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Jilma Madera: Un Cristo y un Martí en vigilia eterna de la Patria

En el punto más alto de Cuba, a 1974 metros sobre el nivel del mar, se erige un Martí en bronce, de frente altiva y mirada lejana, como quien vela por su Patria desde la cima, allí donde comienza el cielo y se siente la gloria.

La escultura fue fruto de la creación de Jilma Madera Valiente, una de las artistas de la plástica cubana más valiosas por sus obras de notable trascendencia. A la luz de un nuevo año, se conmemora otro aniversario del fallecimiento de la célebre escultora, el 21 de febrero de 2000. Más de dos décadas han transcurrido desde la fecha, pero un legado artístico imperecedero y tangible queda como vestigio de sus creaciones.

Jilma Madera es considerada –a beneplácito de los cubanos– la primera mujer en cincelar en mármol blanco de Carrara una obra de tamañas dimensiones: el Cristo de La Habana. Si bien el monumento de 20 metros de alto es colosal y admirable a la vista de quien lo contemple in situ, aún más gigantesca fue la destreza artística de la escultora, que precisó de un intenso trabajo que incluyó el traslado desde Italia, de 600 toneladas de mármol blanco de Carrara, y la dirección a los obreros que ejecutaron el proceso de montaje.

Inspirada en un ideal de belleza masculina, Jilma concibió al Cristo en imagen de perfección física, no en tanto simetría rostral como en percepción de paz visual, a lo que dejó ojos vacíos como para sugerir una mirada omnipresente, como ella misma expresara: “…le imprimí serenidad y entereza como alguien que tiene la certidumbre de sus ideas”.

La artista es también autora de emblemáticas piezas entre las que destacan los monumentos al General Francisco Peraza, en El Cacahual; a Martí en el parque de San Nicolás, Mayabeque; a Adolfo del Castillo, en Managua, La Habana; y el frontispicio de la Fragua Martiana.

De todas sus creaciones, las más conocidas y de mayor relevancia forman parte de nuestros tesoros patrimoniales por su excepcional valor artístico. El Cristo ha sido declarado Monumento Nacional, y el busto martiano ubicado en el Pico Turquino forma parte del Patrimonio Cultural de la Nación. Uno es símbolo en el paisaje citadino de La Habana, otro es cúspide en el paisaje montañoso de la Sierra Maestra. Uno abre los brazos y bendice la ciudad a la entrada de la Bahía, el otro permanece incansable en tutela sempiterna.

Quien ha tenido la dicha de regodearse en ambas presencias percibe el mármol y bronce en sinonimia metafórica de ébano y marfil, y la antonimia alegórica de historia y religión; nos descubre un binomio de ensamble en el magnificente virtuosismo estético. Jilma Madera nos dejó un legado conceptual traducido en arte, nos dejó el lenguaje de sus manos cincelados en monumentos, nos dejó a un Cristo y a un Martí, en vigilia eterna de la Patria.