Rubén Darío Salazar y Zenén Calero, celebración de la fantasía

Dupla creativa como pocas, el trabajo de Rubén Darío Salazar y Zenén Calero al frente de Teatro de Las Estaciones, en Matanzas, personifica hoy la vanguardia del teatro de títeres en Cuba. Y no solo el de títeres, sino de todo el teatro cubano en sí (en la amplitud de su diapasón creativo).

Después de un año en que se pensó no habría Premio Nacional de Teatro al proponerse bienal, la decisión unánime del jurado de entregarlo a ambos –¡no podía ser de otra manera!– ha causado tanta alegría en Cuba y en otras partes de mundo donde se encuentran amigos y discípulos, como en pocas ediciones, un Premio Nacional, cualquiera que haya sido, lo ha hecho.

El jurado, integrado por los también Premios Nacionales Carlos Pérez Peña, Gerardo Fulleda León, Verónica Lynn y Carlos Díaz, como presidente, y la diseñadora y profesora Nieves Laferté, destacó a este “binomio de creadores de la escena que han aportado al Teatro para niños y de títeres en Cuba valores apreciables en cuanto a su labor artística, investigativa y docente”.

“Ellos se han hecho símbolos vivos y actuantes, en especial, del arte titiritero como parte del movimiento teatral cubano”, escribió Omar Valiño en su columna “Cenital” del periódico Granma. Y como este, han sido muchos los textos de elogio y admiración hacia ambos (aunque algún que otro comentario, relativo a sus edades, ha visto las manchas y no la luz del sol).

Vivos y actuantes, es cierto, y merecidísimo el Premio Nacional de Teatro 2020 además:

Porque han hecho de Teatro de Las Estaciones, ese “espacio de libertad absoluta” fundado por ambos en 1994, después de trabajar en Teatro Papalote bajo la tutela del maestro René Fernández, uno de los colectivos con un quehacer más serio y sistemático, más sensible y gustado en el panorama insular, que se expande en las posibilidades creadoras del trabajo del títere.

Porque Las Estaciones ha sido, lo es, un colectivo docente que sigue formando desde la creación perenne (en la Unidad Docente Carucha Camejo se forjan los jóvenes titiriteros del mañana, y son, además, los anfitriones del Festitaller Internacional de Títeres de Matanzas, Festitim).

Porque es un espacio para la experimentación, el diálogo con las demás artes, el trabajo en equipo (Rochy Ameneiro, William Vivanco, Alfredo Sosabravo, Liliam Padrón, entre muchos otros artistas, han sido cómplices de diferentes aventuras creativas lideradas por Rubén y Zenén).

Porque aseguran que conocer el pasado, investigarlo, saber de dónde se viene, es también proteger el futuro de la manifestación (recordemos Mito, verdad y retablo: El Guiñol de los hermanos Camejo y Pepe Carril, Ediciones Unión, 2014, firmado junto al dramaturgo y poeta Norge Espinosa, y tantas investigaciones, artículos, entrevistas, publicadas en diferentes medios).

Porque han hecho soñar a tantos niños dentro y fuera de Cuba, y lo siguen haciendo cada día, con obras como La niña que riega la albahaca, Pelusín y los pájaros, La caja de los juguetes, La virgencita de bronce, Federico de noche, Alicia en busca del conejo blanco, Por el monte Carulé

Porque los diseños de Zenén, únicos en su imaginería, dan vida y cuerpo a estos sueños (su amplio trabajo es reconocido como referente ineludible del diseño, no solo escénico, en Cuba).

Rubén Darío Salazar y Zenén Calero. Foto: Facebook de Abel González Melo.

Porque han roto muros, uniendo con el arte escénico en cualquier parte del mundo. Y porque defienden un teatro plural, donde la diversidad de estéticas creadoras y la calidad, justifica la creación.

Por los tantos premios, dentro y fuera del país, que acumulan por la calidad de su trabajo (responsabilidad y excelencia que han hecho que Rubén Darío dirija, además, el Guiñol Nacional).

Porque no se cansan de crear –incluso a pesar de la Covid-19 idearon acciones desde las redes sociales– y recorrer la isla llevando sus puestas enigmáticas, sonoras, llenas de magia y fantasía.

Incluso hoy, a pocos días del Premio, sin acostumbrarse a la noticia, actuaron en su sede en la apertura veraniega; porque el compromiso primero es con el público, y, está claro, con el teatro.

Porque El Retablo no es solo una sala de teatro común en el No. 8313 de la calle Ayuntamiento, sino un espacio de múltiples confluencias, un proyecto sociocultural (el Centro Cultural Pelusín del Monte) donde la música, las artes visuales, y claro, siempre el teatro, convergen (y uno de los sitios más hermosos en una ciudad, Matanzas, que destila arte por doquier).

Porque tantos quieren ser como ellos…

Zenén Calero. Foto: sitio web de Teatro de Las Estaciones.

Entregarlo todo a la escena, con humildad, con belleza, y hacerlo con “fe de vida”…

Ver el teatro, digamos que martianamente, como ara, no pedestal.

Premiarlos a ellos es reconocer una tradición que viene desde los hermanos Camejo (su admirada Carucha) y Pepe Carril, Dora Alonso, Armando Morales, René Fernández, entre tantos.

Es reconocer el trabajo, la trayectoria, amplísima por demás, aun en amplia plenitud creativa.

Rubén Darío y Zenén juntos, en el amor y en el trabajo, es también, para mí, además de Las Estaciones: Lorca, Pelusín del Monte, Bola de Nieve, Martí, los Camejo, Matanzas, Salvador Lemis, el abrazo después de la función, el almuerzo y la conversación en El Retablo, la amistad… Ver las obras, escribir sobre ellas. Ya sea en Matanzas, La Habana, el Festival de Teatro Joven en Holguín, o el Internacional de Cine de Gibara, donde se presentaron en la iglesia San Fulgencio y en varias comunidades, y donde fueron reconocidos por el comité organizador.

Los títeres están de fiesta; decirlo parece una anfibología, una boutade, sino fuera porque todavía, desde Matanzas y varios rincones de nuestra isla, se escuchan las fiestas de alegría y vida.

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