A dos manos


Entrevista #5: La verdad como un estado mental

(una conversación con la actriz Lisandra Hechavarría Hurtado)

Santiago de Cuba posee un sinfín de nombres que participan con honor en la historia del teatro cubano. Nombres que trascienden la geografía y las desventajas sociales que pudieran prevalecer ante el desarrollo del arte teatral. Los actores, dramaturgos, directores y demás hombres y mujeres de la escena, hacen de esta urbe su principal motivación. Una ciudad llena de conflictos, colores, sonidos y energía caribeña, que dota a la creación artística de cierta singularidad.    

Las artes escénicas en la ciudad forman parte del pentagrama cultural de los individuos que permanecemos en ella. Santiago de Cuba es una ciudad teatral. De ahí que muchos jóvenes se encuentren con el escenario y el hecho escénico desde distintas circunstancias. Al conversar con la actriz Lisandra Hechavarría Hurtado, quien es miembro del Grupo de Experimentación Escénica LA CAJA NEGRA, pude percibir misticismo en su encuentro con el teatro. Lisandra posee, a pesar de su juventud, una amplia experiencia de trabajo. Se graduó de la academia de actuación José Joaquín Tejada y de la Universidad de las Artes ISA, en su filial santiaguera. Para ella el teatro es una hermosa muestra de filantropía.       

¿Por qué el teatro?

No tuve alternativa, el teatro me eligió y no a la inversa.

A los 14 años lo tenía súper claro que iba a ser músico, estudiaba en la escuela de arte José María Heredia y Heredia, en la especialidad de dirección coral. Una mañana llego un claustro de profesores actores y directores de teatro captando talentos, y yo que entonces era el doble de entusiasta que ahora, me presente.

Una vez en la academia de actuación me percaté que había llegado a un lugar perfecto. Era una sensación liberadora, al estar allí siendo juzgada y observada sobre la escen, se resolvían de un tajo todos los problemas existenciales de mi adolescencia. En fin, el teatro me puso la trampa y me convirtió en una buscadora incansable por conquistar la belleza. Así comprendí que el teatro es una de las más hermosas muestras de filantropía.

En el arte, los viajes por lo regular son o muy cortos o infinitos. En ninguno de los casos, el trayecto se hace solo ni sin referentes. ¿Quiénes han sido los maestros en tus viajes?

Bueno, tuve los mejores maestros que un estudiante de teatro en Santiago de Cuba podía tener en esos años. Nora Hamze Guilart, Rogelio Meneses, Elena Yanes, Jorge Socarras Linares, Odalis Ferrer, y en estos últimos años a Alina Narciso, directora de teatro italiana quien me ha ayudado a descubrir cuáles son mis capacidades como actriz y a fortalecerlas. Debo decir algo con respecto a mis maestros y es que agradezco la formación que me han dado desde su experiencia, pero sobre todo, agradezco cuanto han aportado a mi crecimiento personal.

Los referentes que llegan a partir de nuestros maestros son motivación para encontrar otros. Así el viaje va obteniendo nuevos significados y resoluciones. En tu caso, ¿cuáles son esos referentes artísticos?

Lo primero es la escuela de actuación inglesa. Pero también Led Zeppelin, la música de los 70 y los 80, la filosofía clásica alemana, mujeres como Frida Kahlo, Marina Abramović, Pina Bausch, Merlyn Street, Marie Curie, Nina Simone , Areta Franklin, Janis Joplin, el cine italiano de los años cincuenta, Vivaldi, Rembrandt, Vincent van Gogh, Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Salvador Dalí, entre muchos otros.

Haz recorrido distintos grupos o proyectos teatrales. ¿Qué te has llevado de cada grupo?

Le debo mi formación actoral al grupo “Gestus”, en ese colectivo conocí los elementos técnicos básicos que un actor profesional necesita. Allí aprendí a dominar la importancia de observar y lo necesario que es para un artista observarse a sí mismo, así como dialogar con diversas técnicas a fin de conformar una técnica propia. Esto último fue lo que me conllevó a abandonar en un momento dado a la compañía, la necesidad de otras técnicas y conceptos sobre el teatro. Además de que después de un tiempo la creación allí se había paralazado.

Luego llegué a la compañía “A dos manos”, donde tendría una estadía bastante corta, fue como una parada en el camino. “A dos Manos” tiene en su poder uno de los grandes tesoros del teatro santiaguero: el maestro Dagoberto Gainza. Con él es muy simple hablar de teatro y guarda un caudal de conocimiento riquísimo. Dagoberto fue el mayor regalo que me llevé en mi corta travesía por este grupo. Debo admitir que mi viaje por allí también me sirvió para constatar una problemática del teatro santiaguero y es la permanente contradicción generacional. Hay una generación que concibe el teatro como un espacio inmutable y no está dispuesta a salirse de su zona de confort. A ellos les interesa el diálogo con las antiguas concepciones del teatro y no les importa correr riesgos, ni experimentar. Por otro lado, hay una generación que grita por un teatro nuevo, contemporáneo y con el cual pueden identificarse y comunicarse.

También está la experiencia con Alina Narciso y su compañía Metec Allegre, para quien el tiempo alcanza solo para trabajar. Mi historia con Alina y su compañía italiana que desde hace años viene teniendo encuentros culturales con Cuba y de la cual formo parte desde hace más de 10 años, es realmente fundamental para mí. Con ella es que comienzo a sentar las bases de lo que hoy entiendo como teatro. Con el tiempo y en mi transcurrir por Metec Alegre, mi realidad comenzó a adulterarse. Una realidad inexacta y cada vez más compleja de representar. Adquirí un discurso propio y consciente, lo cual me conllevó a una gran responsabilidad.

Una de las compañías que ha sido una sorpresa para mí es el Grupo de Experimentación Escénica LA Caja Negra. Lo primero que me sucede al entrar a esta compañí, es que me encuentro con un grupo de inadaptados como yo. Gente inconforme e inquieta. La primera vez que me subí al escenario del GEE LA CAJA NEGRA me percaté que estaba frente a un espacio de interacción con todo tipo de propuestas culturales: sin tabúes ni etiquetas, libre creación, permisión de códigos foraneos, procesos íntimos, y en los últimos tiempos se ha vuelto una interrogante para nosotros la búsqueda de la identidad.

Otro asunto de interés en el ejercicio del GEE LA CAJA NEGRA es el trabajo del actor. El actor del GEE LA CAJA NEGRA no es el actor que se deshumaniza haciendo uso de la máscara para actuar, por el contrario, es el actor que se desprende de todo artificio mostrando su humanidad hasta volverse vulnerable. Es un teatro que explota no solo las fortalezas del actor sino también sus debilidades. De este grupo me llevaré la verdad como único precepto a la hora de hacer arte. La verdad como precepto ético y artístico, la verdad como un estado mental.

¿Cómo ha cambiado tu noción de lo que entendías como teatro y lo que hoy prácticas y asumes?

Imagínate que antes veía el teatro como una pasarela donde me subía a pavonearme sin analizar las cosas ni medir las consecuencias. Era muy chica cuando comencé y no tenía ni la madurez ni la información para comprender las cosas. Para asumir la existencia de un teatro comprometido, culto, revolucionario, educativo, crítico y necesario. Tuve que pasar incluso por dos procesos de metamorfosis, el primero con Metec Alegre, y el segundo con GEE LA CAJA NEGRA. El teatro me cambió para que yo pudiera luego comprender la responsabilidad del oficio. Así descubrí su poder y el mío, así me comprometí.