Dos viejos pánicos y un problema añejo

Dos viejos pánicos, pieza premiada en 1962 y escrita por quien fuera uno de los más grandes dramaturgos cubanos del siglo XX, Virgilio Piñera, fue llevada a escena por Estudio Teatral Alba.

En esta ocasión, Jorge Alba, su director, resultó el artífice de la empresa, acontecida en el año 2012, cuando también Carlos Celdrán, junto a su colectivo Argos Teatro, puso ante los espectadores Aire frío, texto piñeriano con el cual la agrupación celebró el centenario. del autor

En aquella temporada memorable se disfrutó la presencia de un público conmocionado que otra vez podía mirarse a través de Piñera. Pero, tratándose de Virgilio y de una zona de su dramaturgia que —junto a La boda, La niñita querida, El gordo y el flaco y otras piezas— sigue una línea más experimental, influenciada por las corrientes vanguardistas (fundamentalmente por el absurdo), resultó un desafío peligroso re-presentar y re-pensar Dos viejos pánicos.

Precisamente porque el “hambre” (de todo tipo) y el miedo son los móviles de una obra que no dejando atrás otros temas esenciales de la sociedad, conceptualiza el proceso de envejecimiento, lo poetiza, y hace cristalizar así las condiciones espirituales y materiales de una generación en particular, habría que preguntarse: ¿qué podría decirnos ese texto entonces?

Si bien es cierto que siempre se le pide a los directores y a las agrupaciones la actualización de los clásicos, anclajes precisos en la realidad cubana, y que el “aquí y ahora” se ha convertido, más que en una opción, en una cita obligada que todos esperan y exigen (el público, la crítica y los propios creadores); debe haber también una zona dentro de la práctica teatral que se ocupe de conservar las tradiciones, para que distintas generaciones tengan acceso a las diversas escuelas y vertientes dentro de nuestra historia teatral que, tratándose de un hecho tan efímero, merece aún más cuidado.

Amén de las libertades, posibilidades y licencias poéticas que ofrece la versión, decidirse por ella implica la realización de complejas operaciones dramatúrgicas y el asumir no pocos riesgos. Porque para versionar no basta con cambiar el título y sumar algunos textos que justifiquen tal cambio.

Jorge Alba titula Lacto Soy a la versión que realiza de Dos viejos pánicos. Sin embargo, aparte de la referencia al producto que alimentará a los de la tercera edad (propaganda tan positiva que resulta increíble y fantástica) la versión no actualiza en lo absoluto los demás contenidos de la obra. Ni siquiera lo logra la elección de actores jóvenes para la interpretación de los personajes, lo cual hace aflorar la contradicción de utilizar un elenco como este para reproducir los mismos textos y cánones representativos.

En Lacto Soy el juego macabro que resulta de la interpretación de sí mismos por parte de los personajes, sus reinvenciones desde el pasado y en el futuro, recurso clave en la dramaturgia de Piñera —sobre todo en las obras más experimentales— resulta repetitivo. Se copia el texto sin buscar soluciones escénicas que alcancen en la puesta una verdadera connotación. El verbalismo no conduce ni moviliza la acción, la detiene y la ralentiza. Acudimos a una excesiva exposición de elementos escenográficos y de utilería, que aunque ocupan distintas posiciones durante el montaje y son utilizados por los actores en alguna medida, no consiguen salvar a la representación del estatismo que padece. Aunque las composiciones trasmiten la decadencia del mundo de estos seres, no pasan de constituir una foto fija, inmóvil.

Las interpretaciones de Rubén Araujo y Laura González, en los roles de Tabo y Tota respectivamente, aunque con caracterizaciones externas bien logradas, no logran mantener el ritmo de la obra. Despliegan sus recursos vocales y físicos en función de imprimirle dinamismo a la puesta en escena, pero parecen atados a los movimientos y acciones físicas de un montaje reiterativo y monótono. Muestran la caricatura, pero no el rostro de los personajes. Si bien es cierto que la farsa grotesca y el absurdo incitan este tipo de caracterización, ella no resulta suficiente en esta obra para adentrarse en el complejo y lúdico universo piñeriano.

Jorge Alba, formador de actrices y actores egresados de la Escuela Nacional de Arte y del Instituto Superior de Arte, proveniente de esa escuela indispensable que es el Teatro Buendía, y con no pocas obras en su haber como director de Estudio Teatral Alba, cuenta sin dudas con un equipo que lo ha seguido y lo seguirá en montajes mejor logrados que este. Sin embargo, será un ejercicio necesario revisar y cuestionar el trabajo en busca de soluciones más adecuadas.

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