Día Internacional de la Poesía


Día internacional de la poesía: ¿Acaso hace falta un día para representar a todos los demás?

Supe que alguna magia habría. Me resistí siempre a la idea de que todo fuese tan terriblemente normal. A mi alrededor fueron demasiado correctos, demasiado básicos, demasiado cuerdos. Hasta que la poesía me encontró, fraguándose luego el hechizo. No fui yo quien invoqué sus demonios, de haber imaginado alguna vez que esto sería así, me hubiese refugiado en la más torpe quietud. Llegó y, como si descorrieran cortinas en mi interior, entró la luz más despiadada para ojos acostumbrados a la penumbra.

Entendí que mis padres eran unos desgraciados, que no es lo mismo que decir malditos. Maldita estaba yo. Ellos simplemente habían perdido las máscaras. Mi poesía, que es lo mismo que decir mi ruina, comenzó a dejar sus verdaderos rostros al descubierto. Ya nada era demasiado normal como al principio. Lo abominable rondaba nuestra casa. Padre llenó las paredes con sus monstruos. Madre pretendía enseñarme a acariciarlos, hasta que un día su ada también comenzó a desdibujarse.

Como cuando uno se acostumbra a todo comienzan a dar igual las cosas, mi ruina aprendió a convivir con las bestias de mi padre, regadas por las esquinas. Con la cabeza gacha de mamá, donde encontró cierto gusto para dejarse fluir y hacerme gastar hojas y hojas. Hice de la perfección para narrarla un hobby recurrente. Los demonios de mi madre han demostrado ser los más inauditos de esta historia. Cosa que nunca habría podido percibir sin la poesía.

Me fui del purgatorio aquel donde nadie además de mí parecía estar ya demasiado cuerdo, pretendiendo ser normal ante el mundo. Caminar normal frente a los demás. Reír normal, como los demás, ser yo, normal, como los demás… Pero los demás olfateaban mi ruina a kilómetros y huían.

Cuando hay hambre, el estómago se adapta, se recoge, tanto que cualquier cosa llena. Pero, hay varios tipos de hambre, mi maldición no sabe de saciedad. Para colmo, ni siquiera es buena en lo que hace. Tal vez no lo necesite. Quizás solo me habita para atormentar, para sembrar en mí la urgencia del decir y alimentar su alegría ante la impotencia de saberme sin poder hacerlo. Su morbo es inmensurable. Cree que siempre puedo aguantar más. Soy el embase. El sombrero del mago al que le cabe todo. Pero, no todo lo que entra sale… No hay razón directamente proporcional en eso. Quizás por ello me sabe honda.

Un día mi ruina decidió que no había tenido suficiente para lidiar con mis propias bestias. Debía aprender a dominarlas. Para ello, las necesitaba enfurecidas. Trepidantes. No más intentar sonreír como todo el mundo. Ni andar aparentando coherencia, como todo el mundo. Ni siendo apaciblemente feliz, como todo el mundo. –¿A quién quieres engañar? –dijo. Y como Dios en sus días de gloria, sentenció: –a partir de ahora reptarás entre la hierba seca, al acecho y sin cuidados. No necesitas piernas para desplazarte. No fuiste animal destinado para las dos patas. Las cosas que en verdad te nutran solo vas a encontrarlas a ras del suelo, es donde está lo realmente importante, como las semillas. Todo está en las semillas. Y diciendo esto me engulló para siempre.

Hoy, renacida y sin piernas para huir, repto entre las bestias de los demás. Río con las risas de los demás. Soy feliz, como lo son los demás. Cómo solo pueden serlo esos que conocen la desgracia de que no hace falta un día para representar al resto.