La privacidad que ya no es nuestra

Un grupo de amigos, de ideas y prácticas comunes, me plantaron querellas por usar fotos de ellos con sus familias en memes para una campaña de bien común.

Alegaron que esas imágenes, aunque hubiesen sido tomadas de sus perfiles de Facebook, eran privadas. Ninguno consentía en su divulgación sea el fin que sea.

En estos tiempos de redes sociales en Internet, hablar de privacidad o de privado debería ser algo sencillo, pero resulta todo lo contrario.

La RAE registra el vocablo como: del participio de privar; lat. PrivÄtus, que significa: propio, particular, prohibido al público; más el sufijo “dadâ€, de cualidad.

1.adj. Que se ejecuta a vista de pocos, familiar y domésticamente, sin formalidad ni ceremonia alguna.

  1. adj. Particular y personal de cada individuo.
  2. adj. Que no es de propiedad pública o estatal, sino que pertenece a particulares.

La sabiduría popular recorre en sus anales una frase que bien nos quiere adoctrinar por el buen camino, «si no quiere que se sepa, no lo digas».

Aunque los tiempos actuales hay que recontextualizar las frases populares. Ya no es tan importante hablar, con solo publicar unas fotos, memes, un video, estaremos diciendo más de una cosa sobre nosotros, sobre lo que pensamos del mundo que nos rodea.

Así lo hacemos a diario, entre otros motivos, por una necesidad de compartir saberes y hacernos significantes para resto del mundo.

Todos tenemos un significado o significamos algo para alguien. Me atrevo a decir que podría ser la base patológica de muchas enfermedades que atañen a nuestra psicología. Y es que el reconocimiento social está en la cúspide de nuestras necesidades.

Siempre que seamos individuos “normalesâ€, entiéndase con la capacidad de las tres C: 1.de amar; 2.solucionar los problemas; y 3. adaptarnos al mundo real; seremos capaces de mover de lugar esta proridad para darle solución a la siguiente. De lo contrario, el caos reinará en nuestras vidas.

Es lógico, entonces, que a través de las redes sociales de Internet nosotros estemos diciendo a viva voz, quiénes somos, qué hacemos, cómo vivimos y pensamos; con quién compartimos nuestro periodo de tiempo en la tierra, y un poco más.

En este punto, somos los primeros que le ofrecemos nuestra privacidad al resto de los mortales.

El concepto de privacidad se ha ampliado en la medida que la tecnología se ha ido apropiando de nuestras vidas. Hay quien lo consideran similiar a intimidad; hay quienes prefieren separarlos.

En el artículo La privacidad en Internet, de Juan Francisco Arana, se recoge algo verdaderamente interesante. Allí están los sujetos que “señalan que la intimidad significa el derecho a la soledad, a los contactos o de un equipo de trabajo, y el derecho al anonimato y a la distancia con respecto a extrañosâ€.

Otros lo definen “como el derecho que compete a toda persona a tener una esfera reservada en la cual desenvolver su vida sin que la indiscreción tenga acceso a ellaâ€.

Y hay quienes confirman que “la esencia de la privacidad es el derecho del individuo a ejercer control de aquella información de sí mismo que desee compartir con otros, de la cantidad que de la misma facilite a otros, del momento en que desee hacerloâ€.

Este último me parece el más adaptable a los tiempos actuales y al caso que nos ocupa.

Si no quieres que otro utilice las fotos que tomaste, corregiste y subiste a las redes, pues no las subas. Solo crea un contenido basado en caracteres lingüísticos y asunto un tanto resuelto.

Aunque no es tan sencillo.

Y fíjense como por momentos la custodia de la  privacidad en Internet viene a tomar el mismo camino del right of privacy y aquello del pago por autoría o copyrigth. Aunque en el asunto que nos ocupa se trata de limitar su uso, no de exigirme dinero por emplearlas en un diseño determinado.

Me viene a la memoria los muchos amigos que publican poemas inéditos en Facebook, fotos todavía sin preparar del todo en Instagram, y hasta avances de sus trabajos audiovisuales en grupos de animadores de Twitter.

Todos, sin excepción, están permitiendo el plagio y, además, le están diciendo a los “otrosâ€, esto es para ustedes. ¿O me equivoco?

Y lo que viene a ser lo mismo, un artista visual jamás publicaría el estado final de una obra de arte en las redes sociales, pues esa privacidad le pertenece a la compañía que lo representa y es quien le paga los derechos sobre su propia obra.

Pero esto es un asunto que se nos va de las manos.

Yo tenía que publicar los memes alegóricos a una fecha especial en redes sociales. Usé las fotos de mis amigos. Y la mía propia. Nunca vi una señal de que no se podían usar. Como si las veo, a cada rato, cuando hago mis búsquedas de softwares que no son free, o de música, imágenes, ect.

Si es imprescindible subir las fotos porque todos en ella quedaron perfectos, pues sigamos el ejemplo de las grandes compañías, colóquenles marcas de agua. Restrinjan su uso de las muchas maneras que existe. La ley nos ampara. Pero juguemos limpio.

En tiempos de paparazzis, la vida privada de personajes célebres y artistas famosos siempre se vio amenazada y en constante peligro. En la actualidad, ya los paparazzis no son el problema mayor. Nosotros mismos les facilitamos, en muchos casos, su trabajo.

Los que estamos acostumbrados a googlear por una foto sabemos y sufrimos las marcas de agua o sus anuncios de que las fotos pueden estar restringidas por derecho de autor. Pero, derecho autor es copyright. Y eso no defenderá nuestra privacidad. Lo único que va a defender nuestra privacidad somos nosotros mismos. Porque somos nuestro firewall en este mundo tan digitalizado.

Volvamos al pasado.

Estamos en una fiesta con nuestra relación extraoficial, hay un sujeto con cámara en mano. No existe el móvil y en Internet. El sujeto se toma selfies en grupo y solo. ¿Cómo decirle que no nos fotografíe accidentalmente? ¿Cómo no ser delatados con esas instantáneas indirectas? Primero, no hacer público algo privado. Segundo, ir a pedirle a los fotografiantes que no los ponga en el encuadre. Pero a expensas de pasar la noche velando por quién toma fotos y hacia dónde se dirige la cámara. ¿Qué es preferible?

Entonces viene la parte en que le empezamos a dar valor de uso a nuestra privacidad.

Publico la foto de nuestro momento especial, sea por la razón que sea. Empezamos a ver las reacciones de todo el mundo. Hasta ahí todo bien. Pero, ¿qué pasa si descubrimos que alguien usó esa foto para un fin positivo, hermoso, humanista? ¿Qué pasa si descubrimos que fue empleada para algo malévolo, disparatado y que va en contra de las buenas costumbres? ¿Aceptamos o rechazamos?

Las leyes cubanas se han actualizado y hasta podemos llevar a los tribunales a quien le de mal uso de nuestra información digital. Entiéndase, en todos los ámbitos del universo digital. Pero también deja bien en claro quiénes son las personas responsables:

Artículo 7.1. Se considera persona responsable, la persona natural o jurídica, de carácter público o privado que decide sobre la finalidad, contenido y uso durante el tratamiento de datos personales.

Y ya sabemos que lo que se publique en las redes sociales es de dominio público. Ojo, dominio y público. Dos vocablos bien claros en lo que definen. ¿O este delimita en algo la calidad e su uso?

También nuestra Ley de protección nos aclara: “solo pueden obtenerse datos personales con la participación individual de su titular, como expresión de respeto a su derecho a la identidad, intimidad, el honor, su imagen y vozâ€. 

Y más adelante, precisa que se le debe notificar al dueño de la información personal, la finalidad que tendrá el uso de la misma. Y así dará o no su consentimiento.

Aquí las redes sociales en Internet juegan en un terreno todavía endeble. Porque es el lugar propicio de todos y de nadie. O viceversa.

Muchos nos hemos pasado la vida criticando al dios bíblico que colocó el árbol del fruto del bien y del mal, justo en el jardín del Edén al alcance de la mano de los primeros habitantes. Y solo les advirtió que no comiesen de él. ¿Por qué no pensó el demiurgo en no sembrar el árbol? ¿Por qué crear ese objeto tentación tan a la vista de todos?

Se crea el delito y luego, la ley que lo pune.

Alguna intención hubo. Sin dudas. Como mismo sentimos la necesidad de que el resto del universo se entere de que existimos. Y nos servimos de todo.

Somos animales gregarios. La sociedad nos viene al dedillo. Gracias a ella somos lo que somos.

Facebook, Twitter, Instagram, MySpace, y tantas otras, son poderosas herramientas de consumo y divulgación de información personal. Ojo, no privada.

Facebook, por ejemplo, lo más que hace es poner límites al alcance de tus publicaciones. Y convertir lo privado, en un ámbito de solo amigos, o público, en el sentido más abierto. Mas nunca te va a decir “no lo publiquesâ€. Y mucho menos les va a señalar que esas publicaciones no se deben sacar de ese marco estrecho porque sería ir en contra de su objeto social.

Recuerden: solo ustedes tienen el control antes de darle «publicar». Ya después, todo será público.

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