Los amigos del jazz no dicen adiós, permanecen

Cuando por estos días el panorama jazzístico aún lamenta la pérdida de uno de sus más devotos promotores, el sentimiento se extiende a dos músicos cubanos que no solo conocieron la sensibilidad musical que emanaba de Roy Hargrove, sino también esa sensibilidad humana vivida y valorada por ellos en diferentes momentos de sus carreras, cuando coincidieron con el artista tanto dentro como fuera de nuestra tierra.

Fue precisamente en el marco de ediciones del festival Jazz Plaza donde Yasek Manzano y Ramón Valle conocerían al eminente trompetista. En entrevistas realizadas a ambos, gentilmente compartieron algunas de las experiencias y criterios que referimos en estos apuntes, pues para ellos estar cerca y empatizar con Hargrove tuvo una profunda connotación:

RV: La primera vez que vi a Roy fue en el Festival de La Habana, cuando me lo presentó Horacio “el Negro”, el baterista. La segunda vez hicimos contacto, en Holanda cuando entró a una sala, yo estaba ensayando con mi trío y recordó que me conocía. Surgió entre los dos un respeto y admiración mutua. A veces permanecíamos el uno al lado del otro en silencio, pero sentía que era como un hermano mío que nació en otro lugar, porque hasta en el físico nos parecíamos y siempre estábamos pensando en música.

Manzano, con 16 años, tuvo la posibilidad de conocerlo, en el Festival Jazz Plaza de 1996. En aquel tiempo integraba una banda denominada Susan`s Uncle & Nephews, fundada por Rafael Quiñones y formada por estudiantes del Conservatorio Amadeo Roldán entre los que figuraban Tony Rodríguez y Oliver Valdés. A Roy le llamó la atención las condiciones musicales del joven y le envió la que sería su primera trompeta, fabricada por la familia Max Collin.

Su admiración por el joven talento musical cubano le llevó a abrirle espacio en sus presentaciones. Ramón Valle tuvo la posibilidad de subir al escenario para tocar junto a él en disímiles ocasiones.

RV: Juntos hicimos conciertos en Holanda y luego aquí en el Festival de Jazz Plaza. Después de eso continuó la colaboración en Nueva York. Cada año nos veíamos en el Edificio de la Música en Holanda, que es un lugar increíble donde de verdad hay que tocar. En una ocasión, lo llamo y le digo que quería entradas para ver su concierto, a lo que responde que de la única manera que podría ver el concierto era si tocaba un tema.

YM: Era un músico que apreciaba a otros trompetistas también. Tuve la suerte de que me escogiera dentro de una serie de conciertos que haría con varios trompetistas. Coincidí con él en Boston cuando fui a estudiar a Juilliard. Allí me vio tocando con una orquesta de música popular cubana. Él visitó por casualidad el sitio Green Grill Street, un restaurante de comida típica norteamericana que tenía un lugar donde se hacían los bailables. Roy fue a allí, me vio, interactuamos e hicimos un mano a mano. Me invitó a tocar con él en el Jazz Gallery, club de jazz muy importante en New York. Empezando en Juilliard hice ese concierto con él. Ahí toqué por primera vez a su lado y fue muy intenso; me atreví a tocar con un hombre de tanta maestría…

Para Yasek Manzano este momento marcaría un giro en su manera de concebir la ejecución e interpretación del jazz, de forma tal que le hizo comprender cómo encaminar coherentemente la improvisación desde el lenguaje propio del género.

YM: Definitivamente después que toqué con él en el Jazz Gallery eso me cambió la forma de tocar, me hizo pensar más en lo esencial en el fraseo, no de armar demasiados artilugios para una improvisación elaborada, sino ser específico con las ideas. Roy tenía una manera de organizar sus solos muy inteligente, jugaba mucho con la dinámica, subía y hacía unos agudos muy piano, demostraba un virtuosismo increíble con el instrumento.

¿Qué poderes invocaba Roy con su trompeta que le hicieron no solo rodearse de músicos estelares como Herbie Hancock, Michael Brecker, Diana Krall o John Mayer, sino también por un público que desde cualquier latitud simplemente amara y reconociera su trabajo?

YM: Roy Hargrove fue un trompetista increíble, con un concepto de la interpretación muy elevado en un sentido técnico. Su lenguaje era muy propio, con todas las influencias del bebop, o del hard bop. Tenía una sonoridad inconfundible, sobre todo cuando tocaba baladas con el fliscorno que era un instrumento que le sonaba hermoso. Su concepto de fraseo cuando tocaba las baladas era de un músico ya consagrado, tenía una madurez absoluta y un talento extraordinario.

Roy tenía mucho fuego tocando, tenía mucho corazón y pasión. Tenía un concepto de la improvisación muy refinado, a pesar de estar fuertemente unido a lo urbano por la influencia del hip hop. Dentro del jazz tenía un amplio sentido de lo que era tocar el swing. No fue hasta que lo vi tocando en vivo que entendí porqué tenía esa manera de tocar. Las melodías de Roy eran exquisitas en todos sus temas.

Las despedidas a veces se anuncian solas, de las más misteriosas e inexplicables maneras. Así lo percibiría Ramoncito en su último encuentro con Hargrove, donde ya asomaba el semblante de una salud deteriorada:

RV: Cuando grabamos mi útimo disco “The time is now”, él interpretó la trompeta. Luego de la grabación le abracé y me sentí triste. Cuando llegué a mi casa pensé: no creo que esté aquí otro año más.

Ante la imposibilidad de revocar la pérdida física, hoy quedan los recuerdos de esos momentos de reto y complicidad que pueden unir a los músicos en un escenario, donde se prueba el talento y la habilidad para improvisar.

RV: Un día me dice en concierto que íbamos a tocar el bolero “La puerta”, al que hizo un bellísimo arreglo. Lo chequeo y me dispongo a tocarlo en el piano. Era una balada y veo que Roy da un tiempo más rápido, porque se equivocó. En ese momento pensé: Tengo dos opciones, parar el concierto y decir que eso no era lo que habíamos hecho y se rompe la magia, o montarme en el caballo. Me monté. La adrenalina presente todo el tiempo. Estuve tocando con los oídos como un radar. Al final cuando se dio cuenta, con todo el público aplaudiendo me dijo “Hey man, sorry”. Y después la gente decía: “eso fue mágico, porque había una energía…”

El periodista José Dos Santos recuerda la llegada de Hargrove a La Habana hacia la década del 90.Su acercamiento al Club Cubano de Jazz, cuya sede radicaba en la Unión de Periodistas de Cuba, fue con el interés de contactar a los bailadores de Santa Amalia. Sobre el encuentro comenta el periodista:

Imposible describir la velada porque a la par de la música vibraban las emociones. Era uno de los jóvenes dioses del Olimpo jazzístico contemporáneo tocando para sencillos seguidores del género. Esa noche disfrutamos de escenas inéditas como la de los veteranos bailadores poniéndole el oído a pulgadas de la trompeta por la que Roy les extasiaba y él se afanaba como si estuviera tocando en el Carnegie Hall.1

Al año siguiente su trompeta regresaba para hacer bailar y disfrutar a los presentes que le recibieron en el patio de la misma sede, pero esta vez aún mejor organizada para tal acontecimiento.

Un hecho que vale resaltar, pues muestra el interés por afianzar su cercanía con nuestra cultura fue su incursión en la música afrocubana al conformar la banda Crisol con la cual se hizo acompañar por grandes músicos como el pianista Chucho Valdés, Miguel “Anga” Díaz, Horacio “El Negro” Hernández y José Luis “Changuito” Quintana. Además, con la colaboración del bajista Jorge Reyes y otros músicos, grabó el disco Habana que resultaría galardonado con un premio Grammy.

Perdura en su obra el espíritu creativo de ese joven de 18 años que causara admiración en Wynton Marsalis. Perdura en la memoria de quienes lo conocieron, el privilegio de verle crecer durante su etapa de formación en la Berklee, para luego abrir una amplia senda entre lo más significativo del talento jazzístico de su tiempo, captando de inmediato la atención de sellos fonográficos como Novus, perteneciente a la RCA o Verve. Perdura además, el sabor de una sonoridad exponente del neo-bop, que influiría en el desarrollo de posteriores géneros musicales como el R&B y el hip hop. Perdura y se resiste a desaparecer, el lazo fraternal y el abrazo sincero que al calor del jazz Roy Hargrove regalaría a sus amigos cubanos. Porque los amigos del jazz no dicen adiós, permanecen.

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