Díaz-Canel
Por la cultura, por Cuba, la AHS siempre acompañará
*Palabras del Vicepresidente de la Asociación Hermanos Saíz a propósito del Día de la Cultura Cubana
Compañero Alpidio Alonso Grau, Ministro de Cultura
Queridos compañeros:
Es un altísimo honor estar aquí en esta celebración dentro de la Jornada de la Cultura Nacional, acompañando este justo reconocimiento a figuras imprescindibles para el imaginario espiritual de la nación. Todos los distinguidos hoy son maestros, son la savia que nutre y sustenta el proyecto soberano de país que desde aquel 1868 venimos defendiendo sin reposo.
La cultura cubana recuerda hoy con alegría aquel hermoso 20 de octubre en que, por primera vez, se entonaron en la recién liberada ciudad de Bayamo las notas del Himno Nacional de Cuba. A la clarinada heroica del 10 de octubre, la siguió el gesto hermoso de un pueblo cantando su libertad.
Las naciones son más que el espacio físico que ocupan. Son imágenes, lealtades, emociones. Ser cubano, nos decía el gran Fernando Ortiz, es amar y aceptar todo lo que hace de lo cubano una condición en sí. Es asumir las glorias y aspiraciones de un pueblo y amarlo y defenderlo en cualquier lugar en que se esté.
El proyecto imperial que nos adversa, sabe que la forma más efectiva del desarraigo y la derrota es aquella que vacía al ser humano de las raíces que lo fundan: quitarnos lo cubano y llenarnos con la vacuidad que promueven las industrias culturales hegemónicas, cambiar el culto a Martí por el culto edulcorado a héroes cinematográficos vacíos, aceptar el anexionismo, el pasado, como único destino posible, asumir la heroica resistencia de más de 60 años como un absurdo, arriar todas las banderas que hemos defendido por la promesa del consumismo, que no es más que la expresión máxima de la enajenación y la soledad del individuo contemporáneo.
Hoy el mundo está viviendo tiempos difíciles. Las derechas asesinas han vuelto al poder en numerosos países de nuestro continente y se prestan al juego sangriento e inhumano de rendir por hambre a la hermana República Bolivariana de Venezuela, como desde hace décadas se prestan al de rendir por hambre a la Revolución cubana. El mayor imperio de la historia vive una etapa de tensión social inédita desde los años de la guerra civil, y en el proceso, canaliza todo su odio contra las fuerzas progresistas del continente y el mundo. Su poderoso aparato militar y de manipulación de la conciencia está enfocado en subvertir y desmontar los procesos que de una forma u otra cuestionan su predominio. Por si fuera poco, una pandemia ha venido a trastocar la normalidad establecida, llevándonos a cuarentenas, aislamientos y nuevas normalidades, planteando retos inéditos para el mundo y para Cuba.
La agresividad contra los intelectuales y artistas que, valientemente, respaldan a la Revolución cubana y su obra va en ascenso, alimentada por los mismos intereses históricos y por la desesperada campaña electoral de un magnate.
Ante el odio, erigimos la certeza de que los artistas e intelectuales verdaderamente valiosos, dentro y fuera de la isla, permanecen al lado de la Revolución. Son a esos a los que ponen en espurias listas y a los que amenazan y sabotean constantemente. Pero nuestros artistas cuentan con un arma inigualable, con el arma que ha sustentado las luchas de un pueblo durante generaciones: la vergüenza. Con la vergüenza respondió el Mayor General Ignacio Agramonte, cuando en una de las desesperadas jornadas de la Guerra de los Diez Años, alguien le preguntara con qué contaba para continuar la guerra. La vergüenza de las mujeres y hombres de bien, de los mejores artistas e intelectuales, es nuestra mayor garantía de continuidad.
Ante este panorama, la batalla que debemos librar como nación ya no es solo económica, sino que es también una batalla de símbolos. Es la batalla por un universo de representaciones. Por qué modelos de ciudadano y de nación queremos para el futuro. Es también la batalla por qué arte debemos privilegiar.
Todos los aquí reunidos y muchos más, muchísimos más, edifican con su labor cotidiana, con las ideas y la belleza que constituyen sus obras, esa defensa esencial, primera, que debe edificar cualquier pueblo contra la avasalladora ola neoliberal. Y lo hacen sin renunciar al pensamiento crítico, ese que, desde el compromiso, no duda en denunciar todo lo mal hecho y cambiar todo lo que debe ser cambiado.
Soy de los que cree, firmemente, que en la cultura se decide hoy el destino de nuestra nación. Que es la cultura, como nos indicara Fidel en múltiples ocasiones, lo primero que hay que salvar. Defender nuestra cultura es defender la Revolución, ese hecho cultural superior, como lo definiera el Presidente Miguel Díaz-Canel. No importa que tengamos la propiedad sobre los medios de producción fundamentales, que demos la pelea a brazo partido contra el poderoso enemigo que nos persigue y ataca, si descuidamos por un segundo el necesario proceso de formar, permanentemente, a todo un pueblo en lo bueno, en lo bello y en lo justo. El socialismo no es una utopía, es el único camino posible ante el absurdo del capital. Como advirtiera hace más de un siglo Rosa Luxemburgo, el dilema hoy sigue siendo entre socialismo o barbarie.
Ayer, 18 de octubre, celebrábamos el aniversario 34 de la Asociación Hermanos Saíz. Todos los jóvenes de esta organización, la juventud toda del país sabemos el inmenso deber que pesa sobre nuestros hombros y aceptamos gustosos el reto de permanecer y continuar la obra de los que aman y fundan. Es un gran deber también el de continuar por la senda que ustedes han abierto.
¡Feliz Jornada de la Cultura cubana para todos!
¡Muchas felicidades por el merecido reconocimiento!
¡Abrazos grandes!
¡Muchas gracias!
¡A bailar con Failde! (+Fotos)
–Tal día de octubre se presentan en el Pabellón Cuba.
La huella de asombro se posó en el rostro de Ethiel Failde. Era el año 2013 y el olor a cascarón no espantó a Luis Morlote, entonces Presidente Nacional de la Asociación Hermanos Saíz, para en el medio de una reunión con los afiliados matanceros soltar aquella papa caliente.
“Unos meses después estábamos ofreciendo nuestro primer concierto allí. Como si eso fuera poco, en aquel escenario conocimos al maestro Guillermo Rubalbaca, quien ante la emoción de vernos tocar el danzón se subió a improvisar en el piano junto a nosotros. Además, aprovechamos el viaje para grabar nuestra también primera aparición en Paréntesis, rostro televisivo de la organización. Justo esa presentación la asumimos como la génesis de nuestro contacto como profesionales en ese medio con carácter nacional”, regresan esos primeros pasos con total emoción a la memoria de Ethiel Failde.
Habían pasado escasos tres años del roce inicial del joven matancero con la AHS. Desde entonces, no ha necesitado regresar a las fotos del día en que le entregaron el carné de asociado, para que cada instante llegue con nítidos flashazos. Lo resguarda con celo en su memoria, tal y como sucede con la fecha de fundación de su mayor pasión: la Orquesta Failde, el 14 de abril de 2012, cuando Rubén Darío les abrió las puertas al novel colectivo en el Festival Internacional de Títeres, en la Atenas de Cuba.
“Desde entonces, los espacios de la AHS (talleres, reuniones, consejos) y los de la Dirección Provincial de Cultura en Matanzas han sido los primeros a donde llevo mis propuestas. De la beca El Reino de este mundo salió nuestro vínculo con la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales (Egrem) y nuestro primer álbum Llegó la Failde. Justo esa producción, en 2016, mereció dos nominaciones a Cubadisco. Precisamente, la misma que el diario mexicano La Razón consideró dentro de las mejores de la región en su momento.
“Y en un Consejo Nacional hice pública la idea de organizar el Encuentro Internacional Danzonero y recibí el espaldarazo de las autoridades culturales y de Miguel Díaz-Canel, en aquel momento primer vicepresidente del país y quien se ha mantenido siempre muy al tanto del quehacer de la Asociación”, rememora.
Sólidos cimientos de su carrera como director de una de las orquestas cubanas más mediáticas en los últimos tiempos. Un camino recorrido a fuerza de mucho empeño, entrega, amor y siempre escoltado por las buenas vibras de una organización eternamente joven, aunque muestra con elegancia sus 34 años. Razones por lo que a pocas personas sorprendió la publicación de Ethiel Failde en su cuenta personal de Facebook: “La AHS #Sostén #Camino #Casa #Empuje”.
“Es una organización que cumple un papel fundamental al nuclear a los jóvenes artistas e intelectuales, generar espacios de diálogo y un sistema de Becas y Premios que respaldan los primeros pasos, algo realmente muy necesario. Funciona como dispositivo que, en el caso de la música, nos conecta con las disqueras más importantes del país, lo que posibilita el descubrimiento de nuevos talentos. Uno crece con las experiencias e ideas de sus compañeros. Tiene una visión de lo que sucede en otras regiones del país. Aprende a lidiar con la crítica, siempre necesaria, y se siente parte de la cultura cubana, reconocido por su sistema institucional, útil”, opina.
Aprendizajes que sedujeron al jovencito de 19 años, con señales aún de su paso por el servicio militar, capaz de defender contra vientos, mareas y tendencias comerciales la herencia familiar. Unos años después, la Orquesta Failde mereció con creces formar parte del catálogo de excelencia de la AHS.
“Como ingresé tan temprano a la organización, puedo decir que soy un veterano con casi 10 años dentro de ella. He visto el paso de tres presidencias nacionales y he vivido dos Congresos. Tengo una excelente relación con mi casa discográfica y los medios de comunicación, pero siempre ante una necesidad concreta mi primera llamada es a la AHS y si no participo o no estoy al tanto de los debates relacionados con la música, no me siento bien”, reflexiona.
–¿Cuáles han sido los temas que Ethiel nunca ha dejado de plantear en esos espacios?
“Siempre he insistido mucho en la necesidad de promover mejor la obra de los jóvenes, y si es de los jóvenes que se ocupan de expresiones raigales de nuestra cultura e identidad, mucho más. Hay que lograr más sistematicidad, sentido estratégico y atractivo en las acciones comunicativas para aspirar a un verdadero posicionamiento.
“Siempre hablo de la enseñanza artística, de mi preocupación por la imagen que de la cultura cubana se lleva el turista y de la necesidad de que haya coherencia en ese sentido y beneficio para los mejores exponentes. Esto es algo que a los matanceros nos toca muy de cerca, al tener a Varadero a unos minutos y ver tanta burda imitación de Michael Jackson y tanta “sopa”.
“En muchas oportunidades defendí la idea de crear becas para instrumentistas y vocalistas, así como para promover la música popular. En ese sentido se han tomado buenas decisiones como la beca Elena Burke, por ejemplo.
“Creo que fuera del ámbito de la AHS hay pocos sistemas de premios y reconocimientos que reconozcan a los jóvenes y los impulsen. Los premios nacionales de cualquier manifestación son entregados por la Obra de la Vida y es bueno que así sea, pero en el intermedio conviene aupar más a los jóvenes. Ese estímulo es vital para la continuidad de la cultura cubana. No hablo de un aplauso libre de crítica y de exigencias, eso sería inútil y peligroso.
“En fin, muchos temas, muchas preocupaciones, pero siempre: dialogar, dialogar.”
Y es que Ethiel Failde, junto al bisoño colectivo que lidera flauta en mano, ha vivido en carne propia cuánto cuesta subir a los escenarios, principalmente cuando ritmos más populares no mueven las cuerdas de la creación y residen fuera de la capital, sobre todo en una isla eternamente musical, donde la mayoría de sus hijos se cree con saberes para opinar o cantar.
“Que nadie piense que ha sido fácil, a los rigores lógicos del funcionamiento de una orquesta integrada por jóvenes se suma el hecho de apostar por el danzón como matriz fundamental, aunque no exclusiva de nuestro repertorio. Hemos tenido enemigos enconados.
“Por ejemplo, a nosotros la Dirección Municipal de Cultura en Matanzas no nos programó durante cinco años, en una especie de censura declarada. A partir del vínculo con la AHS, que nos puso en contacto con la Egrem, y de ese primer disco, nuestra carrera ha crecido vertiginosamente en términos profesionales. Antes todo ocurrió un poco más lento.

“Creo que eso también es una consecuencia de radicar fuera de La Habana, algo que, por cierto, no pensamos cambiar nunca, a nosotros para sacarnos de Matanzas tienen que expulsarnos, declararme persona non grata.
“Mis premisas y las de mi orquesta y equipo de trabajo han sido siempre las mismas: no creernos cosas, ensayar mucho y trabajar muy duro para que cualquier éxito nos encuentre así. La frase martiana de “Hacer es la mejor manera de decir”, una máxima que mi madre me inculcó desde pequeño y que se ha convertido en un eje ético en mi vida.
“Estamos siempre muy al tanto de las críticas y consejos. Valoramos mucho cada opinión que recibimos, tanto es así que nosotros empezamos con un formato, sin piano ni cantantes, y ante las críticas de los danzoneros de Matanzas hemos ido mutando hasta la nómina actual.”
–Sería muy pretencioso pensar que los éxitos de la Failde tienen en sus raíces a la AHS…
No, por todo lo dicho y lo vivido que no alcanzo a resumir en estas líneas y aún más: por el futuro.
–¿Cuánto puede hacer la organización para parecerse mucho más a su membresía y aliviar aún más los tropiezos lógicos del mundo creativo?
“Tiene que haber una preocupación constante por promover el diálogo al interior del movimiento y de cara a las instituciones y a la sociedad, un diálogo comprometido, útil, crítico, no desde la cómoda posición de francotiradores. Conviene siempre que en los espacios nacionales se logre una variada y significativa representación de los territorios, de cada pedacito de Cuba, donde un joven encauce una obra interesante, aportadora, sin que eso se convierta en un censo o en el cumplimiento de estadísticas inútiles de representatividad. Igual, se precisa de más acompañamiento a la labor de los territorios, al diálogo desde allí con el entramado institucional. Evitar que nadie se “endiose”, que la preeminencia esté siempre en la obra y no en las ínfulas.”
Arropado de una extrema humildad, minucioso en cada detalle –desde la afinación de los instrumentos hasta la proyección escénica– y con una sincera sonrisa de las que seducen siempre aunque los días transiten nublados, Ethiel Failde ha logrado catapultar su Orquesta en la lista que siempre se menciona cuando se hace un recorrido por las mejores representaciones.
Su más reciente producción discográfica Failde con tumbao, nacida tras una difícil, acertada y provocadora selección de ocho temas diferentes, pero semejantes en el coqueteo constante entre la tradición y modernidad, está entre las nominaciones cubanas al Latin Grammy 2020.
–¿Cuánto hay del muchachito matancero apasionado que un día llegó a la AHS en busca de canalizar sus ganas de hacer en el director que forma parte de tan prestigiosa lista de nominados?
“La misma pasión, unas cuantas libras de más con las que tengo que luchar a capa, espada y tenedor, y unas ganas cada vez más grandes de hacer por la música cubana. Creo que estamos en condiciones de lograr mejores cosas en la AHS de Matanzas, más espacios de diálogo, ganar más terreno para los jóvenes en la cultura y también me gustaría que la Orquesta estuviera más en la Casa del Joven Creador con una promoción más coherente, pero estamos muy agradecidos porque el ejecutivo nos ha abierto puertas cuando otros las cerraban en nuestras narices”.
Anhelos que no corren distantes de este joven músico cubano defensor de lo más autóctono de nuestra música, aliñado con puntos exactos de contemporaneidad. Ha sido el equilibrio exacto de Ethiel y su Failde, la misma que pone a bailar con total cubanía a gran parte del mundo.

La cultura en el centro de los disparos (+ Video y tuits)
Internet es cada vez más una especie de campo de batalla. Hace algún tiempo se solían enmascarar las balas y bombas, se intentaba seducir para socavar cimientos ideológicos. Ahora se privilegia la bulla, las ofensas y hasta las amenazas de muerte como si se tratase de una lucha con fúsiles y espadas. Los memes, las canciones, los shows audiovisuales y los montajes son proyectiles cada vez más empleados, mezclados con odio y groserías.
En ese panorama lamentable, suelen ser blancos los artistas, intelectuales, periodistas, locutores, dirigentes y otros profesionales con posturas a favor de la Revolución en las redes sociales y medios tradicionales de comunicación, personas con gran influencia en la opinión pública.
Lo sucedido recientemente contra el cantante, trompetista, compositor y arreglista Alexander Abreu, director de la popular orquesta Havana D’ Primera, no es un hecho aislado. Pululan los ejemplos durante los últimos meses. A unos intentan confundirlos, a otros desacreditarlos, a varios infundirles miedo.
“He recibido mil sms (servicio de mensajes cortos) en mi teléfono donde me dicen desde Gorila hasta las peores ofensas como si yo fuera un criminal de guerra. Lo único que quiero decir es que a todos los que escriben con tanto odio les tengo un corazón lleno de amor y música”, publicó Abreu en su página de Facebook. Una respuesta digna de las esencias del arte y de Cuba, una nación que también enarbola el coraje y el valor.
La estrategia trazada y financiada desde Estados Unidos pretende lograr que los creadores teman vincular su arte o pronunciamientos públicos con la Revolución y el sistema social aquí, porque se podría desencadenar contra ellos una avalancha de mezquindades. Quienes mueven los hilos desde el exterior saben que debilitar el acompañamiento de la cultura y sus autores a la Revolución significa afectar el alma misma de la nación.
Vivimos en un país, en el que los iniciadores mismos de la lucha por su independencia fueron hombres de literatura y arte. Ahí estarán siempre Carlos Manuel de Céspedes, Padre de la Patria, aficionado al teatro y autor de obras poéticas y musicales; y Perucho Figueredo, creador del Himno Nacional; continuadores como José Martí y Fidel Castro, intelectual indiscutible.
El propio Fidel siempre tuvo plena conciencia de la importancia de la cultura, a la cual llamó “espada y escudo de la nación”. Los símbolos, las tradiciones, el arte y el orgullo colectivo de ser cubanos deberán ser en todo momento aspectos esenciales para vencer cualquier obstáculo y no dejarse engañar. El líder sabía que la única forma de construir una obra verdaderamente perdurable es favorecer la conformación de una identidad popular cada vez más sólida y defensora de la propia Revolución y sus conquistas, como corazón fuerte de un proyecto que aspira a la superación continua. Y en momentos muy complicados como el Período Especial ratificaba: “la cultura es lo primero que hay que salvar”.
En la clausura del IX Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, el Presidente de la Republica Miguel Díaz-Canel expresó: “Somos una Revolución que puede presumir de haber sido contada y cantada, desde sus orígenes, con el talento y la originalidad de sus artistas y creadores, intérpretes genuinos de la sabia popular y también de las insatisfacciones y esperanzas del alma cubana.”
Las acciones de este tipo contra Cuba y lo que representa no son nuevas. El imperio es, por supuesto, también cultural con la pretensión de imponer modos de vida, creencias…, una forma de conquista a nivel global. La guerra es desde hace mucho también simbólica.
A todo eso se suman otras complejidades como las provocadas por la Covid-19 y el bloqueo impuesto por EE.UU, persecuciones y más patrañas contra el país. Sin embargo, este pueblo y su Gobierno se mantienen con una fuerza tremenda y la capacidad para seguir en el camino de la dignidad, sin renunciar al progreso.
En todo ese contexto es fundamental que seamos cada vez más una familia diversa, con amor y respeto, como hijos de una madre grande, que merece todos nuestros esfuerzos. Es importante también apoyar y defender desde la ética y el valor a esos hermanos nuestros que son blancos de tanta bajeza, porque en definitiva también nos atacan a nosotros.
Por una universidad cultural
El sociólogo Alain Basail planteó en una ocasión que la Revolución cubana “ha sido un profundo cambio cultural”. Y es que el primer hecho cultural importante fue la Revolución misma, porque recogió lo mejor de nuestra tradición cultural, abrió el camino y sembró las semillas para lograr una transformación integral que se comenzó a gestar de manera inmediata en su seno y que auguró la construcción de un futuro pleno para todos los cubanos.
Inmediatamente después del Triunfo, se inicia el proceso de democratización de la cultura y de institucionalización en el que se sucedieron un conjunto de acontecimientos culturales, siendo los más relevantes en este ámbito la campaña de alfabetización, la nacionalización de la enseñanza y reforma universitaria.
La Revolución, triunfante y popular, constituyó una nueva oportunidad para todos. Se reconoce la Historia y tradiciones del pensamiento social cubano más progresista como los cimientos de la nueva sociedad. Puede apreciarse así un encuentro entre la voluntad política de promover el desarrollo de la ciencia y su democratización, y el compromiso social y profesional de los actores de ese sector que permanecieron en el país (en su mayoría estudiantes y profesores universitarios).
En ese sentido, la década del 60 y en alguna medida los primeros años de los 70, están marcados por una efervescencia romántica, en la que la articulación entre gobierno y ciencia operaba de forma prácticamente directa. Se iniciaba así un proceso de construcción –que se sabía largo–, de capacidades científicas nacionales con una consciente orientación de respuesta a las necesidades sociales, donde la Universidad se distinguía como un actor primordial.
Es notorio mencionar que se plantea un salto cualitativo en la inserción de la cultura en instituciones universitarias pues desde sus inicios han sido de vital importancia para la educación y el desarrollo del joven universitario. Destacándose intelectuales y personalidades de la cultura cubana formados en las aulas de las casas de altos estudios en sus diferentes etapas históricas, tales como Nicolás Guillén, Alejo Carpentier, Fernando Ortiz, Raúl Roa García, Jorge Mañach, Juan Marinello, Carlos Rafael Rodríguez, nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro, entre otros tantos quienes, a su vez, fueron las personalidades que podrían ser consideradas forjadores de la universidad cubana.
Carlos Rafael Rodríguez compartía la tesis según la cual el socialismo solo sería posible con el nacimiento de una nueva cultura y por eso le atribuyó a la universidad tal misión. Esa misma concepción sobre la necesidad de un cambio cultural y científico de la sociedad cubana estuvo muy presente en el ideario de Ernesto (Che) Guevara, quien propugnaría la necesidad de la formación de un hombre nuevo, motivado por valores humanistas y altruistas muy diferentes a los gestados por el egoísmo y el individualismo, prevalecientes en la sociedad capitalista.
Lo más significativo de la formación de la cultura radica en que el desarrollo del proceso docente-educativo va más allá de la posesión de los conocimientos profesionales del individuo, porque ello implicaría un perfil cultural y espiritual sumamente estrecho y es preciso enriquecer al ser humano y a la sociedad para reconocer y apreciar los mejores valores creados por la humanidad, desde su surgimiento hasta nuestros días, pero no en un sentido solo interpretativo, sino para poder actuar en la transformación de la sociedad.
Por lo que formar la cultura del profesional que egresa de la universidad cubana implica atender la cultura integral y desarrollar la de su objeto profesional, desde el conocimiento de la historia del mismo, las diversas aristas que la componen, la contextualización cultural. Cada carrera universitaria tiene sus retos específicos, además de aquellos que son generales.
La sociedad cubana necesita que sus ciudadanos y de modo particular sus profesionales se formen en el rechazo a la discriminación, la injusticia, en la preparación para valorar a los demás sin extremismos, prejuicios o perfeccionismos, además de educar para la solidaridad, la comunicación afectiva entre los seres humanos, basada en una ética de las relaciones interpersonales; la comprensión mutua que incluye un proceso de empatía, abrirse a los demás, superar los prejuicios y el egocentrismo.
En el acertado artículo La universidad en la encrucijada de Antonio Alvar Ezquerra (2011), aunque hace referencia al contexto de España, nos hace reflexionar oportunamente a los desafíos de la Universidad que aspiramos edificar en el siglo XXI cuando expresa que “el modelo universitario de ahora (…) sufre algunos de los males que aquejaron a la universidad del XVIII (…): exceso de Universidades, escasa exigencia en el otorgamiento de títulos, insuficiente conexión con las demandas sociales y con los centros de desarrollo del conocimiento.”
Más adelante afirma que si “no asume ese modelo como propio y si la sociedad no le concede ese papel con todas sus consecuencias, la Universidad quedará reducida a una oficina de expedición de títulos, todo lo glamourosa que se quiera, pero lejos ya de su esencia y de su histórica razón de ser.”
En distinto modo, durante la trayectoria de los jóvenes universitarios cubanos en todos los tiempos, han demostrado tener un elevado compromiso social y se identifican con las costumbres de su época. Es por ello que en el presente se debe evitar la tendencia individualista de los jóvenes, asunto directamente relacionado con la formación universitaria, y ésta se ve en la necesidad de formar comprometidos ciudadanos además de excelentes profesionales.
El día a día nos demuestra que dicho riesgo puede ser real, que determinados comportamientos de personas con estudios universitarios no contemplan la dimensión cultural en el sentido más amplio. La Educación Superior no es solamente la educación que se encuentra en el nivel más alto de un determinado sistema educativo, sino que también es la educación que permite alcanzar el nivel superior de perfeccionamiento humano.
Las máximas autoridades del sector cultural en nuestro país se han pronunciado ante la imperiosa necesidad del fomento de valores, por lo cual le atribuyen a la cultura un papel preponderante.
Tal es el caso de Miguel Barnet, presidente de honor de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, quien en la gala por el aniversario 50 de esa institución, en 2011, destacó que “el arte tiene un papel esencial en el quehacer cotidiano, garantiza la calidad de vida y potencia los valores espirituales que sostienen la estructura básica de la nación”.
Asimismo, señalaba la política del gobierno cubano de oponerse a la mercantilización de la cultura y a la “banalidad la creación de los más puros valores estéticos”.
Recordó además, cuando Fidel dijo, en los momentos más agudos del período especial, que la cultura era lo primero que había que salvar, ya que “es la cultura la que nos garantiza todas las libertades, entre ellas la capacidad de pensar y razonar y nos convierte en seres humanos”.
Por otra parte, Miguel Díaz-Canel, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de la República de Cuba, en la clausura del Segundo Congreso de la Asociación Hermanos Saíz (en 2013), se refirió al papel de los jóvenes, ya sean universitarios o no, ante la influencia de “un frívolo e injusto modelo civilizatorio, cuyos mensajes, aparentemente diferentes, forman parte de un discurso único, hegemónico, que asocia juventud y frivolidad, felicidad y consumo, éxito y dinero”.
Valoró el papel de la AHS al expresar que era “bueno tener una vanguardia artística que pueda ser decisiva camino a una sociedad socialista próspera y sostenible, donde lo que distinga no sea la posesión material sino la riqueza del conocimiento, cultura, sensibilidad”.
También llamó a revertir la deformación del gusto y recuperar “el sentido estético que siempre distinguió al pueblo cubano. Debemos actuar, por encima de cualquier espíritu de feudo, con mayor intencionalidad e integralidad”.
En la actualidad está el reclamo de formar profesionales competentes, comprometidos e identificados con la Revolución, pero también, profundamente humanos, así como sus valores y retos actuales, adaptados al conjunto de normas de convivencia, lo que constituye una necesidad para que pueda subsistir la sociedad organizada, caracterizada por la cooperación y ayuda en la lucha por la existencia y adaptación al entorno.
Referencias bibliográficas:
- Alvar Ezquerra, A. (2011). La universidad en la encrucijada. España. Universidad de Alcalá. Disponible en http://www.google.com.cu/url?q=https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/3897578.pdf&sa=U&ved=0ahUKEwjvvLn6i-rRAhVE72MKHUWVCGoQFggTMAA&usg=AFQjCNGDJ6UN–5HikV9hKjF2tR7SKp1uw Consultado el 21/11/2016
- Basail, A. (2005): Sociología de la cultura, Tomo 2. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, p 540.
- Monte Horruitiner, G. del y Gómez Morales, M. (1985). “Los especialistas jóvenes y el trabajo cultural”. En Revista Temas, 7, pp. 105-128.
Palabras para abrir caminos
A 59 años de aquel acto, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba acogió el panel «Palabras a los Intelectuales: Defender la Revolución es defender la cultura, en el que se debatió acerca de la vigencia de ese discurso, justo cuando también se cumple el primer año del IX Congreso de la Uneac.
La frase más célebre, más citada, discutida y habitualmente sacada de contexto de aquella alocución fue «Dentro de la Revolución todo, contra de la Revolución nada».
El escritor Miguel Barnet explicó su esencia: «Había que salvar a la Revolución, había que defenderla. Salvar la Revolución era salvar la cultura».
«Me di cuenta de que se iniciaba un camino diferente», evocó el también presidente de honor de la Uneac, quien afirmó que las Palabras a los Intelectuales complementaron otro documento esencial de Fidel Castro: su alegato La historia me absolverá.
El director de la Oficina del Programa Martiano, doctor Eduardo Torres Cuevas, consideró que en 1961, año de definiciones, se estaba creando la nueva cultura, la nueva intelectualidad, que eran continuación de los mejores valores de la tradición nacional, pero también determinación de cambio.
El discurso de Fidel, según Torres Cuevas «le dio racionalidad a un proceso: pensamiento y sentimiento… Ahí nació una cultura que no existía antes de esas palabras».
«La Revolución es cultura, eso el primero que nos lo dijo fue Fidel Castro», concluyó Torres Cuevas.
Rafael González, presidente de la Asociación Hermanos Saíz, consideró fundamental para los más jóvenes creadores el contacto directo con la historia. En las Palabras de los Intelectuales Fidel estableció una relación estrecha con los artistas y escritores, que mantuvo hasta el final.
El presidente de la Uneac, Luis Morlote Rivas, resaltó el método que instauró Fidel en aquellas Palabras. Ese diálogo franco y distendido con los creadores fue un ejercicio cotidiano del líder de la Revolución Cubana.
Morlote instó a revisar también el discurso que Fidel pronunció semanas después en la clausura del congreso fundacional de la Uneac, en el que reafirmó el espíritu democrático e integrador de la política cultural naciente.
Los estrechos vínculos de Fidel con la Uneac, dijo Morlote, odedecieron a su interés permante por conocer el pensamiento y la acción de los creadores.
Morlote recordó el análisis que el presidente cubano Miguel Díaz-Canel hizo de las Palabras a los Intelectuales en su discurso en la clausura del IX Congreso de la Uneac, donde remarcó su vigencia y proyección.
El presidente de la Casa de las Américas, Abel Prieto, reflexionó sobre la idea de continuidad que defendió Díaz-Canel en ese discurso, considerado por muchos de los que lo escucharon como «unas segundas» Palabras a los Intelectuales.
Citando frases de la alocución de Fidel en junio de 1961 y haciendo énfasis en su contexto, Abel Prieto destacó la altura, la honestidad, la meridiana posición de Fidel durante aquellos encuentros.
Reducir Palabras a los Intelectuales a un eslogan, a una receta, es lamentable, pues es un discurso lleno de matices, que partiendo de principios sólidos, no renunciaba al diálogo, al debate. Fidel fue un excepcional constructor de consensos, afirmó Prieto.
En el espíritu de las Palabras a los Intelectuales, Abel Prieto instó a los artistas e intelectuales a pensar en cómo la cultura puede seguir siendo útil a la Revolución en los tiempos tan complejos que vivimos.
Al acto asistieron el Ministro de Cultura Alpidio Alonso, la secretaria general del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Cultura, Nereida López Labrada, y miembros de la dirección de la Uneac.
El panel, moderado por la vicepresidenta de la Uneac Magda Resik, será transmitido este martes a las 4:00 p.m. por la Televisión Cubana.
*Tomado de Trabajadores
Forodebate: La representación intelectual de la Revolución: creación, pensamiento social y comunicación
La Revolución cubana, por su carácter emancipatorio, estuvo obligada a convertir la cultura en uno de los ejes centrales de su acción. El complejo escenario de transformaciones y deslindes ideológicos reconfiguró aceleradamente la dinámica del campo intelectual y sus prácticas en el país. Lo social y lo cultural dejaron de asumirse como compartimentos estancos. En el centro de esas variaciones ocupó un espacio principal el debate sobre la responsabilidad, las tareas y el papel del intelectual frente a la Revolución.
Pasadas seis décadas, la continuidad de estos análisis resulta esencial. Importantes variables se han modificado. Cambios de paradigmas y ambientes generacionales, retrocesos visibles en los escenarios en que se forma, produce y se amplifica el pensamiento cultural, tensiones no resueltas en el plano institucional, modificación del eje de resistencia intelectual de la izquierda a escala planetaria, agotamiento de los nichos de reflexión crítica sobre nuestra realidad; pudieran contabilizarse entre los desafíos principales que asumen las prácticas intelectuales en el momento actual que vive la Revolución Cubana.
Sobre el compromiso intelectual, las responsabilidades, el rol de los intelectuales en la Revolución, invitamos a reflexionar el venidero 7 de mayo a partir de las 10:00 a.m. en el Portal del Arte Joven Cubano, sitio web de la Asociación Hermanos Saíz. Acompañarán esta iniciativa la Dr.Cs. Mely Gonzáles Aróstegui, Profesora Auxiliar de la Universidad Central de Las Villas, y el joven historiador e investigador Fernando Luis Rojas, especialista del Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello.
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La política cultural en los años fundadores de la Revolución cubana. Apuntes para un dilema que no cesa.
Por Mely del Rosario González Aróstegui
Con el triunfo revolucionario en 1959, la noción del compromiso político para los intelectuales cubanos, su pacto con la sociedad, empieza a operar desde otra dimensión, que prioriza la acción y donde el ser de la palabra pasa por los horizontes del deber ser de la política y sus contenidos pragmáticos. El gran dilema de los intelectuales abre sus fauces, expresada en la eterna contradicción entre individuo y sociedad, entre artista y Revolución. En este trabajo apuntamos hacia ese dilema, dilema ético y político sobre todo, del sector intelectual en Cuba, en un contexto que se mueve entre 1959 y 1961, el año de las reuniones de la Biblioteca Nacional y la celebración del I Congreso de Escritores y artistas, momentos claves para comprender el diseño y decursar de la política cultural en el país.
Desde el inicio las interrogantes se multiplicaban: ¿Cómo entender la cultura en una sociedad que entraba a una vía de construcción socialista hasta entonces inédita? ¿Cómo penetrar en el universo cultural cubano siendo sus defensores y a la vez los detractores de muchas visiones, códigos, mitos de nuestra cultura merecedores de olvido y repudio? ¿Cómo defender la cultura nacional sin cerrarse al mundo, sin negar la diversidad, sin rechazar lo foráneo que también puede llegar a enriquecernos? Porque el problema de la cultura, en un proyecto como el de la Revolución cubana, asumido como proyecto de liberación desde el Tercer Mundo, privilegia lógicamente los cambios culturales y políticos, que no pueden esperar al desarrollo objetivo y por supuesto también necesario de sus fuerzas productivas.
En la vía al socialismo no puede desestimarse la necesidad de encontrar los métodos, sistemas de estímulos, instituciones y demás mecanismos adecuados al sector de las actividades intelectuales, precisamente “porque el campo específico de la función del intelectual es el campo de la lucha ideológica” (Barral, 1968:4). El intelectual produce elementos que se integran como cimientos en el campo subjetivo de la sociedad: valores, ideas, comportamientos, costumbres, ciencia. Pero no hay que olvidar que este campo ideológico es también un campo de lucha de clases, campo indispensable en el logro del triunfo revolucionario. En esta lucha siempre existirán individuos que intentarán frenar las nuevas transformaciones, por diferentes razones, y habrá que encontrar las formas de lucha idóneas en cada momento para neutralizar cualquier posición individualista y reaccionaria.
La cuestión aquí sería encontrar el límite y el equilibrio entre el interés del artista y el interés del proyecto revolucionario, la fórmula a través de la cual el interés individual se refrenda en el proyecto colectivo y viceversa. Está claro que las fórmulas tienen que ser inventadas y reinventadas constantemente, que no pueden alejarse de las circunstancias y las necesidades de cada contexto histórico. Pero ¿cómo encontrar este equilibrio, esta confluencia de heterogeneidades, en un contexto en que aún los caminos no estaban del todo delineados y donde decenas de senderos se bifurcaban en el trayecto? ¿Cómo asumir una postura coherente con el interés del individuo/artista y el interés del individuo/revolucionario?
No debe desestimarse, en este entramado de conflictos del mundo ideológico vinculado al sector intelectual y artístico, la forma en que desde el año 1959 se trabajó con el sector de la cultura, no siempre dirigido por intelectuales o artistas propiamente. El Gobierno revolucionario compulsó a la dirección de las instituciones culturales a muchos revolucionarios, aún y cuando no eran propiamente del sector. Así lo reconoce Alfredo Guevara cuando dice que más que intelectuales eran animadores culturales y no protagonistas de la creación, eran más políticos que intelectuales. “Al triunfo de la Revolución éramos guerrilleros, simplemente.” (Estupiñán, 2009:14).
Pero la Revolución, con un proyecto que había conmovido y trastocado tan profundamente las ideas y los sentimientos de todos los cubanos, ahora exigía elaboraciones intelectuales más revolucionarias, porque ya no dependía de lo que en el fondo es decisivo en el capitalismo: la reproducción de tipo capitalista de las relaciones, sino de una intencionalidad creadora de relaciones, de una visión cultural que sostuviera las relaciones sociales y las transformara cualitativamente diferentes al sistema anterior. De manera que la necesidad y el carácter del proceso exigía un pensamiento reflexivo y una radicalización hacia cambios que se acercaran a los ideales más subversivos de la historia de Cuba, vinculados a la búsqueda de una sociedad más justa, más digna, antimperialista y humana. La política se imponía inevitablemente en el entorno, y exigía de definiciones en al campo de la cultura.
Si tenemos en cuenta los logros alcanzados en el campo de la cultura nacional en Cuba, la relación entre política y cultura podría parecer una mezcla sencilla, sin embargo no lo es. Como afirmara el escritor, poeta, dramaturgo y ensayista cubano Antón Arrufat al recibir el Premio Nacional de Literatura 2000, en cualquier momento de la historia “la relación inevitable del artista con el Estado o el Poder no ha sido fácil ni placentera (…)” (Arrufat, 2001: 3).
Las pautas de la política cultural de la Revolución en defensa de ese ideal social que ya desbordaba los límites de la sociedad cubana para extenderse a toda América Latina y el Tercer Mundo quedaron recogidas en “Palabras a los intelectuales”. En un ambiente de muchas tensiones y controversias, se reunieron con Fidel Castro en la Biblioteca Nacional las figuras más representativas de la intelectualidad cubana, artistas y escritores discutieron sus puntos de vista sobre distintos aspectos de la vida cultural y sus posibilidades de creación.[1]
En este contexto, la inconsistencia política del intelectual ante un cambio radical de la sociedad, interpretada como ambivalencia y miedo por muchas de las figuras de la dirigencia revolucionaria, fue vista por algunos como algo inevitable en este sector, por lo que se ha dado en llamar el “pecado original de los intelectuales”. Fidel fue en este sentido muy cuidadoso, para no herir más aún las susceptibilidades “el campo de la duda queda para los escritores y artistas que sin ser contrarrevolucionarios no se sienten tampoco revolucionarios” (Castro, 1960:8). Consideró que no se debía renunciar al convencimiento de todos aquellos que albergaran alguna duda, que estuviesen confundidos o no comprendieran bien el alcance del proceso.
La visión de que dentro de la Revolución estarían todos aquellos intelectuales que estaban de acuerdo con sus posiciones económicas y sociales a pesar de no coincidir exactamente con sus posiciones filosóficas e ideológicas fue un momento de distensión que tranquilizó a muchos intelectuales preocupados por el curso radical de la Revolución. Fidel consideró a este sector de la intelectualidad cubana un reto para el proceso, en tanto debía prestársele una mayor atención, que permitiera un mayor acercamiento, pero en el sentido de ganarlos, no para discriminarlos. Y en eso estaría la grandeza de la obra revolucionaria, que solo renunciaría a quienes fueran activamente contrarios a la Revolución.
Así pues, habría que conformar una política para esa parte de los intelectuales y escritores que no coincidían con todas las proyecciones de la Revolución, o no entendían algunas de sus medidas, pero que nunca se enfrentarían a ella para destruirla o hacerle un daño irreversible. Esos intelectuales debían encontrar su lugar, un campo donde trabajar y crear, donde su espíritu creador tuviera oportunidad y libertad para expresarse. Pero siempre dentro de la Revolución, porque la Revolución también tenía el derecho de defenderse, de ser y de existir, “por cuanto la Revolución significa los intereses de la Nación entera, – define Fidel- nadie puede alegar con razón un derecho contra ella” (Castro, 1960:8). Que no se convirtiera este mensaje en frase manida o discurso vacío, he ahí el gran reto, no siempre bien encauzado y respondido por quienes han tenido en sus manos los resortes de la política cultural en Cuba.
El dilema entre la política y la creación artística.
No hubo tema más debatido en estos años de diseño de la política cultural que no fuera el relacionado con la libertad de creación artística. El tema ya había surgido en las conversaciones de Fidel con Sartre y que Lisandro Otero recogió en el libro Conversaciones en la Laguna. El propio Fidel declaró que también esta cuestión le había sido planteada por el escritor norteamericano Wright Mills, de forma que ya había tenido la oportunidad de ir esclareciendo la posición del gobierno revolucionario.
Muchas de las más interesantes interrogantes se dieron precisamente vinculadas a la dicotomía que surge luego de estas reuniones de la Biblioteca Nacional a partir del problema de la creación artística en la revolución: ¿Cómo mantener el espíritu de la creación artística en los cauces que marcaban las palabras de Fidel? ¿Cómo ser consecuentes con la línea: “Dentro de la Revolución todo; contra la Revolución ningún derecho”, sin dejar de ser creativos y originales? ¿Quién trazaba la línea divisoria entre el “dentro” y el “contra”? ¿Cómo impedir que en nombre de la “defensa” de la Revolución se escondieran posiciones oportunistas y se cometieran excesos de todo tipo? ¿Cómo neutralizar a la mediocridad que lleva al dogmatismo por no poder interpretar y actuar en la dialéctica que tiene que imprimirse al proyecto socialista? ¿Cómo observar la necesaria e inevitable correlación política/cultura sin que la cultura se convierta en lo que señalaba Fernando Martínez: en “frente” que se atiende “políticamente”? (Martínez, 2009:33)
No era nueva la idea de que dentro de una revolución de carácter socialista habría de llevarse a efecto un cambio en la conciencia de los hombres que construirían la nueva sociedad, y ese cambio tenía mucho que ver con el surgimiento de una nueva cultura y la eliminación paulatina de los rasgos propios de la ideología burguesa. Fidel enfatiza entonces en la necesidad de que se produjera una revolución cultural dentro del proceso de revolución económica y social que vivía la sociedad cubana.
Ya en los momentos en que se desarrollan las reuniones de la Biblioteca Nacional se habían producido mejoras en las condiciones de vida y trabajo de muchos artistas, había comenzado la construcción de Casas de Cultura, el impulso a las instituciones culturales, había comenzado la inmensa obra educacional. Se mostraban garantías, y muchas de ellas se aseguraban como proyección futura, por eso se insiste en que era imposible que la Revolución fuera a liquidar las condiciones que ya había traído consigo.
Las instituciones culturales habían pasado una etapa difícil, entre la usual carencia de recursos y abandono y la cooptación de funcionarios y voceros. A pesar de que Cuba poseía una riquísima historia de la literatura y las artes, ellas eran sobre todo asunto individual y de pequeños grupos, que sobrevivían con duros esfuerzos, compartían esas tareas con el periodismo y con trabajos muy ajenos para ganarse la vida, o conseguían papeles y encargos en radio, y televisión.
Ambrosio Fornet reconoce que los artistas cubanos se habían formado en una fecunda contradicción, con la clara conciencia de que su tradición era la vanguardia. “De ahí que, -dice- mientras los economistas hablaban de la necesidad de salir definitivamente del subdesarrollo, nosotros habláramos de instalarnos definitivamente en la modernidad. Rechazábamos el latifundio, el racismo y el realismo socialista, -para poner tres ejemplos muy disímiles entre si- por la misma razón: todos eran signos de atraso. La Revolución se nos aparecía como el medio más rápido y seguro de lograr nuestro objetivo no solo en el campo de la cultura, sino en todos los aspectos de la vida social” (Fornet, 2009a:6).
Por otra parte, Fornet también enfatiza en que las transformaciones radicales de la vida social, y con ellas la aparición de un público masivo, eran factores que no podían dejar de influir en la obra de los “productores” culturales. Ahora los intelectuales y artistas podrían crear con total autonomía, gracias al apoyo de instituciones autónomas y a la subvención estatal, que los libraba de las “servidumbres del mercado”. Abordar con tanta nitidez las ventajas que para los propios artistas traía el proceso revolucionario, aclaró a muchos que, incluso siendo beneficiados en el orden de la seguridad social y las condiciones idóneas para la creación, se dejaban llevar por la confusión ideológica del momento y los prejuicios hacia un orden que a todas luces imponía mayor radicalización.
Es cierto que en los predios de algunas instituciones culturales, incluso creadas por la Revolución, como fueron por el ICAIC y el magazine Lunes de Revolución, ya se habían producido fuertes encontronazos, (tal es el caso de la intensa discusión surgida a partir de la negativa del ICAIC de exhibir el documental PM), pero también es verdad que hoy se conocen más a fondo las razones, que llevan a desestimar una sobrevaloración de esta cuestión para la etapa. Un criterio de Garrandés subraya esta idea: “las polémicas son buenos termómetros para medir la temperatura intelectual de una época pero no son su verdad” (Garrandés, 2008:286).
Tampoco se pueden obviar los cuestionamientos temerosos de intelectuales como Virgilio Piñera, sobre los límites que se estaban imponiendo a la creación intelectual en la Revolución. Otras figuras prestigiosas, como fue el caso de Guillermo Cabrera Infante, llegaron a prever la posible existencia de un “estalinismo cubano” (Otero, 1984:108).
Fuera del contexto histórico en que se desarrollaban estas discusiones resultaría imposible comprender los límites que comenzaban a imponerse en la esfera del arte y la literatura. Pero si tenemos en cuenta el condicionamiento político de las mismas, remarcadas por las palabras de Fidel, visualizaríamos la razón fundamental que llevó a posiciones concebidas por algunos como “de censura cultural”: la preocupación esencial en esos momentos era la Revolución misma, amenazada de muerte por sus enemigos externos e internos. Esta visión política del momento se impuso y colocó frente a los intelectuales cubanos el dilema desprovisto de toda máscara.
Fidel conduce a la siguiente reflexión: “¿Cuál debe ser hoy la primera preocupación de todo ciudadano? ¿La preocupación de que la Revolución vaya a desbordar sus medidas, de que la Revolución vaya a asfixiar el arte, de que la revolución vaya a asfixiar el genio creador de nuestros ciudadanos, o la preocupación de todos no ha de ser la Revolución misma? Porque lo primero es eso: lo primero es la Revolución misma y después, entonces, preocuparnos por las demás cuestiones. Esto no quiere decir que las demás cuestiones no deban preocuparnos, pero que en el ánimo nuestro, tal y como es al menos el nuestro, nuestra preocupación fundamental ha de ser hoy la Revolución” (Castro, 1960:7).
Esta posición permeó las posturas de las más importantes instituciones culturales surgidas al calor del proceso revolucionario, incluso alrededor de otros muchos elementos en discusión, como fueron el derecho de definir qué significaba la Revolución y a quién correspondía la libertad de opinar sobre ella o juzgarla. Pero sobre todo esta línea del pensamiento de Fidel en “Palabras a los intelectuales” mostró una necesidad latente, característica del proceso de defensa de la Revolución: la unidad de todas las fuerzas para consolidarla. Y es que, tal y como sugiere Julio César Guanche, en el fondo de toda esta batalla lo que está en cuestión es el rumbo de la Revolución y la calidad del socialismo que habría de construirse en Cuba.
Años más tarde, Alfredo Guevara reflexiona sobre todo este proceso y considera que no fue la simple prohibición de un filme lo que significó la prohibición de PM, sino la implantación una política de principios de defensa de la Revolución en unos días en que ya se esperaba un ataque armado y por todas partes se emplazaban ametralladoras y anti aéreas. “Prohibir es prohibir; y prohibimos (…) Lo que no estábamos dispuestos, y era un derecho, era a ser cómplices de su exhibición en medio de la movilización revolucionaria” (Guevara, 1998:89). Sin embargo, Alfredo reconoció que quizás en años posteriores hubiera permitido que el film siguiera su curso, porque aunque las condiciones nunca han sido del todo favorables para el proceso revolucionario cubano, el enfrentamiento sería de otro tipo.
Por otra parte, si de reconocer el papel jugado por la política en todo este dilema de los intelectuales se trata, hay que observar la forma en que ésta pugnaba todo el tiempo por salir disfrazada de “criterios estéticos”. Cuando profundizamos en las disímiles polémicas artísticas que desde los primeros años comenzaron a suscitarse, nos percatamos que no eran más que la legitimación cultural de posiciones políticas, inscribiéndose en un debate que no era solo estético, ni académico, ni literario ni cinematográfico. Era un debate profundamente político, donde los intereses de clases acechaban, donde el ideal pequeño burgués se asomaba temeroso.
Pero todas las posiciones, tanto las más ortodoxas como las más contestatarias y herejes, discutían abiertamente, y le imprimían un carácter auténticamente atractivo a estos años. Problemáticas de carácter estético, novedosas o universales, en las condiciones nuevas del socialismo en Cuba, provocaron acaloradas discusiones teóricas y no menos “ataques” teóricos individuales, confrontaciones que vieron la luz en las publicaciones periódicas que propició el movimiento del pensamiento estético desde diversas formaciones ideo estéticas (Pogolotti, 2006:vii).
Estas polémicas continuaron desarrollándose entre Mirta Aguirre y Jorge Fraga (sobre la literatura y el arte, en la que también interviene el poeta Rafael Alcides con sus tesis sobre la literatura y el arte revolucionarios); entre Jesús Díaz, Ana María Simo de ediciones “El Puente” y el poeta Jesús Orta Ruiz, (Indio Naborí). Fueron todas ellas polémicas que provocan el estímulo a continuar los exámenes acerca de los principales temas estéticos a debate con el propósito de establecer su continuidad en el proceso de creación revolucionaria.
Pero nada es sencillo en este análisis, porque en un contexto tan complejo, estaban los intelectuales y artistas, con todos sus miedos, asustados con esa revolución que desbordaba sus intereses y sus propias necesidades. Tal y como corresponde a las relaciones sociales, ningún análisis puede ser “en blanco y negro”, de manera tal que el veredicto que solía darse: -«ese no está claro, tiene problemas ideológicos», comenzó a difundirse de una manera peligrosamente subjetiva, cuando en muchos casos lo que ocurría era que personas con suficiente autoestima y responsabilidad social e ideológica como para negarse a aceptar medidas que luego fueron reconocidas como desafortunadas, expresaban su inconformidad o señalaban desaciertos políticos.
No siempre se tuvieron en cuenta los proyectos personales de los diferentes actores sociales de la etapa estudiada, protagonistas de la oleada revolucionaria, y en el deseo de satisfacer las demandas y sueños colectivos se subestimó al individuo y a su universo de intereses. La reducción del yo en el «nosotros» constituyó un problema muy evidente en aquellos años, porque no se supo encontrar la justa medida entre los intereses sociales y los individuales. Ese ha sido un problema muy generalizado en las sociedades del llamado “socialismo real”: el individuo, con sus intereses y sus necesidades se pierde en el entramado social, provocando exclusiones y rechazos injustificados.
Entre 1959 y 1961 la Revolución victoriosa solo daba sus primeros pasos y ya se observaban asombrosos resultados, pero no todos los que se esperaban, dadas las expectativas existentes en un pueblo que era dueño de una hermosa tradición de lucha y resistencia. Hay que insistir en el hecho de que no siempre los que tuvieron la misión de dirigir los espacios abandonados por los antiguos dueños o los nuevos espacios creados por la Revolución en el poder tenían la preparación y la formación adecuadas. Las buenas intenciones de defender el proceso revolucionario se empañaban con frecuencia por el dogmatismo, el totalitarismo y la mediocridad de los propios actores sociales. Proliferaron posiciones extremistas entre aquellos que no llegaban a entender dialécticamente la construcción de un sistema tan complejo como el socialismo, que puede producir rápidamente profundos cambios económicos, sociales y políticos, pero que no siempre llevan aparejados, con esa misma rapidez, los cambios de la conciencia social de las grandes masas.
Por otra parte, hay que considerar que las políticas realmente en curso fueron transformando los roles de los sujetos sociales y que en esos nuevos roles iba implicada una ruptura con la ideología dominante y una inclinación espontánea hacia una ideología más radical, más revolucionaria, más socializante. Es por esto que, al decir de Juan Valdés Paz, “el proceso de transformación acelerada de la sociedad preparó más que el discurso,…porque el discurso ideológico estaba bastante centrado en la política en ese momento y era bastante incluyente, mientras que los procesos reales eran bastante diferenciadores y excluyentes” (González, 2012b:76)
Todo lo que no fuera “claramente revolucionario” era excluido, y la claridad revolucionaria, desde el punto de vista político, ideológico y moral, era interpretada de una manera muy conflictual. Se abogaba por la unidad revolucionaria y contra el sectarismo, pero más tarde cualquier postura intermedia llegó a ser considerada una debilidad, porque se corría el riesgo de estar con el enemigo o de estar con el “políticamente incorrecto”.
En un proceso donde confluyen tantos rebeldes e inconformes, son inevitables las contradicciones. Es saludable tratar que estas diferencias puedan expresarse, ventilarse, en un ambiente de debate, y que la unidad que resulta indispensable para la defensa de los objetivos del proceso se construya sobre el consenso generado a partir de la discusión abierta entre distintas posiciones revolucionarias. Pero comenzó a proliferar, con el pretexto de no dar espacio al enemigo, una unidad construida verticalmente, sobre la base de la obediencia y la disciplina sin cuestionamientos ante directivas de organismos superiores. Ese espíritu fue caldo de cultivo para muchos de los errores cometidos en la implementación de la política cultural, entre los que se destaca, a la luz del debate que nos ocupa, el desprecio y el miedo por la diversidad, situación que aún se confronta increíblemente, en algunos de los espacios nacionales. Hay quienes todavía no logran comprender que la inclusión de todos y todas en un proyecto social, aún y colmando de sentido político la lucha por la diversidad, no tiene por qué conducir a la fragmentación y al individualismo, sino todo lo contrario, debe llevar a una mayor unidad y al colorido rostro de un socialismo más humano, que desarticule todas las formas de discriminación y promueva la más intensa participación popular en todos los procesos sociales.
Por otra parte habría que considerar también el criterio acerca de las insuficiencias de las concepciones del mundo y de la vida que habían regido frente a las prácticas, urgencias y exigencias de la Revolución, que provocaron en ocasiones actitudes negativas y simulaciones, movidas por los valores y hábitos de la sociedad anterior, y en alguna medida también por el escaso desarrollo de la nueva sociedad. Que había que lograr justicia social, igualdad, educación y salud, seguridad social y solidaridad humana era cuestiones del consenso de todos, lo que no estaba claro y totalmente definido era cómo lograrlo…..y era lógico, porque generalmente, esas respuestas están en el camino, no en el fin. Todos hablaban del socialismo, pero había notables diferencias acerca de cómo concebirlo y cómo entender, sin extremismos, la transición hacia él.
Los numerosos sucesos que se desatan en los primeros años del triunfo del 59 comienzan a mostrar la necesidad imperiosa de que la Revolución abrazara a todos sus hijos en su proyecto social. Pero entonces aparece la otra gran dicotomía: ¿Cómo hacer coincidir a todos en la unidad que se propugnaba si los hijos eran de diversas ideologías, diversas religiones, diversas preferencias sexuales?
Con todos sus aciertos, errores e insuficiencias, los intelectuales cubanos entraron a la historia de los sesenta en Cuba con una impronta marcada por el período de los tres años fundadores. Reconocieron natural que entre los revolucionarios cubanos se presentaran diferencias y divergencias en cuanto a los caminos del socialismo y al marxismo, entre otras cosas porque existió un denominador común que guió las conciencias y las voluntades de los que mantuvieron las ideas y posiciones más disímiles: la defensa de la Revolución cubana, con su justicia socialista y su carácter de liberación nacional. Ese denominador común mantiene su impronta, aún y cuando más profundamente contradictorio se vuelva su entorno y su propio espíritu, aún y cuando no se supere del todo el “complejo del intelectual” y el desprecio de los algunos funcionarios hacia este sector. Aun así, al decir de Aurelio Alonso: “La intelectualidad cubana es una intelectualidad con porcientos de asimilación de su propio papel, de lo que le toca, de lo que puede jugar, de lo que vale la pena ser jugado más allá del vivir mejor. Yo creo que es importante lo que se ha logrado ante todo. (…) Yo creo que en nuestra intelectualidad hay quien rechaza esto de manera brutal y te dicen «quédate ahí con lo que tú tienes que yo me voy, yo me monto en el avión y me quedo en la próxima», pero la mayoría no tiene esa actitud, la mayoría te dice: «yo sigo aquí porque esta cosa es tan mía como tuya» y vamos a ver, porque en definitiva de aquí a cien años Portocarrero sigue siendo Portocarrero y el 90 por ciento de los ministros que han pasado por este país en un Ministerio nadie se acuerda de ellos, a lo mejor ni los nietos. Porque esa es la historia de la sociedad y sus intelectuales” (González, 2012a:15).
Bibliografía
Arrufat, Antón 2001 Un Examen de Medianoche (Matanzas, Ediciones Vigía)
Barral, Fernando “Actitud del intelectual revolucionario” en Revolución y Cultura. (La Habana) No.9, 30 de abril de 1968. p. 4
Estupiñán, Leandro 2009 “El peor enemigo de la Revolución es la ignorancia”. Entrevista a Alfredo Guevara. En: «http://www.revistacaliban.cu/entrevista.php?numero=5» acceso 2 de julio 2010
Castro, Fidel 1961 “Palabras a los intelectuales” (La Habana, Ediciones del Consejo Nacional de Cultura) p.21
Fornet, Ambrosio 2009ª. “La Década prodigiosa” en Narrar la Nación (La Habana, Editorial Letras Cubanas) p.358
Garrandés, Alberto 2008ª. El concierto de las fábulas (La Habana, Editorial Letras Cubanas)
González Aróstegui, Mely 2012a Entrevista a Aurelio Alonso Material inédito en Cuba: Cultura e ideología. Dilemas y controversias entre el 59 y el 61. ISBN 978-959-250-734-0, Santa Clara, Biblioteca de la Universidad Central de las Villas.
González Aróstegui, Mely 2012b. Entrevista realizada a Juan Valdés Paz en Cuba: Cultura e ideología. Dilemas y controversias entre el 59 y el 61. ISBN 978-959-250-734-0, Santa Clara, Biblioteca de la Universidad Central de las Villas.
Guevara, Alfredo 1998ª. Revolución es lucidez, (La Habana, Ediciones ICAIC)
Guanche, Julio César 2006 “El camino de las definiciones. Los intelectuales y la política en Cuba. 1959-1961” en Temas (La Habana) no. 45, mayo 2006, p.106
Martínez Heredia, Fernando 2009b “El mundo ideológico cubano de 1959 a marzo de 1960” en Andando en la historia. (La Habana, Ruth Casa editorial. Instituto cubano de investigación Cultural Juan Marinello). p.208
Sartre visita a Cuba. Ideología y Revolución. Una entrevista con los escritores cubanos. Huracán sobre el azúcar. 1960. Ediciones revolucionarias. La Habana.
Otero, Lisandro 1984 “Un lunes para Cabrera Infante” en Disidencias y coincidencias en Cuba, (La Habana, Editorial José Martí) p. 108.
Pogolotti, Graziella, 2008 “Los polémicos sesenta” en Polémicas culturales de los 60 (La Habana, Editorial Letras Cubanas) p.vii
[1] “Palabras a los intelectuales” fue entonces el documento que recogió, a modo de resumen, las ideas de Fidel sobre todas estas problemáticas, convirtiéndose en uno de los documentos básicos de la política cultural cubana.
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Provocaciones para una construcción simbólica
Por Fernando Luis Rojas López
Agradezco a la Asociación Hermanos Saíz (AHS) la invitación a este foro. El evento Memoria Nuestra se ha caracterizado por, desde las exposiciones de los propios asociados y jóvenes participantes, convertirse en un escenario de discusión colectiva e intercambio de saberes. Por ello, más que concurrir a este foro en calidad de «especialista» prefiero hacerlo en condición de «facilitador». Para mi alegría comparto este rol con la profesora, investigadora y compañera Mely González de la UCLV.
Dada la amplitud temática que refleja la convocatoria a este foro, me limito a esbozar algunos problemas que considero acompañan el tema y realizar comentarios puntuales.
Primero: ¿Política cultural o Políticas culturales?
Este problema se presenta al menos en dos dimensiones identificables. Una, relacionada con el espacio geo-político e institucional. La incidencia de «problemáticas» internacionales no se limita a sus efectos en materia de economía, comunicación, movimiento internacional de las personas, etc.; todo ello tiene un correlato con la «atención» a las políticas de los organismos internacionales. De hecho, se han incorporado códigos discursivos vinculados a organizaciones del sistema de Naciones Unidas y ello incluye las que se dedican a la cultura. Existe también la que pudiera considerarse centro en las referencias tradicionales a «política cultural de la Revolución», identificada con el ambiente nacional y, específicamente, estatal. Por último, puede encontrarse la propia generación, lectura e implementación que se realiza por organizaciones, instituciones, territorios, etc.
Por tanto, en mi criterio existe una clara diferencia entre lo que se denomina «principios de la política cultural de la Revolución» y «la política cultural» que, en su condición descentrada (internacional, nacional, territorial-organizativa) es diversa.
Otra dimensión tiene que ver con las continuidades y rupturas que se evidencian en este y otros terrenos en los más de sesenta años que han transcurrido desde 1959. Al discutido –cromática y temporalmente– Quinquenio gris acuñado por Ambrosio Fornet, agrego tres ejemplos para ilustrar la complejidad del proceso.
En su libro póstumo Decirlo todo. Políticas culturales (en la Revolución cubana) publicado por la editorial Ojalá en 2017, Guillermo Rodríguez Rivera identifica el par contradictorio política cultural inclusiva y política cultural excluyente, siendo característica esta última del periodo que media entre 1971 y 1976.
Juan Valdés Paz en La evolución del poder en la Revolución cubana –que analiza desde 1959 hasta la actualidad– señala para el periodo 1975 a 1991: «A partir de 1976 la política cultural quedó escindida en una política más abierta para las actividades artístico-literarias y una política regresiva y dogmática para las ciencias sociales y humanísticas, las cuales eran subordinadas a la instauración de una cierta ideología de Partido y de Estado».
Y en 2014 apuntaba Fernando Martínez Heredia en Ciencias sociales cubanas: ¿el reino de todavía?:
No repetiré aquí lo que he escrito y dicho acerca del subdesarrollo inducido que sufrieron el pensamiento y las ciencias sociales cubanas a inicios de los años setenta, ni acerca de los rasgos de aquella desgracia (…) en los análisis que hagamos hoy es imprescindible tener en cuenta que se volvieron crónicos, y que en cierta medida se mantienen todavía (…) A menudo los cambios impulsados se han reducido a puestas al día que no brindan mucho más que buena imagen, pero suelen reforzar el colonialismo mental, y también a permisividades conquistadas. Pero hoy tenemos avances muy grandes. Contamos con mayor cantidad que nunca de especialistas calificados, cientos de monografías muy valiosas, centros de investigación y docentes muy experimentados, y un gran número de profesionales con voluntad de actuar como científicos sociales conscientes y enfrentar los desafíos tremendos que están ante nosotros.
Sirvan estos tres ejemplos para mostrar que las dinámicas de continuidad y ruptura, y las lecturas que se hacen sobre ellas, pueden ser bastante heterogéneas. ¿Hablamos entonces de «política cultural» o de «políticas culturales»? ¿Las «desviaciones» de «la política» son o no expresión de políticas nuevas?
Como me he detenido más de lo necesario en este primer problema, me limito a esbozar algunos otros en términos de interrogantes.
Segundo: ¿Cómo asumimos, al hablar de Políticas culturales, los correlatos entre eso que se ha llamado «el contexto» y los «estudios particulares»? ¿Puede hacerse desde perspectivas binarias?
Tercero: ¿Cómo enfrentamos las porosidades y sintonías que tienen las luchas por la hegemonía en los terrenos político, cultural y artístico-literario?
Cuarto: ¿De qué manera valoramos las dinámicas propias y destiempos que se presentan en las pugnas o polémicas en estos terrenos?
Quinto: ¿Cómo particularizamos las gradaciones y diferencias entre procesos que pueden denotar luchas por el poder (en cualquier ámbito), construcción de identidades diferenciadas, pluralidad en la búsqueda del consenso o ejercicio académico de contrastación de resultados?
Sexto: ¿Qué lugar ocupan las ciencias y la educación cuándo de «políticas culturales» se habla?
Séptimo: ¿Cómo se enfocan las dinámicas entre la creación en el llamado «exilio», la migración, la producción internacional y desde el espacio geográfico cubano?
Octavo: ¿Qué expresa el hecho de que, en varios acercamientos a publicaciones que desaparecieron durante estas seis décadas se toma como punto de partida el cierre –que no deja de constituir un asunto central– y se estructura metodológicamente la narrativa sobre la publicación acomodándola solo a su desenlace?
Termino esta provocación, que ojalá llegue a tal, con un comentario.
Hace casi un año, durante el Congreso de la UNEAC, el actual presidente cubano Miguel Díaz-Canel manifestó:
(…) siempre me ha preocupado que de aquellas palabras [Palabras a los intelectuales] se extraigan un par de frases y se enarbolen como consigna. Nuestro deber es leerlo conscientes de que, siendo un documento para todos los tiempos, por los principios que establece para la política cultural, también exige una interpretación contextualizada (…) sería contradictorio con la originalidad y fuerza de ese texto, pretender que norme de forma única e inamovible la política cultural de la Revolución. Eso sería cortarle las alas a su vuelo fundador y a su espíritu de convocatoria».
No constituye un dato menor, si asumimos que la intervención de 1961 ha tenido un lugar central en los acercamientos a la historia intelectual cubana del último medio siglo, y un carácter regulador –al menos discursivamente– en buena parte de la política y práctica gubernamental hacia los artistas y escritores.
Otorgó la AHS premios Maestros de Juventudes
Con la presencia del Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, la Asociación Hermanos Saíz (AHS) entregó los premios Maestros de Juventudes a siete intelectuales y artistas que han contribuido a la formación de diversas generaciones.
Palabras a los intelectuales, Díaz-Canel y el Congreso de la Uneac, 58 años después
El Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, concluido este 30 de junio, volvió a demostrar el compromiso, conciencia crítica y profundidad reflexiva de la vanguardia intelectual cubana.
Nos atrevemos a resaltar que también confirmó la altura de Miguel Díaz-Canel Bermúdez, actual presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, como hombre de pensamiento y arte, como político con una claridad meridiana y sensibilidad de luz hacia la creación.
Al escucharlo era inevitable recordar Palabras a los intelectuales, consideraciones del líder revolucionario Fidel Castro, que sirvieron de conclusiones a tres intensas jornadas de intercambios con escritores, artistas y otros integrantes de la intelectualidad del país en la Biblioteca Nacional, en La Habana, exactamente 58 años antes.
Este domingo de 2019, en la sala tres del Palacio de Convenciones de La Habana, se escucharon varios aplausos, frases de apoyo y una expresión muy particular: “¡Segunda parte!”, “¡Segunda parte!”…
Varios de los escritores y artistas presentes lo comentaron luego en los pasillos: esta fue la continuidad de aquella intervención de Fidel, plataforma de la política cultural del país. Verdaderamente Díaz-Canel denunció y analizó con mucho valor, precisión y exactitud los problemas y retos fundamentales relacionados con la cultura en la actualidad, pero sobre todo destacó la necesidad del trabajo y la construcción en conjunto para enfrentar los nuevos desafíos.
La lectura de ambos documentos, el de 1961 y el de 2019, revela puntos de contacto en el enfoque de las ideas, concepción socialista e interés en impulsar el desarrollo cultural de la nación, a favor de los autores y el pueblo, situando al ser humano en el centro de los sueños.
Y el análisis más reciente es efectivamente continuidad, porque incluye valoraciones sobre el funcionamiento del sistema de instituciones, confeccionado, precisamente, luego de aquel discurso de Fidel, y porque en esencia mantiene los mismos objetivos, pero en contextos diferentes.
Algunos de los intelectuales presentes hace 58 años también se encontraban en la ocasión más reciente, incluido Miguel Barnet, quien entregó la presidencia de la Uneac al joven Luis Morlote, quien se desempeñaba como Primer Vicepresidente de esa organización.
APUNTES PARA RECORDAR

A los más jóvenes nos han llegado algunas escenas aisladas de aquel encuentro de Fidel y los creadores, gracias a narraciones orales y textos de algunos de los participantes, pero indiscutiblemente lo mejor es sumergirnos en el documento, en todas sus ideas, sin repeticiones ni aprehensiones simples de oraciones.
El 16, 23 y 30 de aquel junio de 1961 referentes de la cultura cubana, como Nicolás Guillén, Alfredo Guevara, Lisandro Otero, Roberto Fernández Retamar, Lezama Lima, Alejo Carpentier, Virgilio Piñera, Graziella Pogolotti y el mencionado Barnet, quien apenas tenía 21 años de edad, dialogaron con el hombre vestido de uniforme verdeolivo, el barbudo llegado de la Sierra Maestra, el mismo que guió a los rebeldes hacia el triunfo sobre un ejército muy superior, pero que también era un ser humano de pensamiento elevado y sensibilidad artístico-literaria.
Estuvieron presentes, además, otros como Osvaldo Dorticós, Raúl Roa, Carlos Rafael Rodríguez y Armando Hart.
En su artículo Cuando se abrieron las ventanas de la imaginación, Otero expresa que Dorticós pronunció las palabras introductorias al debate, cuando manifestó que la cultura, con todos sus cauces y matices, debía servir al pueblo, una idea reiterada después por Fidel, y ahora por Díaz-Canel.
Todo sucedía en situaciones muy complejas. Ya había ocurrido la invasión de mercenarios por Playa Girón, bandas armadas operaban en montañas del país asesinando campesinos y maestros de la campaña de alfabetización, reinaba una hostilidad muy clara de Estados Unidos hacia Cuba y también inconformidades internas de quienes en el pasado poseían la mayor cantidad de los recursos, abusaban del pueblo y no compartían la declaración del carácter socialista de la Revolución…
La razón aparente del encuentro fue la prohibición del documental PM (Pasado Meridiano) por la dirección del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos, pero verdaderamente la disyuntiva solo reafirmó la necesidad de un intercambio de opiniones y visiones acerca de la creación y la función de la cultura en el nuevo panorama.
Si vemos hoy aquel audiovisual, de Sabá Cabrera, hermano del escritor Guillermo Cabrera Infante, con duración de apenas 14 minutos, que reflejaba la vida nocturna de bares habaneros, nos parecería casi increíble su efecto en aquel momento.
El propio Otero aseguró: “Si este documental se hubiese rodado en otro instante de la historia habría sido olvidado a la semana siguiente, pero nació en una hora de enfrentamiento de camarillas. La película pasó por televisión, pero fue vista con objeciones en el Instituto del Cine. La acusaban de escamotear la presencia de milicianos, de obreros, de maestros alfabetizadores en la imagen que se ofrecía del pueblo; quienes aparecían en las diversiones nocturnas eran marginales, lumpen. Mostrar una parte de la verdad, decían, era una forma de mentir sobre la realidad cubana”.
LAS LIBERTADES Y LA INCLUSIÓN, ELEMENTOS ESENCIALES DE LA REVOLUCIÓN

De Palabras a los intelectuales, muchos suelen mencionar solamente la frase “Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada”.
¿Qué significa esa expresión? ¿Acaso es recomendable mencionarla de manera individual? ¿Cuánto más dijo Fidel en aquella ocasión?
Recordamos el párrafo anterior y el que la contiene:
“La Revolución tiene que comprender esa realidad, y por lo tanto debe actuar de manera que todo ese sector de los artistas y de los intelectuales que no sean genuinamente revolucionarios, encuentren que dentro de la Revolución tienen un campo para trabajar y para crear; y que su espíritu creador, aun cuando no sean escritores o artistas revolucionarios, tiene oportunidad y tiene libertad para expresarse. Es decir, dentro de la Revolución.
“Esto significa que dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada. Contra la Revolución nada, porque la Revolución tiene también sus derechos; y el primer derecho de la Revolución es el derecho a existir. Y frente al derecho de la Revolución de ser y de existir, nadie —por cuanto la Revolución comprende los intereses del pueblo, por cuanto la Revolución significa los intereses de la nación entera—, nadie puede alegar con razón un derecho contra ella. Creo que esto es bien claro”.
El líder aclaró que, incluso, quienes no fueran genuinamente revolucionarios podían trabajar, crear y expresarse dentro de la Revolución, pero a la vez ningún interés personal podía ser superior al de toda una nación y un proyecto que ya había fundado importantes instituciones para el desarrollo cultural.
Más adelante reforzó la idea de la inclusión:
“La Revolución no puede renunciar a que todos los hombres y mujeres honestos, sean o no escritores o artistas, marchen junto a ella; la Revolución debe aspirar a que todo el que tenga dudas se convierta en revolucionario. (…) La Revolución solo debe renunciar a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios, que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios”.
Precisamos que varias de esas ideas recibieron el aplauso de los asistentes, un mensaje de apoyo y confianza, construido en las diferentes partes del diálogo, como también sucedió en la ocasión más reciente.
Fidel enfatizó en la libertad no solo artística, sino general:
“Permítanme decirles en primer lugar que la Revolución defiende la libertad, que la Revolución ha traído al país una suma muy grande de libertades, que la Revolución no puede ser por esencia enemiga de las libertades; que si la preocupación de alguno es que la Revolución vaya a asfixiar su espíritu creador, que esa preocupación es innecesaria, que esa preocupación no tiene razón de ser”.
“La Revolución no puede pretender asfixiar el arte o la cultura cuando una de las metas y uno de los propósitos fundamentales de la Revolución es desarrollar el arte y la cultura, precisamente para que el arte y la cultura lleguen a ser un patrimonio real del pueblo”.
Resaltamos la profunda sinceridad de quien en medio de muchas dificultades reafirmaba la importancia que le concedía a lo artístico y espiritual, por eso el afán de limar asperezas.
El propio Fidel manifestó:
“Es cierto que aquí se está discutiendo un problema que no es un problema sencillo. Es cierto que todos nosotros tenemos el deber de analizarlo cuidadosamente. Esto es una obligación tanto de ustedes como de nosotros. No es un problema sencillo, puesto que es un problema que se ha planteado muchas veces y se ha planteado en todas las revoluciones”.
Reconoció que los dirigentes de la Revolución no tenían la madurez intelectual. Y agregó: “En realidad, ¿qué sabemos nosotros? En realidad, nosotros todos estamos aprendiendo. En realidad, nosotros todos tenemos mucho que aprender”.
Habló también de sueños que se concretaron luego, como la creación de academias y la formación de instructores de teatro, música y danza que enseñaran en ciudades y zonas rurales, en escuelas y cooperativas.
Y añadió: “Mas la Revolución no pide sacrificios de genios creadores. Al contrario, la Revolución dice: pongan ese espíritu creador al servicio de esta obra…”
UN CONGRESO PARA PENSAR A CUBA DESDE LA CULTURA

Cómo quedó claro en este IX Congreso de la Uneac, Palabras a los intelectuales es, indiscutiblemente, un texto con vida, pero la Cuba de hoy necesita escribir su política cultural, en un entorno muy diferente con influencias del mundo digital, a veces convertido en selva, y nuevos actores sociales, algunos de los cuales privilegian la comercialización por encima de cualquier elemento de calidad artística o cuando la batalla en lo simbólico adquiere dimensiones muy superiores a las de hace casi seis décadas.
Cuando uno lee o escucha los planteamientos realizados a lo largo del amplio proceso de reflexiones y debates en todas las provincias como parte de este cónclave, percibe la profundidad de los análisis y el propósito de aportar a la sociedad y al país, mucho más allá de una organización, algo que deberá distinguir siempre a las vanguardias artísticas e intelectuales de cualquier generación.
El discurso de clausura, pronunciado por Díaz-Canel, debe ser guía permanente para los dirigentes de todos los sectores y para los trabajadores de las instituciones culturales, para creadores y cualquier ciudadano relacionado con la vida artística, literaria e intelectual de la nación.
Los aplausos fueron más numerosos por la capacidad de Díaz-Canel para hablar de las diferentes problemáticas, con mezcla de belleza formal y verbo directo, adjetivos exactos y análisis profundos.
Refirió la pertinencia de una labor conjunta para perfeccionar el proyecto cultural de país de manera que irradie más en todas las direcciones; mencionó anhelos generales y aspectos específicos sobre los artistas y también las funciones y el compromiso de las empresas y las instituciones con ellos.
Alertó que debemos estar “atentos a los que ponen por delante el mercado y no la cultura, el egoísmo sin compromiso social…”. Y aseguró que “los límites comienzan donde se irrespetan los símbolos y los valores sagrados de la Patria”.
“Construir y defender un proyecto socialista como el cubano significa defender el humanismo revolucionario. Como en los tiempos de Palabras a los intelectuales, la Revolución defiende el derecho a su existencia, que es la existencia de sus creadores y de su pueblo”, dijo el mandatario, quien criticó con fuerza el incumplimiento de algunas empresas de la cultura en su función social.
En momentos en que la administración de Estados Unidos destina más fondos a la subversión, “no vamos a limitar la creación, pero la Revolución que ha resistido 60 años no va a dejar sus espacios institucionales a quienes sirven a sus enemigos”, dijo.
Lo mejor sería que este Congreso no termine nunca y su espíritu renovador se mantenga siempre como elemento indispensable para superar disímiles retos.
Quienes deseen tener una visión integradora de la cultura cubana en Revolución, sus desafíos y proyecciones, necesariamente deben analizar los dos discursos, hijos de contextos diferentes dentro de un proyecto social eminentemente humanista, inclusivo, artístico y revolucionario.