Ángel Lázaro Sánchez Herrera


AHS Ciego de Ávila: “el hombre de la pared”

Un rostro campante ocupa una de las paredes de la Casa del Joven Creador en Ciego de Ávila. En el Centro Cultural “Café Barquito”, reabierto en enero último, se asoma la estampa de un hombre, ¿incógnito? Puertas adentro, en la filial avileña de la Asociación Hermanos Saíz, es conocido, aunque no lo suficiente. Hacia fuera, más allá de su familia y sus amigos, se sabe menos de él. Y uno lo comprueba cuando los visitantes curiosean: “¿quién es ese señor?”, sin temor al ridículo. Obviamente, en una obra inacabada, se dan pasos para ofrecer prominencia a quien la merece.

“¿Para qué abrir las puertas si la luz solo viene de adentro?”, una de sus frases, también trazada en la pared, en la que cada elemento perpetúa a “Barquito”. Sí, así le apodaron, por su ingeniosa firma en papeles… y elemento protagonista de sus epigramas, que cargan con tanto simbolismo. Una silueta dejaba ver su huella en lo que emborronaba. El Centro Cultural, espacio para trascender el aroma del café y respirar el arte joven que estimuló, ofrecido en promesas a sus asociados, es hoy ese “navío” que invita a poner proa por el ancho mar de nuestra creación vanguardista. 

Desde esa esquina del Café, brota una iluminación intelectual, acompañada por aquella naturalidad que traspasa los cristales. Lo que escribió “el señor de la pared” se cumple al pie de la letra: la luz viene de adentro, de una membresía que es tan diversa como creativa, concentrada en crear e interesada por el futuro del arte. Incluso, es la obra de Barquito una brújula, el astrolabio, cuando pronunció: “No todo es negro, ni gris, ni rojo, ni azul. Todo es de color del aire y por eso respiramos”.   

La sobrina Melaine y el escritor avileño Leo Buquet. / Fotos: Yoandris Chamorro Belén

 

Y así, desde la AHS en Ciego de Ávila, se homenajea a Ángel Lázaro Sánchez Herrera, técnico medio en Cartografía, Instructor de Artes Dramáticas, con cursos de guion y dirección artística de espectáculos, narrador oral, poeta, dramaturgo, promotor cultural. Y, sobre todo, un gran soñador.

Fue Ángel Lázaro, y he aquí su irrompible vínculo con la organización, quien “timoneó” la célula fundacional de lo que es hoy la consolidada Asociación Hermanos Saíz en Ciego de Ávila. Teniendo en cuenta su legado, la recordación obtiene especial trascendencia este mes: los 60 años de su natalicio, el 2 de mayo de 1963, en Songo la Maya, Santiago de Cuba; y los 22 de su fallecimiento, el 25 de abril de 2001, en tierras avileñas. Una vida tan corta como la de muchos de los que todavía, en la AHS, están a pie de obra.

Su existencia, en espíritu y alma, fue recordada el pasado día 2 de mayo en el propio Centro Cultural Café Barquito, con la presencia de su mamá Ángela Herrera Sánchez, de 93 años; las sobrinas Melaine y Zenia Pérez Sánchez; su hermano Pedro Germán Sánchez Herrera; la tía Tomasa Sánchez Gutiérrez… y amigos, como el diseñador y escritor Vasily Mendosa Pérez, el escritor Félix Sánchez y el trovador Héctor Luis de Posada.       

En el encuentro, Pedro Germán, cargado de emotividad, leyó un pequeño texto titulado “Insomnio”, de una de las dos hijas de Barquito, Ana Delia Sánchez Pereira, quien tenía apenas 9 años cuando pereció su papá:

“Solo tiene nueve años y padece de insomnio. Desde hace mucho no logra conciliar el sueño. Añora los cuentos que le hace su padre cada noche, antes de dormir. Su voz suena fenomenal gracias al eco en las paredes de madera. Tiene solo nueve años y no entiende por qué a su madre le aterra que hable con él. Ella solo necesita escucharlo cada noche, contar sus historias y sin embargo su madre dice que no son horas de ir al cementerio”.     

Ana Delia habla de su papá. / Fotos: Yoandris Chamorro Belén

Ana Delia accedió a enviar un video, vía WhatsApp, en el que, además de agradecer a la AHS de Ciego de Ávila la permanente evocación de su progenitor, comentó que sus recuerdos suelen ser borrosos, porque no logra hilvanar los hechos junto a Ángel Lázaro con las fechas y los lugares.

“Era extremadamente cariñoso, atento, complaciente. Era el mejor contador de cuentos. Los más creativos eran los que nos hacía cada noche, antes de dormir, en los que lo mismo aparecía Poni de Nubes que el héroe de las aventuras, Robinson Crusoe o el personaje negativo. Muy ocurrente. Nos dedicaba mucho tiempo, sobre todo para el juego. Nos acompañaba en los aguaceros y, después de escampar, teníamos que poner los barquitos de papel en los charquitos. Era un hacedor y defensor de sueños. Nos lleva a excursiones. En una sola frase: Fue un padre inmenso”.  

Celia Sánchez Pereira, la hija mayor, en otro video agregó: “Me ayudaba siempre en la escuela. Nunca lo vi molesto. Nunca lo vi triste. Su método para educarme era haciéndome recitar una poesía de José Martí, teclear en la máquina de escribir, o leyendo La niña de Guatemala. Eran esos sus “castigos”. Nunca nos levantó la voz”.

“Nos llevaba de excursión a un basurero, al final de la calle donde residía en Ciego de Ávila, rodeado de marabú, y decía que ese era nuestro mundo de fantasías. Estudié siendo pequeña para bailarina y, cuando lo veía llegar, más vueltas daba; él era mi punto fijo. Y su expresión, al verme, era de asombro. Nos hacía barquitos de papel y montaba obras de teatro. Me fascinaba que leyera Poni de Nubes. Tenía una vida ajetreada, pero nunca nos faltó”.  

Para su amigo escritor Félix Sánchez fue “una persona mágica, buen amigo, siempre feliz. Vivía en una casa llena de libros. Nació para eso: la literatura. Su casa no era acomodada, pero él era feliz allí. Te recibía siempre como si aquello fuera un palacio. Y lo era realmente. Prestaba sus libros sin tanto control. Contenía mucha energía en ese cuerpo tan pequeño, endeble, porque no paraba”.

“Recuerdo su anécdota de los zapatos: alguien le dijo que los tenía sucios y le respondió que no tenía tiempo para mirarse los pies. O sea, siempre estaba mirando para adelante. Tenía un enorme sentido del humor. Muchos deseos de servir. Y luchaba contra su asma, muy valientemente, con el inhalador a la mano. Vivió a un ritmo como si imaginara que fuera a morir tan joven. Feliz con poco”.

Sobre cómo Barquito creía en él como artista, dialogó el diseñador y escritor Vasily Mendoza Pérez, miembro de honor de la filial avileña. “Recuerdo cuando me entregó el carné de la AHS, en 1992. Me parece estar montado ahora en el camión en el que fuimos a buscar las imprentas para la primera Casa del Joven Creador en la calle Abraham Delgado, la que él mismo fue reconstruyendo, con no pocos sinsabores. No tenía puertas y había que dormir ahí para cuidarla. Allí se dieron las primeras actividades. Repaso sobradamente su risa tragada de asmático y su dedo pulgar metido en la boca para calmar el asma. Cargaba con sus mochilas, siempre inventando en las caminatas de Júcaro a Morón”.   

A Ángel Lázaro lo conoció también el trovador Héctor Luis de Posada. Según el destacado músico avileño, Barquito fue de las personas más receptivas con las que haya coincidido. “Lo conozco desde que surgió la Brigada Hermanos Saíz. Siempre me apoyaba, iba a mis conciertos; era el primero que escuchaba mis canciones, porque era muy buen escritor. Buscaba el humor negro, muy sutil, de mis temas. Siempre se prendía al inhalador y el café le demoraba cantidad”.   

Hay que reconocerle a su hermano Pedro Germán lo que se sabe de Barquito, que sigue siendo poco, de ahí que seguir indagando sea un compromiso. Una infancia de campo, con la suerte de tener un padre de ascendencia isleña, decimista y cuentero “a lo Juan Candela”, con una disciplina casi militar; y una madre también decimista, maestra en cariños. Vivió en tantos lugares, porque descendía de una familia asmática, que buscaba un clima más propicio: Songo la Maya, Fidencias, 14 y Medio, Babiney, Bayamo, Vado del Yeso, Ciego de Ávila.

Sus dos poemas más grandes, Celia y Anita, coautoras de su libro Poni de Nubes, novela-infantil-barco-suerte, en la que ellas le pedían en noches de apagones que Poni salvara un chivito, o fuera cama, o risa, o pez. Recorrió escuelas, creó eventos. Y, tratándose del arte, según su hermano: “Solo le importó el contenido, cuando para muchos las formas eran cuestionadas”.

Lo de la AHS en Ciego de Ávila con “el señor de la pared”, descrito grosso modo en este intento de narración, es orgullo por sus fundadores, por sus primeros impulsores. Es algo, más o menos, similar a ese escrito en la portada de un casete de música infantil de Teresita Fernández que regaló Barquito a sus niñas: “Celia y Ana, corran que esto sí está lindo”. Y sí, es muy lindo estar en un Centro Cultural Café Barquito, donde la utopía está convocada a sobrevolar el espacio físico.

Esto tiene el sabor de lo inacabado, pero sigamos la idea de aquel primer capitán: “Levantemos la casa, que buena falta nos hacen sus muros”.