Solo la huida diferencia a los habitantes de Marte de los marcianos

Pablo, solo te diré algo: Sí es sí, asere. Sí me leí tu primer libro Habitantes de Marte, compadre, y sí, me gustó dos mundos: uno azul sobre el cual comentan que la vida que lo mata nació gracias al trueno y la casualidad, y en el cual un poeta de apellido Zurita le cantó al espinazo de la tierra; y otro rojo donde máquinas de la Nasa toman muestras y muestras de sus suelos en búsqueda del líquido potable y posible y donde dicen que habitan los outsiders y desde donde Rosita Fornés llegó en un platillo volador de celofán y cartón mientras cantaba Los marcianos llegaron ya y llegaron bailando chachachá

Me costó entender la diferencia entre los habitantes de Marte y los marcianos. Después de meterle coco y alma y entraña logré comprenderlo. El marciano nació allá, allá arriba, se ganó su gentilicio y en Wikipedia y en Ecured lo dirá así, Fulanito de tal (Martes 1995- hasta el infinito), pero los habitantes pueden ser de Júpiter, de Comala o de un barrio residencial de Matanzas. 

Son personas a la fuga, gente que teme que si pisan la tierra se volverán árboles, la carne vuelta madera por el pecado de la inmovilidad (la espiritual, la emocional). Quizás no seamos marcianos, pero todos de una manera u otra, cuando la realidad bubónica nos enferma, hemos vacacionado en los campismos de Marte.

Reconozco que me leí tu poemario, ese que publicaron por Ediciones Aldabón, de una sentada, en búsqueda de un escape del Muermo. Tu poesía me recuerda a una mesa de billar. Imaginé que tus versos chocaban contra los cuatro laterales de la mesa: el primero, la cultura pop, en el cual Iñarritú habla de superhéroes de alas caídas, aunque confieso que prefiero los Amores Perros que Birdman, las caídas nunca han sido lo mío; el segundo, el canon occidental, el de Harold Bloom; el tercero, el universo newtoniano, la realidad que el hombre se rompe la cabeza por entender e inventa palabras cómicas para nombrar los fenómenos que no entiende; y por último la intimidad, la introspección que es la chispa primigenia necesaria para rozar la belleza de la vida, aquí o en el Magreb.  

Tú golpea la bola blanca y el resto, por la verdad de Oppenhaimer, choca contra los bordes de la mesa de billar. Así comienza el juego y rejuego poético y entonces entre intertextualidades y sujetos líricos te verás.

Son poemas y divertimentos. Dicen expertos que los niños descubren el mundo a través del juego. Asimismo, lo haces tú, recurres a la experimentación que viene desde la vanguardia artística de principios del siglo XX que se atragantaban con croissant. No obstante, este poemario no se pudo haber escrito ni en París ni en la Conchinchina, es demasiado cubano. Sus principales tesis provienen de las paradojas de la realidad cubana surgidas de la dicotomía entre un ideal y la leche de dieta. Entonces el individuo, cansado de la espada y la pared, de Escila y Caribdis, del sartén y el fuego, decide darse un paseíto por las estepas marcianas.

Nunca he creído que 1995, nombre del poema que da inicio al libro, sea un año tan cool como quieres hacernos creer. Sin embargo, constituye el punto de partida para él, el contexto espacio temporal que lo definirá, aunque como confiesa, es un año que no recuerda. Nuestro sino no podemos ir a comprarlo en un mercado ideal. Nos toca y como tal hay que asumirlo. Solo nosotros decidimos si con la máscara de la tragedia o de la comedia. Brian no se decanta por ninguna de ellas y se decide por una máscara en los últimos tiempos de moda en las letras insulares: la nostalgia. 

No sabemos cuánto alimenta un poema (pregunta que Pablo lanza en el texto “Información nutricional”), pero los bebedores viejos dicen que para quitarse el aliento etílico se debe masticar papel; así que quizás no alimente, pero sí te ayuda a combatir la resaca provocada por las rutina de los ómnibus articulados y este calor que te hace pegarte a las sombras.

Pablo G. Lleonart, mi hermano, gracias por la poesía, gracias por el viaje, aunque te maldigo porque después del viaje toca el regreso ¡Cómo duele el regreso, coño, cómo duele! Dicen que en el 2030 partirá la primera nave desde la Tierra hacia Marte para colonizar el planeta. Por favor, no te alistes ahí, y si lo haces, déjanos, por favor, un par de poemarios como Habitantes de Marte.  

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