Alberto Martínez-Márquez


La marea roja de Barbarella D´Acevedo

Marea roja de Barbarella D´Acevedo se inscribe dentro de la poesía confesional-reflexiva, a través de la cual el sujeto femenino urde una poética de su propio devenir experiencial y existencial. Mediante un lenguaje directo —no por ello exento de lirismo e imaginería—, el yo poético evoca constantemente al ser amado, cuya presencia/ausencia, cercanía/lejanía, constituye uno de los motivos principales que figuran en los poemas de este libro, recién publicado por Ediciones Enlaces, Chile, como parte de su colección “Habitantes poéticos”. Así, cuerpo, memoria y deseo van configurándose como dispositivos imperiosos e irreductibles que deconstruyen la subjetividad femenina.

Se denomina “marea roja” a un determinado fenómeno natural, en el que una floración de microalgas en diversas zonas del Atlántico resulta nociva para el ecosistema marino y los seres humanos. De esta forma, el poemario asume la marea roja como símbolo de todos los factores, situaciones, causales y vivencias que toman lugar en el drama interior del ser humano. Es preciso apuntar aquí que los versos cortos marcan, precisamente, el ritmo abrupto, que ejemplifica el ir y venir de la marea roja; pero, de igual forma, manifiestan el movimiento de separación o precipitación del yo poético con respecto a esta. Sin duda, estamos ante una dialéctica de Eros y Tánatos que, al no tener resolución, lanza sus dados al azar para un nuevo comienzo, como se anuncia desde el primer poema intitulado “País de sangre y sueño”:

Te mostraré el zunzún aleteante,

que hasta entonces

he guardado en mi seno.

Lo dejaré sobre la mesa

como un regalo roto.

Y no harás nada…

Así, al final,

aceptaré de nuevo tu partida.

Y fingiré otra vez,

que no te quiero.

Analizaré brevemente este fragmento. El zunzún manifiesta una metáfora tripartita: es esperanza, pero también representa consecuencia e inestabilidad. El hecho de que se encuentre guardado en su seno significa, algo demasiado íntimo, que ha sido conservado hasta ese momento y que, por lo tanto, se trata de un regalo único. Empero, también es un regalo fracturado, incompleto; lo cual refleja que no es posible la completitud. Esto último es una reminiscencia del mito del Andrógino, propugnado por Platón en El simposio, que, puesto en palabras del comediógrafo Aristófanes, explica la búsqueda incesante por restaurar la mitad perdida. Al final de este poema, el yo poético se resigna de nuevo a la pérdida y acepta su papel como actor de una obra cuyo libreto debe ser ejecutado una y otra y otra vez.

Estas “escenografías” del yo poético manifiestan el principio de no identidad, que le confiere al poemario un cariz filosófico. Esto es importante, porque en varias instancias de Marea roja el sujeto femenino se confronta con lo que yo he identificado en el cuaderno como las tres variantes de este principio: (1). no-ser, (2). otredad y (3). fusión. La primera, sitúa al yo poético en un estadio de vaciedad absoluta en el que se confronta, ya sea con su parte inexistente como aquello de lo que carece por completo. En la segunda, se mira desde los otros, para resaltar aquello que, desde su mismidad, se mostraba ajeno y foráneo. En la tercera, esgrime el deseo de compenetración con el amado, en el que asume la identidad de éste. Veamos los ejemplos concretos.

Primeramente, en el poema “Confesión”, el yo poético accede a una especie de contraespejo que remite a aquello que le niega ontológicamente. También podría decirse que se trata de su vaciedad: un estado que se perpetúa en lo que parece inalcanzable dentro de sí mismo, algo que nunca podrá concretarse en términos de su ser:

Amo

incluso

el reflejo que me brindas

de la que no soy

y que quizá podría llegar a ser.

O no…

Y no seré,

ya nunca.

En lo que respecta a la variante o perspectiva de la otredad (alteridad, si se quiere), el poema “Espacio tiempo” recurre a los deícticos para darnos una imagen distinta del yo poético. Desde la lingüística pragmática, los deícticos son palabras o expresiones que sirven para contextualizar la situación del hablante. En este caso, el yo poético se sitúa en una coyuntura espacio-temporal fijada en el exterior de su ser, como si asumiese otra identidad; lo que posibilita el carácter de otredad. Como una especie de epojé, o suspensión de juicio, ese particular posicionamiento desde el exterior del mismo yo poético, lleva a un reconocimiento del ser:

Espacio

tiempo

y verme desde afuera

como si fuera otra.

Ver a la que te ama

aquí y ahora.

Y no reconocer

la que yo era.

En tercer lugar, tenemos que el yo poético nos conduce a lo que he llamado la fusión. En este caso, la unión absoluta con el ser amado. Esto nos recuerda el “Yo-Tú”, formulado por el filósofo judío Martin Buber, que implica la completitud del ser, como meta final. Como puede verse a continuación en el poema “Quiero”, donde esta fusión se entabla en términos de la consumación del acto sexual:

Rota,

sin carne,

ya colmada,

quiero

sentir tu beso,

tu saliva.

Quiero…

susurrar en tu oído

los mil nombres.

Para al final

dormir entre tus muslos

y despertar

y arder

contigo adentro.

De aquí se colige, prácticamente, una mística sexual, que nos remite al encuentro del Amado y la Amada, que figura en El cantar de los cantares. No obstante, esta fusión podría representar la disolución del amado en la propia subjetividad. En resumidas cuentas, la amada deviene el amado, como figura en el poema “Ser tú”:

Yo quisiera sentir

lo que tú sientes.

Hasta la sed, el hambre…

Convertirme en tus poros,

en tus huesos.

Ser tu tacto

y tus uñas.

Estar dentro de ti

como un parásito.

Adherida a tu cuerpo,

ser, tú mismo.

Marea roja está marcada por un angst saudoso transitado por un tempo que no se resigna al dolor y a la tristeza, sino que presenta atisbos de luminosa esperanza como puede apreciarse en “Big Bang, “Se acerca tu recuerdo”, “Luces”, “Come together”, “Fertilízame” y “Conjuro”. Para concluir, en este poemario, Barbarella D’Acevedo ha plasmado con acierto una voz experiencial muy propia, que nos mueve a pensar sobre nuestra propia condición humana, a la vez que nos permite recrearnos en la belleza de su poesía.