Los Herederos, puesta que renueva a una compañía

La Compañía de Teatro Lírico “Ernesto Lecuona” acaba de estrenar Los Herederos, un texto y puesta en escena del dramaturgo Dunieski Jo. Antes, en 2018, había llevado a la cartelera pinareña La Verbena de la Paloma y Parece Blanca.

Sin embargo, cuando valoramos estos espectáculos a profundis, vemos que se resienten en aspectos comunes. Ambas versiones, por diversas razones, no son más interesantes, renovadoras o provocadoras que los originales de los cuales habían surgido. Sus estructuras emergen endebles: en estas no es aparente una búsqueda de diálogo con el espectador, es inquietante la inclinación por una comicidad supeditada a clichés y chistes intrascendentes.

Fotos: Tomadas de Internet

 

En el caso de Parece Blanca, los momentos cantados provenientes de la zarzuela Cecilia Valdés, de Gonzalo Roig, más que reforzar y enriquecer, dilataban bastante el argumento creado por Estorino. También sucedía que en ambas obras nunca fue resuelto el problema interpretativo de los actores, a quienes les costaba imbricar la actuación (movimientos y acciones físicas, fundamentalmente) y el canto.

En Los Herederos (2019), estos escollos todavía muestran su rostro, pero es visible y aplaudible la voluntad de mejorarlos. Lo primero es que, aun cuando a muchos no les ha parecido acertado que la Compañía se haya alejado de su repertorio tradicional formado por clásicos, creemos que esto ha sido sabio, pues qué bueno, se ha apostado por validar un autor y una dramaturgia escrita en Pinar del Río; los que originalmente no estaban orientados para la escena lírica y ahora, felizmente, están en sintonía con esta práctica artística. Además, algo cardinal, el espectador se reconoce en la nueva fábula escénica que sube al Teatro Milanés.

También nos parece que en Los Herederos hay un trabajo superior de dirección escénica con relación a otros espectáculos que ha presentado dicha agrupación artística. En ese sentido encontramos, aunque de manera un poco costumbrista y quizás necesitada de un tratamiento más profundo, un relato escénico que discute temas medulares como la ambición, el oportunismo, la falta de tolerancia… algunas miserias humanas que pueden ser tan verídicas en la ficción como en cualquier parte del mundo (tres primos se disputan la casa heredada de un tío fallecido, mientras un alcalde pretende apropiarse por artimañas de este bien). Asimismo, pensamos que hay una labor más acertada en cuanto a la disposición y visualidad del espectáculo: una mejor organización de las evoluciones escénicas de los actores, una escenografía mucho más funcional, pues existe un mayor cuidado de las imágenes y el ritmo de la puesta. Si bien en esta hay momentos, partes cantadas –no todas– que constituyen apéndices repensables (cuando los parientes recogen el resultado del veredicto sobre la posesión de la casa) y otros prescindibles, puro alarde, como el desfile de modas que dirige Yoyo y que nada aporta a la acción, salvo el efecto de la entrada por el público y la fanfarria de los coloridos trajes de los actores.

En cuanto a algunas soluciones, como los cambios de espacio escénico, creemos que son seriamente cuestionables, pues estos están determinados por constantes bajadas y subidas del telón, proceder bastante decimonónico que retrasa la fábula escénica. Además, al detenernos, vemos que dichos cambios de espacio no determinan nada en el curso de la obra, más bien son un desliz creativo, ya que la dirección no transforma o utiliza en toda su extensión semántica el territorio en disputa.

Pero nos satisface que podamos ver que el cuerpo de actores de “Ernesto Lecuona” haya crecido. Los dos elencos que asumen los roles en Los Herederos demostraron seriedad y entrega. Estos jóvenes han vencido el reto que antes les había sido tan difícil, poder cantar y actuar orgánicamente sin caer en la reconocida pose que se les asocia a estos intérpretes. Un hecho que se le debe en gran medida a la mano directriz de Dunieski Jo y al formativo Julio César Pérez.

Los espectáculos escénicos, marcados por lo cómico y farsesco, han devuelto al público el teatro pinareño. Sin desdeñar otras propuestas, creemos que Arró con avicheula (2015) y la conocida peña La Potajera, de Teatro Rumbo, han sido referentes para el inteligente tratamiento de temas viscerales desde la comicidad. Después de estas propuestas y con presupuestos cercanos, En esta obra nadie llora (2018), de Lisis Díaz, y ahora Los Herederos, convocan a disfrutar y reflexionar con la escena. Ello nos convence que, desde la comicidad, también se puede dialogar con el espectador. No obstante, no deja de preocuparnos el hecho de que este detonante –lo cómico– se convierta en un recurso socorrido, mal trazado, y que a la larga pierda toda eficacia, como ya ha sucedido en reiteradas ocasiones en los escenarios pinareños y en las propias producciones de dicha Compañía de Teatro Lírico.

En Los Herederos el público ríe, y ello es tomado por muchos como signo de calidad. Pero, paradójicamente, no siempre la risa es sinónimo de valor artístico; y en este caso abundan en nuestra escena los casos que han sido loados y han degradado el teatro por buscar la frase, el referente o el chiste del momento, olvidándose de su contexto y de un discurso teatral bien pensado.

Por suerte, este no es el caso de Los Herederos, donde si bien habitan todavía desconcertantes elementos –la fábula escénica elemental y poco resuelta en su cierre, así como una jocosidad lograda a través de recursos trillados (el ademán o la figura caricaturizada al extremo)–, también se delinea una voluntad de divertir y establecer un encuentro digno entre la propuesta escénica y el espectador.

Con el estreno de Los Herederos, la Compañía de Teatro Lírico “Ernesto Lecuona” ha demostrado un crecimiento agradecible. Pero creemos que todavía este elenco debe afinar más la cuerda, buscar una exacta y cuidada medida de los recursos, del sentido que da a la acción escénica y su relación con el ahora del espectador. También creemos que no se debe ir en busca de los efectismos chatos o de la simple comicidad, sino de la risa que viene acompañada del pensamiento inteligente que desprende la escena.

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