Jorge Mañach


Por una universidad cultural

El sociólogo Alain Basail planteó en una ocasión que la Revolución cubana “ha sido un profundo cambio cultural”.  Y es que el primer hecho cultural importante fue la Revolución misma, porque recogió lo mejor de nuestra tradición cultural, abrió el camino y sembró las semillas para lograr una transformación integral que se comenzó a gestar de manera inmediata en su seno y que auguró la construcción de un futuro pleno para todos los cubanos.

Inmediatamente después del Triunfo, se inicia el proceso de democratización de la cultura y de institucionalización en el que se sucedieron un conjunto de acontecimientos culturales, siendo los más relevantes en este ámbito la campaña de alfabetización, la nacionalización de la enseñanza y reforma universitaria.

La Revolución, triunfante y popular, constituyó una nueva oportunidad para todos. Se reconoce la Historia y tradiciones del pensamiento social cubano más progresista como los cimientos de la nueva sociedad. Puede apreciarse así un encuentro entre la voluntad política de promover el desarrollo de la ciencia y su democratización, y el compromiso social y profesional de los actores de ese sector que permanecieron en el país (en su mayoría estudiantes y profesores universitarios).

En ese sentido, la década del 60 y en alguna medida los primeros años de los 70, están marcados por una efervescencia romántica, en la que la articulación entre gobierno y ciencia operaba de forma prácticamente directa. Se iniciaba así un proceso de construcción –que se sabía largo–, de capacidades científicas nacionales con una consciente orientación de respuesta a las necesidades sociales, donde la Universidad se distinguía como un actor primordial.

Es notorio mencionar que se plantea un salto cualitativo en la inserción de la cultura en instituciones universitarias pues desde sus inicios han sido de vital importancia para la educación y el desarrollo del joven universitario. Destacándose intelectuales y personalidades de la cultura cubana formados en las aulas de las casas de altos estudios en sus diferentes etapas históricas, tales como Nicolás Guillén, Alejo Carpentier, Fernando Ortiz, Raúl Roa García, Jorge Mañach, Juan Marinello, Carlos Rafael Rodríguez, nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro, entre otros tantos quienes, a su vez, fueron las personalidades que podrían ser consideradas forjadores de la universidad cubana.

Carlos Rafael Rodríguez compartía la tesis según la cual el socialismo solo sería posible con el nacimiento de una nueva cultura y por eso le atribuyó a la universidad tal misión. Esa misma concepción sobre la necesidad de un cambio cultural y científico de la sociedad cubana estuvo muy presente en el ideario de Ernesto (Che) Guevara, quien propugnaría la necesidad de la formación de un hombre nuevo, motivado por valores humanistas y altruistas muy diferentes a los gestados por el egoísmo y el individualismo, prevalecientes en la sociedad capitalista.

Lo más significativo de la formación de la cultura radica en que el desarrollo del proceso docente-educativo va más allá de la posesión de los conocimientos profesionales del individuo, porque ello implicaría un perfil cultural y espiritual sumamente estrecho y es preciso enriquecer al ser humano y a la sociedad para reconocer y apreciar los mejores valores creados por la humanidad, desde su surgimiento hasta nuestros días, pero no en un sentido solo interpretativo, sino para poder actuar en la transformación de la sociedad.

Por lo que formar la cultura del profesional que egresa de la universidad cubana implica atender la cultura integral y desarrollar la de su objeto profesional, desde el conocimiento de la historia del mismo, las diversas aristas que la componen, la contextualización cultural. Cada carrera universitaria tiene sus retos específicos, además de aquellos que son generales.

La sociedad cubana necesita que sus ciudadanos y de modo particular sus profesionales se formen en el rechazo a la discriminación, la injusticia, en la preparación para valorar a los demás sin extremismos, prejuicios o perfeccionismos, además de educar para la solidaridad, la comunicación afectiva entre los seres humanos, basada en una ética de las relaciones interpersonales; la comprensión mutua que incluye un proceso de empatía, abrirse a los demás, superar los prejuicios y el egocentrismo.

En el acertado artículo La universidad en la encrucijada de Antonio Alvar Ezquerra (2011), aunque hace referencia al contexto de España, nos hace reflexionar oportunamente a los desafíos de la Universidad que aspiramos edificar en el siglo XXI cuando expresa que “el modelo universitario de ahora (…) sufre algunos de los  males que aquejaron a la universidad del XVIII (…): exceso de Universidades, escasa exigencia en el otorgamiento de títulos, insuficiente conexión con las demandas sociales y con los centros de desarrollo del conocimiento.”

Más adelante afirma que si “no asume ese modelo como propio y si la sociedad no le concede ese papel con todas sus consecuencias, la Universidad quedará reducida a una oficina de expedición de títulos, todo lo glamourosa que se quiera, pero lejos ya de su esencia y de su histórica razón de ser.”

En distinto modo, durante la trayectoria de los jóvenes universitarios cubanos en todos los tiempos, han demostrado tener un elevado compromiso social y se identifican con las costumbres de su época. Es por ello que en el presente se debe evitar la tendencia individualista de los jóvenes, asunto directamente relacionado con la formación universitaria, y ésta se ve en la necesidad de formar comprometidos ciudadanos además de excelentes profesionales.

El día a día nos demuestra que dicho riesgo puede ser real, que determinados comportamientos de personas con estudios universitarios no contemplan la dimensión cultural en el sentido más amplio. La Educación Superior no es solamente la educación que se encuentra en el nivel más alto de un determinado sistema educativo, sino que también es la educación que permite alcanzar el nivel superior de perfeccionamiento humano.

Las máximas autoridades del sector cultural en nuestro país se han pronunciado ante la imperiosa necesidad del fomento de valores, por lo cual le atribuyen a la cultura un papel preponderante.

Tal es el caso de Miguel Barnet, presidente de honor de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, quien en la gala por el aniversario 50 de esa institución, en 2011, destacó que “el arte tiene un papel esencial en el quehacer cotidiano, garantiza la calidad de vida y potencia los valores espirituales que sostienen la estructura básica de la nación”.

Asimismo, señalaba la política del gobierno cubano de oponerse a la mercantilización de la cultura y a la “banalidad la creación de los más puros valores estéticos”.

Recordó además, cuando Fidel dijo, en los momentos más agudos del período especial, que la cultura era lo primero que había que salvar, ya que “es la cultura la que nos garantiza todas las libertades, entre ellas la capacidad de pensar y razonar y nos convierte en seres humanos”.

Por otra parte, Miguel Díaz-Canel, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de la República de Cuba, en la clausura del Segundo Congreso de la Asociación Hermanos Saíz (en 2013), se refirió al papel de los jóvenes, ya sean universitarios o no, ante la influencia de “un frívolo e injusto modelo civilizatorio, cuyos mensajes, aparentemente diferentes, forman parte de un discurso único, hegemónico, que asocia juventud y frivolidad, felicidad y consumo, éxito y dinero”.

Valoró el papel de la AHS al expresar que era “bueno tener una vanguardia artística que pueda ser decisiva camino a una sociedad socialista próspera y sostenible, donde lo que distinga no sea la posesión material sino la riqueza del conocimiento, cultura, sensibilidad”.

También llamó a revertir la deformación del gusto y recuperar “el sentido estético que siempre distinguió al pueblo cubano. Debemos actuar, por encima de cualquier espíritu de feudo, con mayor intencionalidad e integralidad”.

En la actualidad está el reclamo de formar profesionales competentes, comprometidos e identificados con la Revolución, pero también, profundamente humanos, así como sus valores y retos actuales, adaptados al conjunto de normas de convivencia, lo que constituye una necesidad para que pueda subsistir la sociedad organizada, caracterizada por la cooperación y ayuda en la lucha por la existencia y adaptación al entorno.

 

Referencias bibliográficas:

  • Basail, A. (2005): Sociología de la cultura, Tomo 2. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, p 540. 
  • Monte Horruitiner, G. del y Gómez Morales, M. (1985). “Los especialistas jóvenes y el trabajo cultural”. En Revista Temas, 7, pp. 105-128.