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Vampiros en La Habana

Drácula

Esa noche en el Aereopuerto Internacional José Martí había más movimiento que nunca. Reporteros, retratistas, embajadores y personal de la oficina de asuntos internacionales caminaban inquietos, en espera del vuelo de la cadena Aereocaribean. Aunque en la embajada de Transilvania trataron de ser lo más discretos posible, la noticia saltó los muros del edificio y corrió por cada de una de las calles de la ciudad. El Conde Vlad Drácula visitaría la Habana, repetían en la televisión, la radio y la página central de los periódicos. Las transmisiones habituales se detuvieron para hacer un programa especial relatando su vida. Primero había sido un despiadado príncipe rumano, famoso por la forma en la que castigaba a sus enemigos y traidores y después (nadie sabía cómo) se había convertido en Vlad Drácula: el vampiro más viejo de todos, el primero, el dueño de Transilvania, el ejemplo para el resto del mundo. Era la noticia del año. El Ministerio de Trabajo declaró el día de su anunciada visita como no laborable, para que todos los vampiros de la Habana salieran a recibirlo en un gran desfile. Se pegaron sus retratos en todos los postes de la ciudad, los comerciantes hicieron pullovers con su imagen, se pusieron de moda las sandalias rumanas, se hicieron llaveros artesanales con las iniciales VD y, en las escuelas de idioma, se incorporó el rumano en el plan de estudio. La Habana estaba de fiesta.

 

Conde Pátula

El Conde Pátula descubrió que estaba en la Habana porque sintió un olor a cebollas tan fuerte como nunca antes. Tan fuerte que le recordó al bueno de su mayordomo Igor.

—Mi tataratataratatarabuelo siempre me lo decía, allí las fragancias son únicas. Sólo por eso a uno le dan deseos de comer. Así que sin dudas debe ir a hacer ese viaje, amo. Además, ¿quién sabe si cuando regrese se le quita de la cabeza esa idea loca de comer sólo vegetales?

Igor era su ayudante, su padre postizo, su mano derecha, pero de un tiempo para acá le había dado por cuestionarse la idea de que al Conde no le gustara la sangre.

—Señor, así no se le van a endurecer los dientes nunca.

—Señor, esos vegetales están contaminados.

—Señor, la sangre tiene vitaminas, grasas y carbohidratos. Además sabe mucho mejor.

Pátula se negaba a escucharlo, para él era insuperable una ensalada de tomate, col, lechugas, habichuelas, berenjenas y cebollas. Por eso cuando llegó a la Habana y sintió esa fragancia tan exquisita supo que esa ciudad le gustaría.

 

Elizabeth Báthory

Elizabeth ya no sabía qué hacer para mantenerse joven y hermosa. Ni aceites traídos de Egipto, agua de rosas, liposucciones, o el aroma de los inciensos rejuvenecedores, le devolvían la suavidad de su piel cuatrocientos años atrás. En Transilvania muchos la criticaban por bañarse con sangre, cepillarse con sangre en vez de agua y usar sólo cosméticos a base de sangre, única forma en que las arrugas se demoraban un poco en salir y las ojeras se mantenían escondidas, pero ya eran muchos años y ni siquiera con esos productos podía ocultar su evidente vejez. Tampoco resistía la idea de vivir con un vampiro de seiscientos años, prefería a los más jóvenes y musculosos. Así, según ella, se contagiaba con sus deseos de vivir. Por eso, una noche, decidió aterrizar en la Habana: El Paraíso de los vampiros jóvenes y hermosos.

 

Drácula

A las ocho y veinte llegó el avión al Aereopuerto Internacional José Martí y una avalancha de vampiros salió corriendo a esperar que se abriera la puerta. De Drácula sólo conocían lo que le habían contado sus abuelos, y estos lo que sabían de sus abuelos y sus abuelos a la vez de los suyos. Cada uno contaba las historias a su manera, en lo que sí coincidían era en que Vlad era el vampiro más apuesto del mundo. La piel tostada, el pelo crespo, largo y brilloso, ojos verde azules, nariz perfilada y labios carnosos. Además todos comentaban que era muy culto, hablaba más de cinco idiomas, vestía ropas refinadas, fumaba siempre con pitillos, y nunca, nunca se le escuchó decir ninguna grosería. Era el ídolo de todas las generaciones. El ejemplo a seguir. Y ahora estaba en la Habana, el lugar más cálido, el más alegre, el más generoso.

Después de unos segundos la puerta se abrió, el equipo de trabajo del Aereopuerto llevó la escalera y, ante el asombro de todos, por la puerta salió un vampiro enano, tan oscuro como la noche misma, con canas, la camisa negra y ancha no lo dejaba mostrar las manos, y los ojos rojos, como si llevara más de una semana bebiendo. Entre los dedos una botella de vodka. Cuando comenzó a bajar las escaleras dio un par de traspiés por el mareo y rodó abajo.

Todavía con la esperanza de que este personaje fuese el cocinero de Drácula, o el jardinero de Drácula, o un amigo de Drácula, los reporteros, retratistas, embajadores y los de oficina de relaciones internacionales se acercaron al vampiro cuando él mismo, sin que nadie lo ayudara, se puso de pie.

—Díganos, por favor, el Conde Drácula, cuando bajará del avión.

—Si quiere que lo recibamos con la Banda Municipal no hay problemas. Los teníamos ensayando una balada rumana para el desfile, pero los podemos traer sin problemas.

—Si necesita una alfombra roja la buscamos. Sabemos que es alguien muy refinado y quizás no le guste caminar por el piso.

—Yiooo. Yioooo, yioooo—dijo el vampiro con hipo—yiooo soy el Conde Drácula, y al que no le guste que permute.

 

Conde Pátula

Como siempre, el conde estaba sin dinero, sus pocos centavos los dejó para su visita al mercado agropecuario y haciendo oídos sordos a las llamadas de los taxistas, que se paraban a esperarlo, gracias a su estrafalaria ropa, decidió caminar a pie.

La Habana era bonita, tan bonita como se la había descrito Igor, además era muy diversa, diferente a Transilvania en donde todos los castillos eran iguales, todos los vampiros vestían igual y además comían lo mismo. Por eso él era tan criticado en su tierra. Era el único por todo aquello que prefería los vegetales. Igor le había dicho que en esta ciudad se iba a sentir menos solo, y que además cuando vieran todos los preparados que se podían hacer a base de sangre se le iba a olvidar su manía por los vegetales. En un inicio aceptó el viaje sólo por complacerlo, ahora cuando el aire del malecón le daba en la cara, supo que esta ciudad cambiaría su vida, para siempre.

 

Elizabeth Báthory

Elizabeth descubrió que en la Habana habían tantas luces que era necesario andar con espejuelos, muy diferente a su castillo de Transilvania, casi sin luz, lleno de sombras y salpicaduras de sangre por las paredes.

—Quizás por eso los jóvenes se mantienen tan fuertes y hermosos— pensó.

Como no era para nada discreta, sin dar muchas vueltas le preguntó al conductor del taxi que la llevaba al hotel.

—Oiga, señor, estoy buscando un novio, uno que sea bien joven y lindo y musculoso si es posible y… debería tener los ojos azules y los colmillos bien blancos. Con eso me conformo, no soy muy exigente.

—Es que… se… se…señora —tartamudeó él apenado— yo no sé de esas cosas.

—Ay señor, disculpe, me han dicho que en la Habana son muy desprejuiciados. Usted sabe, que no son como la gente de Transilvania, tan pesada y tan fría.

—Bueno, mire, le voy a dar esta dirección, es de una agencia para conseguir pareja. Se llama “La vida fácil”, lléguese allí y pregunte por Anne R, ella es la responsable de aquello. Le dice que va de parte mía. Pero me jura que si un día conoce a mi esposa no le contará que yo le di la dirección, si no me tocará dormir en la calle el resto de mi vida.

—¿Ve? Ya sabía yo que usted me ayudaría. Mira, vamos a hacer algo, ¿por qué en vez de irnos al hotel no me lleva allí usted mismo?

—No, señora, no puedo, yo soy un vampiro con familia. Además, ya llegamos al Habana Libre.

 

Drácula

En el aereopuerto nadie podía creer lo que estaban escuchando, ¡Ese era el temido conde, ese vampiro feo y borracho! Por él habían esperado tanto. No podía ser cierto ¿Entonces sus abuelos, sus bisabuelos y sus tatarabuelos les habían mentido? No era posible. Indignados recogieron sus micrófonos, sus grabadoras y el carro en donde pensaban pasear al conde por la ciudad y se fueron de allí, maldiciendo.

 

Conde Pátula

—Óigame, ¿dónde puedo encontrar cebollas, remolachas o cualquier otro vegetal?—le dijo a un vampiro que pasaba cerca de él y que tenía cara de buena gente.

—Tienes que tener cuidado con los vampiros de allá—le había dicho Igor—en menos de lo que canta un gallo te convierten en habanero y después no quieres virar a Transilvania.

—¿Usted no es de aquí?—le respondió el vampiro.

—No, yo soy de Transilvania.

—Ah, es un yumita. Vamos, vamos conmigo, lo voy a llevar al mercado de 19 y K, ahí están los mejores precios.

Se estaba acercando la media noche y Pátula tenía mucha hambre. A esta hora, Nana, su consentidora sirvienta, le preparaba una de sus ensaladas preferidas. Si no hubiese sido por lo costoso del pasaje y los otros gastos que debía hacer en la embajada, hubiese traído a Nana con él. Nunca antes se habían separado, pensó mientras se le escapaba una lágrima.

 

Elizabeth Báthory

En la recepción, un vampiro con unos ojos azules preciosos y unos colmillos casi transparentes (sólo le faltaba ser musculoso y lindo) le indicó que esperara unos minutos a la directora de la agencia.

—Ahora mismo está atendiendo a unos clientes — le dijo y Elizabeth supo que había llegado al lugar indicado, el sitio en donde encontraría la juventud eterna, esa que no le lograban dar los baños de sangre, ni los cosméticos.

Al poco tiempo salió la directora, una vampiresa con los labios pintados de negro, demasiado colorete en las mejillas y una falda corta.

—¿Usted es la señora Elizabeth Báthory? Venga a mi oficina, allí hablaremos con calma.

—Mire —le dijo la de los seiscientos años, después de entrar a una oficina bien lujosa— voy a ser clara, estoy buscando un novio lindo, musculoso, de ojos azules y dientes bien blancos, me han dicho que usted puede ayudarme.

—Claro que sí, amiga mía, vampiros de ese tipo se sobran por aquí. Ahora dígame, ¿cuánto puede pagar? Es que… nuestro servicio es de excelencia y nosotros cobramos a esa misma altura.

—Por eso no se preocupe, tengo suficiente dinero.

—Entonces… déjeme su dirección y espere allí al galán. Se lo mando envuelto en paquete de regalo. —Dijo la otra con una sonrisa en los labios.

 

Drácula

El conde, aun dando traspiés, llegó a la puerta de salida y se montó en una de las guaguas de transporte urbano. Aunque en el viaje muchos lo miraron por su vestimenta rara (no llevaba jeans ni pullover ni gorra ni tenis) no se enteró porque había bebido tanto vodka que un minuto después de sentarse cayó rendido. Le habían hablado de la Habana muchos años atrás. Un amigo suyo, capitán de fragata, que estuvo en la Toma de la Habana por los ingleses en 1762, le contó que La Habana era un paraíso, la gente era muy decente, muy solidaria, pero había tantos colores, eran tan divertidos, que incluso a los propios ingleses que vinieron a atacarla los trataron con respeto. Así que cuando no le quedó ningún otro lugar en donde esconderse de Van Helsing, cuando en toda Transilvania no quedaba ni un solo agujero para él, pensó en mudarse a esta ciudad, ese paraíso del que le había comentado su amigo inglés.

—Oiga, esta es la última parada. Llegamos. —Lo despertó el conductor.

 

Conde Pátula

—Óiga Yumita, si no nos apuramos nos van a cerrar el agro. No se me ponga nostálgico ahora, que todos los vampiros cuando llegan a la Habana lloran. Me imagino que será por el aire del malecón. Allá en el Transilvania ese donde usted vive, ¿no hay malecón?

El conde estaba a punto de decirle que no sabía si en Transilvania había malecón o no, porque de allí sólo conocía su castillo, tenía miedo de salir afuera para evitar la burla del resto de los vampiros, pero prefirió callarse.

—En la Habana quieren saberlo todo sobre uno. — Le había dicho Igor.

—Bueno si no quiere decirme no importa, es por si algún día me da por visitar su país. ¿Entonces nos vamos o no?

—Claro, vamos.

Detrás del recién conocido salió el conde. Tuvo que caminar por calles anchas y estrellas, largas y cortas. Descubrió edificios altos como su castillo en Transilvania al lado de casas pequeñas que casi no se notaban. Cafeterías llenas de luces y colores junto a tabernas oscuras y mohosas. Vampiros con ropa de colores muy alegres y otros con tonos grises y negros.

—La Habana es muy diversa. Casi ecléctica, como diría mi tatarabuelo que estudió Historia del Arte—le dijo Igor mientras se despedían—allí puede encontrar de todo. Eso es lo mejor que tiene.

—Mire, esto es una carnicería. —Le indicó el vampiro que lo acompañaba.

—Pe…pero, aquí no vamos a encontrar los vegetales, ¿o sí?

—Claro que no, se la enseño por si se embulla. Ustedes los yumitas son medio raros pero para los vampiros la carnicería es superimportante.

—Deje, deje, otro día paso por aquí, prefiero que sigamos hasta donde están los vegetales.

—Bueno, usted sabrá.

 

Elizabeth Báthory

Elizabeth se dio un baño con esencias de rosa y sangre, se lavó bien los dientes y se sentó en el recibidor a esperar a su prometido. Poco tiempo después tocaron a la puerta. Nerviosa movió el llavín y… allí estaba él, justo como lo había imaginado. Grande, musculoso, con los colmillos brillantes y los ojos como el mar. Lo que había soñado toda su larga vida, allí estaba la solución para su eterna juventud.

—Buenas, te estaba esperando.

Y al ver que no le respondían ni media palabra lo tomó de la mano, lo sentó en uno de los asientos de la sala y fue a buscar una copa.

Parece que en la Habana son un poco tímidos en la primera cita, pensó mientras se servía, ni siquiera me quiso contestar el saludo.

Media hora más tarde, cuando ya había hablado de su castillo en Transilvania, los rumores sobre ella que circulaban por su país (siempre se dijo que le gustaba asesinar jovencitas para bañarse con su sangre), y el linaje de condes, duques, príncipes y reyes que arrastraba su familia, se dio cuenta de que se pretendiente era sordo y mudo. De nada valieron las señas que le hizo con las manos, la copa que rompió en el piso, o los dibujos de sus parientes que les mostró. Él sólo la miraba fijamente, sin pestañar, como si fuese un cuadro. Un cuadro de un vampiro grande, musculoso, con los colmillos brillantes y los ojos como el mar. Cuando ya estaba cansada de hablar, hablar y hablar como una cotorra, el vampiro sacó un papel de su bolsillo y se lo mostró.

 

Recuerde enviarme el dinero prometido. Nuestro servicio es de excelencia y por ello lo cobramos bien.

Firma: Anne R

 

Elizabeth se puso roja de la ira. Buscó en su monedero, le entregó unos billetes al vampiro y como mismo lo había hecho entrar lo acompañó, de salida, a la puerta.

 

Drácula

Ya a esas alturas toda la ciudad sabía que él no era ese vampiro elegante y culto del que tanto se había hablado. Así que los programas de televisión se suspendieron, las emisoras prefirieron repetir el hit parade antes de entrevistarlo y los periódicos dedicaron la página que le habían guardado a las noticias nacionales. Ya todos habían olvidado que el Conde Drácula estaba en la Habana, así que por suerte podía pasar desapercibido, como él quería.

En eso pensaba cuando pasaron al lado suyo unos jóvenes vampiros habaneros y sin que él se percatara uno le aguantó las dos manos, otro le apuntó el corazón con una estaca y el último le metió las manos en los bolsillos y le sacó todo el dinero.

—Abuelo, ¿y esas monedas tan raras de donde las sacaste?

—Oye no preguntes y vamos, quizás nos den algo por ellas en cualquier casa de antigüedades.

—Quítale, quítale el reloj que parece de oro.

Sin que le dieran tiempo a pestañar los jóvenes se desaparecieron dejándolo sin sus monedas transilvanas y su reloj. Nunca pensó Drácula que esto le iba a suceder en la Habana, por lo menos nunca le contó su amigo inglés que algo como esto podía sucederle, habían pasado más de doscientos años desde 1762 pero eso no era tiempo suficiente para que los vampiros cambiasen tanto.

Toda la noche estuvo caminando, sin dinero para pagar un hotel y sin deseos de hablar con nadie. Pensando en todo lo que había abandonado por llegar a esta ciudad. Su castillo, sus tierras, sus amigos y sus novias. Por primera vez en mucho tiempo estaba deprimido.

 

Conde Pátula

—Aquí lo dejo compa, tenga cuidado que aquí son unos leones.

Pátula estaba tan extasiado con lo que veía que ni siquiera escuchó las palabras de su acompañante. Allí estaban las cebollas más grandes, las lechugas más tiernas, las coles más redondas y las zanahorias más largas que había visto en su vida. En la Habana sí vale la pena ser vegetariano, pensó mientras la boca se le hacía agua.

—Óiga señor, quiero dos de estas, tres de aquellas y cinco remolachas.

—¿Tanto? Eso es una ensalada para un batallón.

—Es que….no importa démelas de todas formas.

—Bueno si usted lo dice, el cliente siempre tiene la razón. Guárdelo todo en este nylon. Son cuarenta y cinco pesos.

—Ah sí, mire—y Pátula le entregó unas monedas que trajo de Transilvania(los ahorros de toda la vida de Nana)

—Pe…pero…esto aquí no vale, además las monedas están sucias y oxidadas. Si no tiene más dinero devuélvame mis vegetales.

—Señor, mi dinero es tan digno como el suyo—se enfureció Pátula—y tengo derecho a comprar como cualquier otro cliente.

—Con eso podrá comprar en su país, no aquí. Y además para que no se haga el loco le voy a llamar a la policía. ¡Policía!, ¡Policía!—gritó a un vampiro que iba por la calle vestido de azul. —Mire, este señor me quiere robar.

Para su propio asombro, el Conde Pátula terminó esa noche más hambriento que nunca y detrás de las rejas de una estación de policía.

 

Elizabeth Báthory

—Oiga, usted me ha engañado.

—Para nada, le pusimos en la puerta de su habitación justo lo pedido. Un vampiro grande, musculoso, con los colmillos brillantes y los ojos azules.

—Pero no puedo ser novia de alguien que no diga ni una palabra.

—Señora, usted nunca nos dijo que su pretendiente debía hablar. Lo tendremos en cuenta para la próxima ocasión.

—¿Entonces cree que podrá ayudarme?

—Claro que sí. Recuerde que nuestro servicio es de excelencia. Dentro de unos minutos estará el otro pedido en su casa.

Después las dos señoras colgaron el teléfono.

 

Drácula

Estoy muy deprimido. Estoy muy deprimido. Estoy muy deprimido. Estoy muy deprimido. Estoy muy deprimido. Estoy muy deprimido. Estoy muy deprimido. Estoy muy deprimido. Estoy muy deprimido. Estoy muy deprimido. Estoy muy deprimido. Estoy muy deprimido. Estoy muy deprimido. Estoy muy deprimido. Estoy muy deprimido. Estoy muy deprimido. Estoy muy deprimido. Estoy muy deprimido. Estoy muy deprimido. Estoy muy deprimido. Estoy muy deprimido. Estoy muy deprimido. Estoy muy deprimido. Estoy muy deprimido.

 

Conde Pátula

Tuvo que mandar un SOS a su embajada, ensañar su pasaporte y hasta fingir que sufría una hipoglicemia para poder irse de la cárcel. Todos menos llamar a Igor y Nana, no quería que ellos pensarán que era un vampiro incompetente que no podía pasarse un día en la Habana, sin caer preso.

Cuando salió tuvo un deseo irresistible por llegar a Transilvania, pero, ¿qué contaría a su regreso?, ¿Ni siquiera llevaría unos sourvenirs a sus dos amigos? Así que se aguantó sus deseos y en vez de irse al Aereopuerto se fue a la Central de Correos más cercana.

 

Queridos Igor y Nana:

La Habana es tan linda como me habían dicho. Los vampiros por aquí son muy agradables y hay muchos vegetales. Me quedaré un tiempo largo aunque ya les echo de menos. Besos, El Conde Pátula.

Entregó el sobre a la señora del correo y con los ojos aguados salió de allí.

 

Elizabeth Báthory

Esa noche Elizabeth recibió en su puerta a un vampiro igual de hermoso, pero que hablaba como una cotorra. En cinco minutos supo que se llamaba LouisdePointeduLacqueviviaenlaHabanaperoqueveniadeotropaisquelegustabanlasmujeresmayoresysiveniandeTransilvaniamuchomejorqueconociaporgooglelashistoriasdeElizabethyqueestabaorgullosodeconocerla.

Todo eso lo le dijo así, de carretilla, y ella tuvo miedo de que se ahogara, así que le buscó un vaso con agua. Más tarde le contó de su familia, de sus abuelos, sus tíos paternos, y sus sobrinos que eran su mayor orgullo. Elizabeth estaba mareada de tanto habla que te habla y cuando intentaba decir una palabra o cambiar el tema de conversación Louis de Pointe du Lac la interrumpía y seguía habla que te habla como un loro parlanchín. Mucho antes del amanecer Elizabeth le entregó los billetes prometidos y lo sacó de la casa.

En las noches siguientes desfilaron más y más vampiros. Unos tenían los ojos azules pero usaban unos espejuelos bifocales tan grandes que los ojos no se le veían, otros se inyectaban sustancias raras para mantener sus músculos, y la mayoría tenía los colmillos muy limpios pero postizos, o con pedazos de oro incrustados. Con ninguno de ellos podría tener una relación seria y aspirar a la eterna juventud. Así que una tarde, con uno que gagueaba tanto que en toda la noche no terminó ni siquiera de decirle su nombre, le envió una nota a la señora Anne R.

 

Muchas gracias por todo lo que ha hecho por mí. De verdad que me doy cuenta de que sus servicios son de excelencia, pero por favor no me envíe más pretendientes. Por culpa de ellos he vaciado las cuentas de ahorro de mi familia.

Agradecida,

Elizabeth Báthory

 

Drácula

La noche siguiente Drácula pasaba por un parque cuando descubrió a un grupo de jóvenes altos, delgados, con ropa oscura, tenían los brazos tatuados, piercing en la ceja y el labio izquierdo y el pelo de medio lado, cubriendo el ojo derecho. Vestían camisetas ajustadas con capuchas y calaveras en el centro. Como pasó bien cerca de ellos pudo escuchar que ellos también estaban tan deprimidos, decían que la vida no tenía sentido, que el mundo era denigrante, sucio, y ellos que habían nacido para sufrir. Algunos, incluso, habían tratado de suicidarse. Se hacían llamar Emo porque estaban llenos de problemas emocionales.

Drácula pasó esa noche conversando con ellos. Pasadas unas horas sintió que él también tenía una vida triste, llena de persecuciones y falsas ideas sobre su persona. Estaba cansado de todo eso. De las leyendas sobre su figura, de un pasado que le habían inventado pero cansado sobre todo del resto de los vampiros, que nada tenían que ver con él. Drácula sintió que algo muy profundo lo unía a esos jóvenes y desde esa noche decidió que ellos serían su nueva familia.

Desde entonces, todo el que pasaba por el parque de G y 23 encontrará a un vampiro delgado, un poco mayor, con una camiseta que dice YO NO SOY VLAD DRACULA, pantalones ajustados, piercing en los labios y las cejas. El pelo, que antes era rizo, ahora estirado con productos, cae tapándole el ojo derecho. El vampiro dice todo el tiempo que estaba triste, que la vida es muy difícil para él, pero si alguien se detiene a mirarlo, descubrirá en sus ojos la felicidad de haber encontrado su lugar en el mundo.

 

Conde Pátula

Pátula salió de la oficina de correos decidido a conquistar la Habana. Preguntó a unos vampiros que estaban en un parque vestidos de negro (por cierto uno de ellos le resultó conocido) cómo se llegaba al campo más cercano. A ellos mismos les cambió las monedas que trajo de Transilvania por unos pesos habaneros y con eso pagó un taxi que lo dejó donde le habían indicado. Allí se presentó al jefe de una cooperativa.

—Quiero trabajar la tierra, quiero saber cómo se siembra la cebolla, la lechuga, el ají y el resto de los vegetales. Lo único que le pido es que me enseñe y me brinde un plato de ensalada todos los días. Le pagaré con mi trabajo.

De esa forma se convirtió en el mejor pequeño agricultor de toda la Habana. Llegó a tener una extensión de tierra tan grande que de todos los mercados del país veían a comprarle vegetales. Al poco tiempo, mandó a buscar a Igor y a Nana y entre los tres hicieron una casa muy parecida a su castillo de Transilvania. Pero eso sí, todas las noches el Conde escuchaba las quejas de Igor, mientras cenaban.

—Al final, amo, por mi culpa vino a la Habana y aquí se volvió más vegetariano que nunca. Eso no me lo voy a perdonar jamás.

 

Elizabeth Báthory

En Transilvania nadie podía creer lo que aparecía en los diarios más famosos de todo el mundo.

“Elizabeth Báthory, una vampiresa radicada en la Habana, había abierto un salón de belleza al que asistían las vampiras más elegantes de toda la sociedad. Cuando las damas salían de ese lugar parecían dos cientos años más jóvenes. Todo gracias a los productos a base de sangre que usaba su anfitriona. Lociones capilares, cremas depiladoras y tintes que ella misma elaboraba. El salón de belleza más visitado de toda la ciudad.”

Mientras, a muchos kilómetros de distancia, Elizabeth iba apuntando en un cuaderno cuales doncellas habaneras serían las próximas en desangrarse.

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