La búsqueda de la utopía llega a la razón

Anisley Miraz Lladosa, desde su propio espacio creativo, nos ha contado la historia y el poema. Su voz tiene mucho de hermoso. Dicen algunos que en Cuba se ha perdido el talento literario pero Anisley, desde la utopía y la razón, se levanta y escribe. Su obra ya forma parte del imaginario silencioso de los lectores. No busca premios ni rutilantes metas, la altura a la que se enruta es otra: convertirse en una escritora que valga la pena recordar.

¿Sientes que existen claves o fórmulas repetidas dentro de tu obra? ¿Te interesa poseer un estilo polifacético y cambiante, o uno que sea fácilmente reconocible tanto por el lector como por los críticos?

Quizás existen claves que hilvanen un texto con el otrosucl vez sean los temas en los que intento desenvolverme como creadora, que van desde el miedo/acercamiento a lo desconocido, el tránsito por los embrollados y profundos corrillos de la fe (y su ausencia), al abandono del propio sujeto lírico y esa eterna necesidad de mirar más allá de lo ordinario y cotidiano. Me interesa poseer un estilo que a lectores y críticos les sea fácilmente reconocible, pero de alguna manera siento que es evidente un cambio de aire y de expresión en algunos de mis libros. Proyectos para un día en una isla no tiene nada que ver con Runas de papel, por ejemplo. Y mucho menos El filo y el desierto o El reino de las leves criaturas con los cuadernos inéditos en los que estoy trabajando.

De las jóvenes autoras que conozco, eres una de las pocas que se preocupa por la poesía escrita para los lectores de edades más tempranas. ¿Existe cierta indiferencia hacia ese género literario?, ¿por qué te decides a probar suerte en él?

A menudo la poesía para lectores de edades tempranas pasa inadvertida, se coloca en otro espacio, tal vez menos importante que los géneros “de cabecera”… con lo cual no expreso la inexistencia de editoriales cubanas que promocionen la literatura infantojuvenil como es debido. En sentido general creo que se ha perdido un poco el verdadero sentido del texto dedicado al público más joven y, en cierta medida, también el respeto por este tipo de receptor.

Me dedico a escribirlo porque me devuelve mucho de mí misma: me permite jugar con las rimas y las disímiles estructuras métricas, con los temas y las pequeñas maravillas de la cotidianeidad, y los recuerdos de mi extremadamente feliz infancia… Siempre me desbordo desde la mente y el corazón de una niña que necesita re-comprender el mundo y repartirlo como un dulce mágico o una canción de árboles que arrullan. Yo respeto mucho a los niños, jamás subestimo su inteligencia, su ilimitada capacidad de interpretación y creo en la búsqueda de enfoques que los ayuden a pensar y a ser mejores seres humanos, sin  didactismos, sin moralejas conductuales. Y, por cierto, me encantan los niños. Son criaturas encantadoras, pequeños hechiceros de los que siempre tenemos que aprender.

Dentro de tu poesía, el recuerdo, la evocación, el despertar de la memoria a través de los sentidos juegan un importante papel. ¿Sucede así en la vida real? ¿De qué manera el imaginario de lo cotidiano y lo autobiográfico influyen o están presentes en tu obra?

Pues en la vida real sucede así: juegan un rol imprescindible la reminiscencia del pasado, la evocación, el despertar de la memoria a través de los sentidos… Mi obra tiene de las dos cosas, no logro desvincular lo imaginario de lo autobiográfico porque un aspecto está en función del otro. Y es que las metáforas y recursos expresivos calzan (o adornan) esas verdades que dejo entrever en los textos, la mayoría de las veces anecdóticos, añorantes, cavilados ya en una previa introspección, en un viaje carne adentro. 

Muchos escritores hablan desde el dolor y la pérdida, desde el adiós y el desarraigo, sobre todo aquellos con los que compartimos generación. ¿Desde qué punto de partida escribes tú?

Respecto a esta interrogante, me resulta difícil situarme en un ángulo determinado, asumir una posición concreta. En efecto, el dolor, la pérdida, el adiós y el desarraigo son los itinerarios poéticos de nuestra generación pero, ¿acaso no fueron también los de otros poetas, no solo cubanos, sino de otras regiones del globo terráqueo? Pienso que no ha quedado un solo sentimiento sin ser plasmado en una página, lo importante es el enfoque, la manera de sacarlo a la luz. También tengo que acotar que escribo desde la soledad de mi micro-espacio. La mayoría de mis libros nacieron en la villa donde viví más de 30 años, Trinidad. Contradictoriamente a lo que muchos creen (o esperan) hablo de una ciudad donde la creación está totalmente condicionada a una perentoria necesidad de comercio, de verticalizarse sobre la constante entrada de turismo internacional y eso, amén de que pueda abrir ciertas puertas a la edición o divulgación de la obra de los escritores, crea un fuerte contraste entre  la idealización de lo que es ser poeta en estos tiempos y la insuficiencia de valores importantes, la ansiedad económica, el desbalance social, etc. Por otra parte, desde hace mucho tiempo no cuento con una inmediata posibilidad de intercambio creativo, me falta la presencia de escritores lindantes con los que pueda hacer catarsis, y he escrito desde mis propios conocimientos, experiencias y pasiones, sin preocuparme mucho por pertenecer a un grupo, a una corriente, a un “ismo”, aunque pertenezca.

Has aparecido en una veintena de antologías, publicadas en Cuba y en otros países del mundo. ¿Piensas que estos proyectos colectivos se han alzado como una estrategia de promoción a escala global frente a la dificultad de publicar libros en solitario?

Pues la aparición en antologías me ha servido de mucho. Algunas veces los lectores tienen acceso a estas compilaciones de diferentes autores y no así a una obra determinada. Claro, aquí todo depende de otros factores, como el gusto del lector, su capacidad de percibir, su apertura al tema o a las particularidades lingüísticas de un autor. Pero en general, las antologías gozan del privilegio de ser bastante extendidas por la isla y a nivel global. No obstante es complicado tener un texto donde aparecen un montón de discursos más, siempre uno va a ser más difundido que otro… Suerte y verdad.

¿Cómo identificas, dentro de tu obra, el llamado proceso de crecimiento del autor? ¿Hasta qué punto te interesa esa madurez o prefieres que tu obra fluya por otros derroteros más libres?

El proceso de madurez o crecimiento dentro de mi obra se ha definido fundamentalmente en la manera de tratar ciertos temas que han sido recurrentes a lo largo de todo mi historial literario —por así decirlo— pero que, al avanzar hacia una superación como autora, y sobre todo en el intento (no siempre logrado) de superarme a mí misma, han hallado disímiles formas de transmitirse, puntos de mira diferentes, nuevos enfoques, indagaciones filosóficas más profundas, introspecciones desde otros sentidos… Y desde luego, también me interesa que mis textos fluyan por derroteros más libres en busca de amplios horizontes creativos donde no me repita como autora.

Cuba ha dado grandes figuras al mundo de la cultura literaria. Sin embargo, desde hace unas décadas son contadísimos aquellos que logran acceder a mayores escalones de relevancia en el campo internacional. ¿Crees que se ha apagado un poco esa llama de la originalidad en el cuerpo textual de los autores contemporáneos?

No creo que tal evento tenga que ver con una reducción de la calidad literaria en los autores cubanos contemporáneos. Es cierto que algunas décadas poco gloriosas han estado marcadas por una especie de repetición expresiva, no solo hablando de Literatura, sino de todas las artes en general. En cuanto a los textos poéticos, por ejemplo, los escritores —tanto los que hoy creamos desde y en la isla como los de la diáspora— nos dejamos llevar alguna vez por lo que yo llamo “corriente masificadora”. Y ello, más que ayudar a situar a un determinado poeta en un grupo, se convirtió en uno más de cuantos hicieron antipoesía, poesía “sucia”, coloquial, “discurso de la metatranca”… por nombrarla de algún modo. Con la narrativa ha sucedido lo mismo: si la usanza es escribir cuentos casi líricos, pues por ahí nos vamos… o cuentos que más bien parezcan ensayos, ¡ya tenemos el camino a seguir! Todo dependiendo de los premios y reconocimientos de la crítica. Eso sí me preocupa; después de premiado tal o cual discurso, ir todos en pique hacia esa (c)sima.

En lo particular, defiendo mucho la diferenciación de estilos y propuestas, es lo único que nos puede salvar a pesar de todo… Y por otro lado, sé que a menudo se hace difícil la oportunidad de alcanzar esa relevancia internacional de la que hablas por varios motivos, incluso ajenos a la voluntad y condiciones con las que cuenta el joven escritor cubano. A esto añado que en mi opinión no existe ahora mismo, ¡y enhorabuena!, un problema preocupante de ausencia de originalidad.

En tu trabajo, ¿te enfocas en la lucha de dominar el lenguaje y buscar la experimentación a partir de él?

Para mí es muy importante la fuerza de la palabra, pero no como vocablo frío sino como elemento poético que trae consigo una determinada imagen, una fuerza visual. La experimentación deviene de lo que intento transmitir. No me gusta experimentar por la mera acción de hacerlo, ni persigo concatenar palabras para lograr cierto efectismo en el lector. Voto siempre por el equilibrio (aunque a veces no logre una armonía adecuada).

Es casi obligatorio hablar sobre tus referencias literarias, ¿qué libro ha dejado su huella en ti?, ¿qué personaje?, ¿qué autor?

Es difícil contestar esta pregunta. Podría mencionar muchísimos. Pero sin pretensiones de ningún tipo y tratando de ser lo más honesta posible, haré mi mejor esfuerzo… Debo responderte por separado pues han dejado huellas enormes en mí las magníficas obras teatrales del dramaturgo, poeta, ensayista y director de escena Heiner Müller. Y, aunque no tenga absolutamente nada que ver y te parezca un tanto incauto de mi parte, adoro el libro Platero y yo, del gran Juan Ramón Jiménez, porque me estigmatizó desde la infancia de una manera muy profunda. Por otra parte, mi poeta preferido es sin dudas Rainer María Rilke. ¿Un personaje?… Pues, Randle McMurphy en One Flew Over the Cuckoo´s Nest (Alguien voló sobre el nido del Cuco) del estadounidense Ken Kesey.

Atender a los múltiples nacimientos de autores, a veces excesivos, en nuestro jardín literario es tarea más que tiránica. Pero no renuncio a preguntarte, ¿qué es lo que un escritor joven debe, por naturaleza y esfuerzo, poseer?

Un escritor joven, por naturaleza y esfuerzo, debe primeramente tener la seguridad de que lo es realmente. O sea, no se escribe para imitar a alguien a quien admiramos (o envidiamos), para matar el tiempo, para obtener la posibilidad de “encajar” en un círculo y muchísimo menos para ganar premios y condecoraciones. Debemos escribir con una certeza: eso no es lo que hacemos, sino lo que somos. Y claro, encontrar nuestra propia voz; ante todo, actuando con la consecuencia necesaria, logrando una proyección hacia el papel como reflejo de lo que verdaderamente tenemos dentro, intentando siempre “jugar limpio”, con autenticidad, y que nos reconozcan en cuanto nos lean, y que puedan vernos como lo que escribimos. Sobre todo hoy, como autores jóvenes que viven este proceloso mundo lleno de tecnología, ciencias aplicadas, factores aislantes, etc. —y después de conocer tantos “monstruos” de la literatura nacional y universal de todos los tiempos— no debemos perder la sensibilidad.

En esa vasta marea literaria de la cual hablábamos, ¿con quién desea dialogar tu obra y cuál es su mayor intento o búsqueda?

Mi obra desea dialogar con todo aquel que se acerque a ella. Eso en teoría, porque entiendo que a veces no soy diáfana en mi lenguaje ni logro llegar a todos. La mayor tentativa es que al menos comprendan la esencia y sientan, y que a través de la percepción se le desborden al lector un cúmulo de sensaciones, emociones, sentimientos y memorias… La búsqueda de la utopía llega a la razón. Esa es la idea.

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