tres escenas, la versión coreográfica de Alonso es en tres actos, lo cual propicia una cuidadosa resolución de la trama danzaria.

Y aunque para algunos pueda ser cuestionable, la gracilidad de la coreografía ideada por Laura Alonso no reside en golpes de efecto acostumbrados en ballets ya clásicos: figuras, diseños, complicados pasos, giros artificiosos. Aquello verdaderamente agradecible se encuentra en el certero desarrollo temático y en la coherente conjunción, aprovechada al máximo, del elemento danzario y el teatral, como soportes que sostienen el despliegue del relato escénico.

Hilvana, Laura Alonso, una escritura coreográfica impregnada teatralidad en la cual recursos como el uso deliberado de lo grotesco, lo burlesco, la caricatura acentúan la comicidad de la situaciones escénicas. La pantomima clásica –un elemento por el que se debe continuar abogando por su correcta conservación en nuestros escenarios– es un potencial narrativo que en La fille…, conecta sucesos, despeja brumas, genera humorismo, que contribuye grandemente definir el carácter de los personajes, los objetivos que persiguen, cuáles son sus contracciones, los puntos de giro que modifican su comportamiento: la danza de Mamá Simone y Don Tomás, en el campo (segundo acto) o la escena en que esta da su consentimiento para que Collin y Lisette se unan (tercer acto), son una muestra de creatividad.

Por lo cual la coreografía de Laura Alonso es capaz de mantener un tono, un estilo muy coherente, cercano al que demandaban para su construcción de los llamados ballets de acción; y que es el sello de La fille mal gardée (de la que como se sabe, solo se conserva su tema original).

Por otra parte, no menos atendible es el efecto que causa La fille mal gardée en el espectador. Si bien es un privilegio degustar del segundo ballet más longevo de la historia de la danza[1], mucho más lo es ser testigo de la profundidad, de aquello que invoca esta pieza vista desde la mirada de la Alonso.

Aunque los bailarines, los personajes visten a la manera del siglo XVlll, no se experimentan tan lejanas las situaciones, sus conflictos, ambiciones y anhelos. La evocación de una lejana Francia, donde habitaban distintos estratos sociales, con sus búsquedas y obsesiones, en que subsistir era una cuestión dura del día a día; en la que quien tenía más se llevaba la mejor tajada, habitaba las mejores fiestas y tabernas, obtenía los mejores favores, de alguna rara manera no resulta tan incongruente, tan distante al público de este momento.

Hay en esa realidad recreada verdades eternas, zonas todavía discutibles. Los arreglos que establece Mamá Simone para casar a su hija con el descendiente de Don Tomás, intereses de medio por supuesto, fueron tan tristemente legítimos en aquellos tiempos como lo pueden ser en este minuto.

Las adversidades que debe franquear un Collin, dado su bajo estatus, para alcanzar a su pretendida, fueron en la Francia dieciochesca y aún son una perenne realidad que se renueva en estos difíciles días marcados por las precariedades y las urgencias de todo tipo. Como también es una realidad que pese a las adversidades, ante muchas situaciones y circunstancias, vence el amor.

Asistir a La fille…, de la Compañía de Ballet “Laura Alonso”, es mucho más que ir a ver un frío mosaico de época (tal vez por eso uno llega sentir más vivo este ballet que otros que le siguen en el tiempo y que se alejan de toda la realidad). Es de algún modo una forma de participar, que se borren los linderos temporales, de saber que también pueden ser nuestras aquellas circunstancias que vivieron los personajes que se dieron cita en Burdeos unos días antes de la Toma de la Bastilla. 

Por otra parte podemos referir que ha sido una decisión muy sabia y también por qué no, arriesgada –todo buen maestro toma sus riesgos–, que Laura Alonso haya dado la posibilidad a jóvenes recién egresados de la academia que asumieran, en su visita a Pinar del Río, los rostros de los personajes que conforman La fille mal gardée. Esta estrategia permite que los más novicios pulan sus herramientas, que se sientan probados en escena, que se les impongan retos y se sientan ese relevo necesario que necesita la Compañía de Ballet “Laura Alonso” y el Centro ProDanza.

Y si bien quedó demostrado que el team todavía necesita ganar en seguridad, despejar tensiones, disfrutar más la expansión de la ficción en escena, prestar atención a destalles como su apariencia física en función de la contextualización de los personajes en época (peinados masculinos); no es menos cierto que el trabajo de conjunto fue muy digno.

Aplaudible sin dudas es la labor de Antoine González. Se luce en su mamá Simone. Asume con un desenfado admirable este rol. Sin manierismos, pero tejiendo un serie de rasgos que conforman la feminidad de su personaje, va bordando una partitura física, gestual, en la cual su pantomima, que a veces explora lo grotesco premeditadamente, es correctísima. Demás está decir que su trabajo ha sido como sal de la puesta, le ha dado un sabor peculiar e irremplazable.

No menos valía tiene la interpretación de Alin, por Alex. W. Navarro. Moviéndose en el borde de la caricatura, pero sin ser vulgar; es capaz de dar con su mirada –otros se hubiesen valido de recursos más convencionales y más facilistas–, con su peculiar forma de moverse, la ingenuidad superlativa de su personaje.

Una que no incomoda, que no genera pena, sino que es matizada con un cuidado que uno llega a querer a este personaje. Llega a sentirlo más humano.

Más cuando el bailarín despunta brillantemente en los momentos en que se le presentan complejidades técnicas como los saltos y los giros complejos. Demás está decir que es muy digna de reconocer su valentía cuando surca el espacio prendido de un accesorio al final del segundo y tercer acto de La fille…

Las tres jóvenes, Tahlia Pérez, Alejandra Rodríguez y Jeannette L. Estrada, que asumen a Lisette, ofrecen, desde sus individualidades, un color distinto y brillante a este personaje. No obstante, destacable en particular es la huella trazada Jeannette que debuta por lo alto en dicho rol. Esta joven llena de delicadeza, picardía, frescor juvenil a su Lisette.

Menos dicha quizás tuvo alguno de los muchachos que asumieron a Collin. Todavía les falta ganar en seguridad en la parte técnica. Perfilar su caracterización, dotar al personaje de la energía que requiere. No reducir su presencia a la del mero porteur de la bailarina. Collin es un personaje que reclama más que esto.

Con todo, sería injusto dejar de reconocer la asunción de Collin, por Yoan C. Rodríguez. Logra este, ser más certero, salir ileso de impresiones técnicas y sobre todo, ofrece una caracterización más sólida que sus compañeros.

La fille mal gardée, los tres días que se presentó en el teatro Milanés, logró conquistar al público pinareño. La mano certeza de Laura Alonso conformó una fábula escénica que dura por casi dos horas, pero que este tiempo no se hecha a ver, dado que posee la calidad coreográfica los ingredientes de teatralidad, la dinámica, sabia comicidad, que seducen al espectador.

La Alonso lleva en sus venas la amplia experiencia de vida, el eco de los aprendizajes de los diálogos familiares, aquellos que frente a ella protagonizaron su madre, Alicia, su padre, Fernando y su tío, Alberto, responsables de la conformación de la técnica de la Escuela Cubana de Ballet y de gran parte de las obras que habitan no solo en el repertorio del Ballet Nacional de Cuba, sino de prestigiosos elencos del orbe. Por eso, este encuentro con La fille mal gardée no fue solo una experiencia estética o vano divertimento. Fue más allá.

Fue el encuentro con la tradición, con la relectura atenta y juiciosa de un clásico. Devino un espacio para que el público también encontrara en el ballet, más allá los criterios tradicionales que solo se esperan cuotas de virtuosismo en escena, un espacio de reflexión ante el espejo de la ficción, un lugar de auto reconocimiento, y por qué no, provocación. 

Gracias pues a La Compañía de Ballet de Laura Alonso, al Centro Prodanza y su directora, Laura Alonso, que regaló a Vueltabajo la posibilidad de ver por primera vez y de forma completa una obra tan significativa para la danza como lo es La fille mal gardée.

 

Nota:

[1] Dado que el más antiguo que se conoce es Los caprichos de cupido y el maestro de ballet (1786), de Vicenso de Galeotti.