No tengo saldo: Ejercicios de incomunicación

Lo sentimos. Su saldo no es suficiente para establecer la llamada… ETECSA

Quiero decirte que te amo, quiero escribir o que me escriban… pero no tengo saldo. ¿Quién no ha sufrido este ejercicio de incomunicación en Cuba? Provocativa, catártica y dialógica es la propuesta de No tengo Saldo, de Teatro del Viento, de Camagüey, a cargo de Freddys Nuñez Estenoz. Presentada en Bayamo en el Festival Primavera Teatral en la Sala Teatro José Joaquín Palma.

Me fui solo al teatro porque no tenía saldo para avisar a mis amigos. Con beneplácito, encontré la sala llena un lunes en una ciudad que ha mostrado anemia cultural en los últimos tiempos. Su director comenzó agradeciendo a los asistentes el valor de sacrificar una libra de arroz (precio equivalente de la entrada) en pos de alimentar el alma ante la situación económica tan preocupante. Y es que desde su punto de partida y a lo largo de sus 20 años, Teatro del Viento apuesta siempre por interactuar con el público de manera directa –y hasta agresiva– sin perder la poética dramática. Más siempre invita a la reflexión.

Empleo de recursos coreográficos, diálogos y monólogos, sus actores se mueven entre las tablas con el uso del distanciamiento. A la vez, se impregna una carga profunda y altamente dramática que no evade un contacto visual con sus espectadores. Con rejuegos de luces vertiginosas y tenues, banda sonora a tono con los textos, vestuario alegórico a la obra –que coloniza a la vez toda la sala, además de un diseño de escena original y austera–, los discursos se integran con el objetivo de cuestionar y polemizar con la realidad. Es interactiva la intertextualidad y los guiños constantes a situaciones de la vida cotidiana. Sin caer en lo grosero, el humor, el sarcasmo y la ironía tienen función de purgantes de la realidad.

La soledad, el desarraigo, el desencanto y la impotencia son temas existenciales expuestos sin amagues ni subterfugios: La metamorfosis de una isla. El fin de una generación que se acostumbró a leer, a escuchar noticias y novelas sin fechas de vencimiento. El colofón de una época e inicio de otra.

Traigo a colación un fragmento que no solo funciona como epitafio para un Radio VEF, sino que socaba un mensaje lapidario: Me duele tirar a la basura la memoria de otros tiempos. Pero no funciona. No funciona”.

La banalización de la cultura, la sociedad de masas y la comercialización de utopías no escapan del guion. La declamación de una desiderata sobre la exposición del Che en New York en 2005, y la comercialización de su imagen en una bebida energética en Berlín de 2015 (Che the engergy fredoom x solo €5.25), resultan altamente interesante, cual si fuera un texto periodístico la declamación taquilálica de la actriz, solo perturbada cada vez que exalta el nombre del héroe de una manera casi asmática, exasperante y hasta orgásmica, que más que risas, nos invoca a la reflexión de la subversión de su espíritu: El nacimiento de una generación sin épica “revolucionaria”.

Son varias las tramas que en voz de sus actores se convierten en reclamos de heridas abiertas: La (in)comunicación política y la esterilidad de los sueños. El llamado a derrumbar las fronteras comunicativas es un argumento recurrente y tratado desde disímiles sentimientos que parten desde la nostalgia, el asco, la repulsa… hasta el amor. Estas temáticas siempre han sido recurrentes en la compañía de teatro que sufre y padece en piel viva las frustraciones de la patria, y que no ha estado exenta de polémicas, incomprensiones y desencuentros a lo largo de sus 20 años.

A un espectador prematuro u ortodoxo tendrá la impresión de que en No tengo saldo su mensaje explícito es lo caótico “que está la cosa” o el sentido disidente y pesimista de su contenido. Más esto sería una interpretación burda y desacertada. No tengo saldo es el reclamo urgente a la reinvención, refundación y diálogo de una Cuba compleja y dolida.

Se desaprovecha en la banda sonora elementos alegóricos a la propia telefonía móvil. En la obra hay un mensaje dicotómico que a veces nefastamente le gana el pulso: “La pachanga” bautizada como deporte nacional. La desacralización con rabia, a juicio del guion, es la causa de todos los males.

Este relato descriptivo, neurótico y frenético, es la catarsis de la impotencia. Lamentablemente, a veces satura, al reiterarse de manera incisiva el discurso. Se exhiben ambigüedades y resulta indeciso definir ese ente que lo es todo y, a la vez, nada.

Sin embargo, la “pachanga”, ese subliminal, enajenante, lúdico y delirante fenómeno recreativo propio del cubano, simulacro de falsas alegrías, en la obra es enfocado como causa de todos los problemas. En realidad, es un efecto, no una causa. Hija de los propios ejercicios de incomunicación imperantes que trascienden nuestras circunstancias.

Para culminar, dejo oraciones fragmentadas y dispersas tomadas arbitrariamente de, lo que a mi juicio, es uno de los mejores parlamentos. Si lo leemos en secuencia lógica encontraremos un mensaje sin saldo en claves poéticas y evocativas: “Vivir sin saldo. Tengo miedo que mi hija me diga: ¡Adiós mamá! ¡Nos vemos en la otra orilla! ¿Qué es la vida cuando tus hijos se van a buscar la libertad? Yo seré como un teléfono sin saldo. Un móvil sin cobertura. Tengo miedo de que mis raíces se pudran de humedad, que mis alas se oxiden. ¡Envía un SMS, cojones! ¿Acaso tú sabes qué mierda es la soledad?”

Al finalizar la obra experimenté la sensación de un naufragio moderno. Solo en una isla con un teléfono sin saldo. La segunda sensación fue la recarga eminente. Sin embargo, se había roto la tiranía de la incomunicación imperante. La necesidad absolvente de enviar un mensaje. Por esto, todo mi saldo para Cuba y Teatro del Viento, y en lo que ya promete ser una de las principales obras del grupo. Testimonio de una nueva época de cambio que, sin avisarnos, comienza sin saldo.

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  • Muchas gracias a Jose Mario (PP) por esta reflexión, esperemos que no te detengas en escribir, este país necesita que la voz de una nueva generación se comience a sentir y creo que perfectamente podemos ser ese intermedio entre los que nacimos sintindo la «épica revolucionaria» y los que no. Hagamos de la escritura un arma para derrumbar dogmas y prejuicios, hagamonos sentir.

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